El viento de febrero anunciaba su llegada, y la fría brisa se entretenía jugando con la ondulada cabellera de la joven enfermera mientras caminaba por las calles de Chicago que la llevaban de regreso a casa. Recorriendo el mismo camino de todos los días, y como ya era costumbre, esquivaba a los niños que corrían por la acera, pasando por la barbería del viejo Jeff, quien siempre le sonría a Candy a través de la vidriera mientras atendía a algún cliente. Más adelante la señora Beth barría la entrada de su comercio y, al ver a la joven, le obsequió varias unas manzanas en agradecimiento por haber salvado a su pequeño de una espantosa fiebre. Las bocinas de los coches, con un ligero toque a blues resonaban como si fueran la orquesta que musicalizaba el ambiente de la ciudad.
Paso a paso, parecía que Candy repetía cada uno de sus días como un eco del anterior, entre las mismas calles, los mismos rostros y los mismos gestos amables que, aunque reconfortantes, a veces la hacían preguntarse si su vida estaba destinada a seguir siempre el mismo compás.
La rutina había sido su mejor aliada en los últimos meses. El despertador sonaba a las 05:30 cada mañana, seguida de una ducha rápida. Elegir un atuendo no era un problema; el uniforme le evitaba muchos apuros. Un desayuno práctico consistía en tomar alguna fruta de la mesa... si es que no estaba echada a perder. Nada que un café en el consultorio del Dr. Martin no resolviera, aunque siempre revisaba que no contuviera algo más que azúcar, pues los gustos del doctor eran bastante peculiares. Y entonces comenzaba la mañana en aquella pequeña clínica, realizando curaciones, aliviando malestares y atendiendo pequeños. No era el mismo ajetreo del hospital y, sí, lo extrañaba. Pero cuando el reloj marcaba las seis, volvía a casa, a su pequeño departamento en la calle Magnolia, aquel donde su verdadera independencia había comenzado. Aunque Albert se había marchado, ella había decidido quedarse. ¿Había sido un error? ¿O quedarse también significaba seguir adelante?
La rutina hacía todo más fácil, la ayudaba a olvidar. No es que despreciara sus propias memorias, simplemente estaba cansada de vivir entre recuerdos. Pero los días pasaban y todo seguía igual. Y ella se sentía tan sola.
—¿Cuántos años van ya, Anthony? —susurró mientras sus ojos se posaban en la chimenea, donde siempre tenía su retrato junto al de Stair—. Lo que daría por oír tu voz una vez más... Pero tendré que conformarme con darle un beso a tu fotografía. ¡Oh, vamos, no me mires así, Stair! Sabes que también hay uno para ti. Buenas noches, mis amados paladines.
Es noche, Candy se recostó tratando de encajar las piezas de su vida, constantemente sentía su corazón latir con fuerza, diferente a la emoción de un dulce del amor, sino el torbellino angustiante de una inquietud que no la dejaba en paz. Las imágenes de su pasado la atormentaban constantemente, era como entrar en una espiral hacia la locura de su dolorosa lucha, pero en esa obscuridad de la noche había una luz que recientemente había notado, eran imágenes que no la atormentaban; por el contrario, provocaban sensaciones que hacían sentir mejor a su cuerpo y alma. Mientras su cabeza daba vueltas en su almohada, su mente evocaba la noche de Año Nuevo, cuando no tuvo que besar a cierto paladín a través de un retrato. Aquello había sido real. Y aunque el momento había sido tan efímero, aún percibía el olor de su cercanía, el sabor a dulce de sus labios muy parecido al agridulce de una fresa.
Si bien aún no se reponía a las heridas de un corazón roto, admitía que el apoyo constante de Archie, también lo fortalecía. Y tal vez fue esa sensación la que la hizo sentirse cautivada. Trató de regresar a su realidad y no pensar en él de otra forma que no fuera como el mejor amigo que ha tenido a su lado en estos momentos. Pero había algo que la invadía tanto como aquel rayo de luna que entraba por el ventanal de su cuarto, era "la curiosidad".
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Como cada tarde, después de salir de la clínica del Dr. Martin, Candy emprendía su habitual caminata a casa. Una vez más la misma calle, los mismos niños, la señora Beth, el señor Jeff. Todo en su mismo lugar, como una pintura que ella repasaba a diario. A veces con tonos alegres, y otras veces simplemente pasaba de largo.
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LOS AMANTES RECURRENTES
FanficEste ARCHIEFIC fue creado para la GF2021 y como parte de una continuación a mi fic Errores para el fin del mundo. La historia se encuentra basada en los personajes creados por Keiko Nagita de Candy Candy. 🎨 Art de portada creado por @PatyAndrew