Capítulo 11

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Dominic estaba en la sala de espera, caminando de un lado a otro, preguntándose qué diablos estaría pasando.

No sabía cuánto tiempo llevaba allí, pero tenía la sensación de que habían pasado horas.

Cuando Rosa lo llamó por teléfono y mencionó a Angelina con desesperación, supo lo que había pasado.

Salió de la oficina a toda prisa y se dirigió directamente al hospital.

Pero seguía sin saber nada.

Sólo sabía lo que Rosa le había dicho, que Angelina se había desmayado y que había sufrido una hemorragia.

Asustado, se sentó junto al ama de llaves, le pasó un brazo por encima de los hombros y apretó con fuerza.

Una enfermera apareció y los dos se levantaron al unísono.

–¿Señor Pirelli?

–Sí, soy yo...

–Ha tenido una niña preciosa. La podrá ver dentro de poco.

Dominic cerró los ojos un momento y suspiró.

–¿Y Angelina?

–Los cirujanos siguen con ella. Ha sido un parto complicado. Cuando sepamos algo más, se lo haremos saber.

Dominic y Rosa se volvieron a sentar.

–Una niña... –dijo ella, con los ojos inyectados en lágrimas–. Qué maravilla.

–Angelina se pondrá bien. Seguro que se pone bien.

Es fuerte, es una luchadora.

No le pasará nada.

Mientras pronunciaba esas palabras, Dominic se dio cuenta de que se había enamorado de ella.

Había estado tan ciego que había necesitado un susto como aquel para ser consciente de que la amaba.

Los minutos pasaron poco a poco, con una lentitud desesperante.

Hasta que la puerta se abrió y rea pareció la misma enfermera de antes, que ahora empujaba un carrito con un bebé.

–Aquí tiene a su hija, señor Pirelli.

Él no pudo hacer otra cosa que mirarla con asombro.

–¿No la quiere tener en brazos?

Dominic no supo qué decir. Le parecía tan pequeña y tan frágil que le daba miedo. Además, seguía preocupado con el estado de Angelina.

–Ah, no se preocupe por la señora Cameron. Está bien.

La han llevado a la sala de recuperación.

Toda la tensión que había acumulado durante la espera se esfumó de repente.

Angelina estaba bien.

La niña bien.

Y las dos eran suyas.

Dominic no pudo ver a Angelina hasta la mañana siguiente, porque los médicos se lo impidieron. Cuando entró en la habitación, ella tenía los ojos cerrados como si estuviera durmiendo; pero los abrió enseguida.

–Dominic... –dijo con debilidad–. Lo siento tanto...

–¿Por qué lo sientes?

Dominic se acercó y la besó.

–Porque pensé que iba a perder a la niña.

–Pero no la has perdido, Angelina. ¿La has visto ya?

Vidas entrelazadas trish morey -continuaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora