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Jasmin observó cómo las pequeñas virutas de caramelo se zambullían en el café, al remover su frapuccino de vainilla. Le gustaba que Aladín la hubiera invitado a tomar algo. Hacía tiempo que lo estaba esperando. Sin embargo, seguía sin comprender por qué lo había hecho de un día para otro, y con un mensaje. Nunca se habían escrito. Siempre habían hablado cara a cara, en el locutorio. Quizás, pensó, quería decirle algo importante.

Aladín sopló sobre su taza de café turco.

–He decidido que voy a estudiar alguna carrera de letras –anunció–. Quería saber si me podías dar algún consejo.

Jasmin frunció el ceño.

–Creía que querías ser informático.

–¡Y lo sigo queriendo! Pero no está de más tener algo de cultura.

–Tú ya tienes cultura. –Jasmin sacudió la cabeza–. Aunque... ¡qué estoy haciendo! Me dices que quieres estudiar y parece que quiera desanimarte. Haces muy bien. La curiosidad por conocer mejor el mundo siempre es buena.

Aladín asintió.

–He ganado algún dinero extra y he decidido invertirlo en mi futuro. Pueda que en los próximos días consiga algo más... Pero de momento me da para poder dedicarme a estudiar los primeros cursos. Pediré hacer menos horas en el locutorio. E intentaré buscar algo mejor como informático, quizás con un proyecto propio.

Jasmin sonrió.

–Sueñas con muchas cosas, Aladín.

Aladín bajó la mirada; de hecho, solo soñaba con una. Miró a Jasmin. ¡Le parecía tan hermosa! Tenía la piel oscura, pecas y la mayoría de veces iba con unas enormes gafas gruesas y redondas que resaltaban sus fabulosos ojos marrones. Le gustaba su pelo, rizado, y las formas en las que se lo sabía peinar. Esa tarde llevaba dos moños y vestía un mono de tejano ancho. Había entrado en Starbucks con los apuntes de Ética bajo el brazo y un bolígrafo en forma de tigre detrás de la oreja. Se habían sentado en una de las mesas del piso de arriba, cubierto por una enorme alfombra. Estaban junto a la ventana.

–Estudiar... Siento que me espera un mundo ideal, ¿sabes? Donde las cosas que siempre quise van a ser posibles –dijo Aladín.

Jasmin rio.

–No te hacía tan idealista. ¡A ver si se me pega algo! Últimamente estoy un moco mosqueada con el mundo.

Jasmin enmudeció de repente. Se levantó y avanzó hasta la ventana. Algo en la calle llamó su atención.

–¿Qué ocurre? –preguntó Aladín.

Jasmin señaló a una pareja en la esquina del local donde estaba la cafetería.

–Ese hombre... Está amenazando a una mujer.

Aladín observó a la mujer a través del cristal. La conocía. Trabajaba como camarera en el Bazar y de vez en cuando el dueño le pagaba para que cantara alguna canción con una guitarra que guardaban debajo de la barra, algo que ella hacía muy bien y que sin embargo detestaba. Un hombre corpulento y vestido con una chaqueta de cuero le estaba chillando. Aladín no sabía quién era, pero le había visto merodear por las afueras del local. Parecía un tipo peligroso. Pensó en el morado en el ojo de Joaquín.

–Ahora vengo –dijo.

Y se marchó corriendo en dirección a la mujer, que en ese momento retrocedía para atrás, atemorizada. Jasmin pensó en llamar a la policía. Afortunadamente, en ese momento vio cómo Aladín convencía al hombre de que se marchara, lo que hizo de mala gana y sin bajar un dedo que mantenía en alto, con actitud amenazadora. En cuanto le perdió de vista, la mujer arrancó a llorar y se abrazó a Aladín. Él trató de tranquilizarla. Estuvieron algunos minutos charlando. Al cabo de un rato, miró hacia la ventana y le señaló el móvil a Jasmin, que cogió el suyo. Aladín le había enviado un mensaje:

"Voy a acompañarla a la comisaría a poner una denuncia. ¿Puedes ir al locutorio y avisar a Rashid?".

Jasmin se marchó a toda prisa hacia allí. Sabía cómo era Rashid: comprensivo con muchas cosas, pero muy estricto con los horarios, tanto con los clientes como con los trabajadores. A ella misma la había echado un par de veces del locutorio a la hora de cerrar, pese a haberle rogado que le dejara quedarse cinco minutos más, mientras bajaban la persiana, para terminar un capítulo. Aquel día Rashid debía tener alguna inquietud más, porque cuando Jasmin le contó lo que había ocurrido y que Aladín iba a llegar tarde, el hombre le respondió, airado:

–Pues tendrás que quedarte tú hasta que vuelva. Yo tengo que ir al gestor. Es fin de trimestre.

–¿Yo?

–Sí, claro. ¿Tienes algo más que hacer?

Jasmin se encogió de hombros. Era viernes por la tarde y no había nadie en el locutorio. Por otra parte, los clientes que solían venir eran los habituales. Pensó que si tenía algún problema con la caja registradora o el datáfono, siempre lo podía apuntar para que Aladín lo solucionara en cuanto llegara.

–De acuerdo –dijo.

Al cabo de diez minutos, y ya sola en el locutorio, Jasmin miró inquieta el reloj. ¿Y si a Aladín y a aquella mujer les había pasado algo? ¿Y si el hombre los había acorralado de camino a comisaría? Intentó sacarse esos pensamientos de la cabeza. En ese momento sonó la campanita de la entrada. En la puerta estaba un hombre elegante con traje, que se acercó hasta el mostrador.

–Buenos días –saludó Jasmin.

–Buenos días. Mi nombre es Alfons Jàfar. Quisiera recuperar algo que creo que me dejé ayer por la tarde. 

Aladín y el USB maravillosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora