Epílogo

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La sirena, entre lágrimas; resbaló por la piedra, cayó al mar y comenzó a hundirse hasta posarse suavemente sobre el fondo marino. Pasaron los años, y la joven seguía allí tirada, alimentándose únicamente de sus propias lágrimas; hasta que estas ya no fueron suficientes y padeció el mismo destino que su amado difunto. Ascendió como él al cielo, donde le estaba esperando desde hacía tanto tiempo, y se sentaron juntos a ver su constelación durante toda la eternidad.

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