IX

115 22 3
                                    

La verdad golpeo a Irene como un mazo, cayendo de rodillas junto a SuHo, lo abrazó acunándolo en su regazo.

—¿Qué has hecho hermanito?..— fue más una protesta que una pregunta. Tomo a SuHo de la mano, y lo obligo a levantarse. En silencio lo regreso al cuarto —. Le diré a Omma que estas resfriado y que no bajaras a cenar..— luego lo empujo suavemente lo hizo sentarse sobre la cama —. Te traeré algo liviano para que cenes, mientras estoy fuera ponte un pijama y acuéstate. Yo cuidare de ti... todo estará bien, ya verás...— la sonrisa de Irene era amplia y melancólica —. Deja que tu nonna se encargue de todo.

SuHo simplemente asintió, se sentía demasiado cansado, solo quería hacerse un puño y dormirse hasta que el dolor de su corazón pasara con la misma facilidad que los días se seguían una al otro. Sabiendo que su hermana haría un gran berrinche si lo encontraba todavía allí sentado sintiendo lástima de sí mismo, se levanto para ir a buscar algo cómodo para dormir.

Una vez sobre sus dos piernas, tuvo que sostenerse del cabecero de la cama para no caer de cara al suelo, otro de esos malditos mareos que le llegaban en los momentos menos esperados. Tal vez todo se debía a que no se había estado alimentando bien, al principio era cosa de estar demasiado deprimido para pasar bocado, luego era que la comida le sentaba mal por la mañana. Últimamente le daba miedo tomar alimentos, nunca sabía en qué momento estos le enfermarían.

Sosteniéndose de la madera de la cama respiro profundo hasta que poco a poco la habitación dejo de girar. Sintiéndose más seguro de no caer, se dirigió al armario donde guardaba sus pantalones de algodón, las camisetas solo las usaba para dormir en invierno, luego fue al baño a cambiarse. Cuando Irene regresó, SuHo estaba ya acostado de costado en la cama, abrigado con una manta de tela liviana.

—Te traje algo de sopa y pan para que cenes..— le dijo Irene poniendo la charola sobre la mesita de noche junto a la cama. SuHo asintió sin levantar la vista para mirarla, seguía concentrado en algún punto entre los animalitos de peluche que había en el mueble empotrado en la pared.

—Recuerdo cuando lo único que me preocupaba era que es lo que iba a recibir para mi cumpleaños..— hablo tan bajo que Irene tuvo que esforzarse para escucharlo —. Contaba los días para que por fin llegara la luna que marcaría el comienzo de mi vida como adulto.

Irene respiro profundo tratando de controlar sus emociones acariciando el rebelde cabello rojo le transmitió todo el amor que sentía por el pequeño cachorro. SuHo seguía hablando, más para sí mismo que para que ella escuchara.

—Odio ser un adulto, desearía ser de nuevo un cachorro pequeño que le robaba galletas a omma en la cocina... ¿Por qué a mí?... Todos encuentran a su pareja y forman una familia yo la encuentro y resulta que lo único que ganó es el corazón roto... De todos con los que pude haber dejado que me follaran, tenía que ser él... mí... él...

Irene , dejó salir el aire que había retenido en los pulmones, la mano crispada entre el cabello rojo de SuHo

—Déjame ver tu hombro.. — sabiendo de antemano SuHo lo que quería saber, se volteó lentamente hasta sacar el hombro que había quedado contra el colchón. —. ¡Diablos!..— murmuro Irene al ver lo que más temía encontrar. En la piel pálida de su hermanito, en el lugar justo donde se unía el hombro con el cuello, estaba la marca de una mordida de emparejamiento. Donde los colmillos del macho se habían introducido en la tierna piel se habían formado cicatrices rosas acomodadas en medio luna, que asemejaban gotitas de agua dibujadas en relieve —. Tiene que ser un error...— balbuceo Irene, por primera vez en su vida no sabía muy bien que decir.

SuHo tenía la vista fija en el techo, se negaba ver a los ojos de su noona el peso de la lástima. Saber que uno era un idiota, era una cosa, reconocerlo en público, ya pasaba a otro orden de cosas. Pasándose las manos por la cara trato de detener las lágrimas silenciosas que rodaban por sus mejillas hasta humedecer la almohada. Odiaba llorar, no era una chica llorona, nunca lo había sido, en la manada tenía fama de ser una molestia y una diva malhumorada que no aguantaba estupideces de nadie, y una actitud orgullosa.

CUANDO EL LOBO ATRAPO A SU GATITO-- (A) SEHO +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora