Capítulo 9

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Dominic quería estrechar los lazos con su hijo y había terminado por estrechar los lazos con Angelina.

Mientras conducía, se preguntó qué lo había empujado a revelar tantas cosas de su pasado y de sí mismo.

No encontró respuesta,

pero tenía la costumbre de confiar en su instinto hasta en los casos en que su instinto parecía opuesto a toda lógica.

Además, le debía algo por las cosas que había dicho y por las que había pensado cuando se conocieron.

Le debía algún tipo de explicación.

Al día siguiente, cuando volvió de la oficina, Dominic llevaba un paquete debajo del brazo.

Encontró a Angelina con Rosa, en la cocina, tal como esperaba.

Estaban limpiando champiñones y habían puesto un par de cacerolas al fuego.

Eran la viva imagen de un hogar.

Una imagen que todavía le inquietaba, porque la cocina había sido uno de los lugares preferidos de Carla.

-Buenos días...

Angie apartó la mirada de los champiñones y sonrió.

-Buenos días, Dominic.

-¿Qué estáis haciendo?

-Rosa me está enseñando a preparar risotto. Creo que empiezo a ser una cocinera más o menos decente.

Rosa también sonrió.

-¿Decente? Yo diría que es excepcionalmente buena.

Si sigue así, la pasaré a mi siguiente curso de cocina para chefs -ironizó.

Angelina dio un golpecito a Rosa con su cucharón de madera.

-Eh, se suponía que eso era un secreto...

Rosa soltó una carcajada y se marchó.

Él se alegró de la camaradería que se había establecido entre las dos mujeres.

Además, aquel lugar había recobrado la alegría y la vida desde la llegada de Angelina.

Era todo un contraste en comparación con la tensión y con el drama de los días de Carla en la mansión.

Y por otra parte, la propia Angelina había cambiado.

Aquel día parecía tan feliz que sus ojos brillaban y sus mejillas estaban más sonrosadas que nunca.

Cuando se apartó de la encimera para echar un vistazo a una de las cacerolas, Dominic vio que llevaba otro de los mandiles de Rosa y que se había puesto unos pantalones cortos y una sencilla camiseta.

Desgraciadamente, no pudo disfrutar mucho de la visión de sus piernas por detrás.

Un segundo más tarde se giró hacia él y la tela blanca del mandil sustituyó las vistas de su piel.

Dominic abrió el frigorífico y sacó una cerveza.

No tenía sed, pero necesitaba enfriar sus emociones.

-Si me necesitas, estaré en el taller -le informó.

-De acuerdo.

-Ah, Angelina...

-¿Sí?

-Quiero enseñarte algo después de cenar.

Dominic bajó al taller y se sentó en el taburete.

Vidas entrelazadas trish morey -continuaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora