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Jasmin frunció el ceño. Aquel hombre no parecía el tipo de cliente que solía pasarse por el locutorio. Pensó en llamar a Aladín. Pero, ¿y si aquel hombre era alguien importante? No quería meterlo en problemas con Rashid.

–¿Qué fue lo que se dejó? Puede que le atendiera Aladín o el encargado, que ahora mismo no está.

–Oh, descuide. Ellos me conocen. Saben que soy un buen cliente. Es posible que lo que me dejé se quedara por aquí. Verá, busco un USB. No tiene ninguna importancia. Pero para mí es valioso: contiene recuerdos familiares, ¿sabe? Fotos antiguas de la familia que digitalicé el otro día.

Mientras avanzaba entre los ordenadores, Jasmin respiró hondo. Por un momento había pensado que aquel hombre tenía que ver con alguno de los trabajos que sabía que de vez en cuando hacía Aladín. Si todo lo que quería recuperar era un USB con fotos familiares, pensó, no debía de haber ningún problema en que se lo diera. El USB estaba enchufado en uno de los ordenadores. Jàfar la vio antes que Jasmin:

–¡Lo he encontrado! – exclamó–. Si me permite, voy a revisar que mis fotos siguen aquí. Si se han corrompido, a lo mejor usted o sus compañeros pueden ayudarme.

Jasmin regresó al mostrador, mientras Jàfar se sentaba en el ordenador y ejecutaba el programa. De espaldas a ella, el hombre sonrió con malicia cuando vio aparecer las letras 'GENIUS' en la pantalla.

–Estupendo.

La misma pregunta apareció en la pantalla:

¿CUÁL ES SU DESEO?

Jàfar tecleó:

DENUNCIAR UN ROBO

A continuación, introdujo la dirección y la hora del supuesto robo que había tenido lugar en la institución cultural junto con los datos identificativos de Aladín. Él y sus hombres se habían cuidado muy bien de guardarse las espaldas: antes de planificar la operación y reclutar a Aladín, habían sustraído un cetro de oro del siglo XVI que se conservaba en el edificio. En caso de que saltaran las alarmas, nadie pensaría que lo que había sido robado era, en realidad, un programa oculto en sus servidores que ni siquiera debía de haber estado ahí. El perfil de Aladín, pensó entonces Jàfar, era inmejorable: en el mejor de los casos, se haría con el programa sin hacer preguntas, porque necesitaba el dinero. En el peor, lo pillarían. Ni siquiera en ese caso nadie preguntaría demasiado. Era un inmigrante del Raval, el chivo expiatorio perfecto para el robo de una pieza de oro.

GENIUS recopiló todos los datos sobre el robo con los de Aladín. Al pulsar Jàfar la tecla de aceptar, el programa los envió a la policía.

En ese momento se abrió la puerta.

–¡Aladín! –exclamó Jasmin–. Creía que te había pasado algo. Ha venido un cliente que...

Aladín lo reconoció de inmediato.

–¡Usted! –dijo, avanzando hacia él–. Usted me engañó y se aprovechó de mí.

Jàfar se levantó, con el USB ya en el bolsillo.

–Aladín, por favor. Tú aceptaste un trabajo. Y tú sabías a lo que te arriesgabas.

–Y no debí aceptarlo. Pero eso no quita que usted sea un estafador–. Aladín lo miró de arriba abajo–. Aunque vaya bien vestido y tenga un Iago 380I.

Jasmin vio en ese instante que Jàfar guardaba algo en el bolsillo, además del USB. Era una navaja. Con disimulo, y sin apartar la vista de los dos hombres, deslizó la mano debajo del mostrador.

–Usted no se va a llegar el programa –afirmó Aladín.

–No vas a poder impedirlo. ¿Sabes dónde estarás para entonces? En la cárcel. La policía ya tiene tus datos. –Jàfar le guiñó un ojo–: Ese ha sido... Mi deseo.

–Entonces –intervino Jasmin– ¿no quería usted unas fotografías?

La chica dio un par de pasos hacia adelante, fingiendo afectación.

–¿Tú eres tonta?

Con los brazos detrás de la espalda, Jasmin insistió:

–Entonces, ¿me ha engañado?

Jàfar le lanzó una mirada de desprecio.

–Qué estudias, ¿historia, filosofía? Se te nota en la cara.

Jasmin sonrió, con indulgencia:

–¿Sabe a quién se le notará también? A usted.

Y le golpeó con el grueso tocho de apuntes de Ética en la cara. Jàfar cayó al suelo, intentando localizar su teléfono móvil, que había ido a parar debajo del mostrador. Intentó tenerse en pie, pero algo se lo impedía. Jasmin le había hincado la rodilla debajo de la nuca y le agarraba las manos por detrás de la espalda.

–¡Corre! –le dijo a Aladín–. Haz lo que tengas que hacer con ese programa. No podré aguantar mucho más.

Aladín sacó el USB de la camisa de Jàfar y lo enchufó al ordenador. Esta vez tenía claro qué deseaba:

INCRIMINAR A JÀFAR. EXCULPAR A ALADÍN. DONAR EL DINERO.

El programa mostró un registro de las llamadas de teléfono del Iago 380I, que incluía grabaciones de todas las conversaciones con las personas que habían orquestado el golpe. Otra documentación acreditaba que Jàfar había intercambiado varios correos con inversores interesados en adquirir GENIUS, con indicaciones expresas de la fecha, la hora, el lugar y el modo en que lo iba a conseguir. Todo había sido registrado en su correo electrónico y por varias apps de su teléfono móvil.

–Se lo digo siempre a los clientes –dijo Aladín–: ¡Hay que ir con cuidado con las cookies!

El programa mostró también una lista de registros audiovisuales que procedería a borrar, y que probaban la presencia de Aladín en el edificio. Por último, sugería donar los 50.000 euros a Open Arms, una ONG que se encargaba de rescatar a inmigrantes a la deriva.

Aladín revisó los datos y pulsó el botón de aceptar. GENIUS respondió, como siempre: "Deseo concedido".

Jàfar gruñó algo desde el suelo.

–¡Me las pagarás!

Jasmin apretó con más fuerza su cabeza contra el suelo. Lo hizo hasta que oyó cómo dos patrullas de policía se aproximaban al locutorio.

–Venga, no se queje usted tanto. Y ustedes –les dijo a los agentes, nada más entraron en el local–, aligeren. Tengo una novela que terminar, y solo puedo hacerlo en este sitio.

Aladín se rio, mientras apartaba el ordenador. Haber vivido esa aventura con ella... En cierta forma, su mayor deseo había sido concedido. 


FIN

Aladín y el USB maravillosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora