1

46 5 2
                                    

Hacía frío. El invierno azotaba sin piedad. La guerra había arrasado de la peor forma, puesto a que por todas partes era notoria la escasez y la discordia. Las calles estaban vacías, melancólicas. Era como si hubiesen retrocedido muchos años en el pasado, porque todo lo que conocían se había esfumado, se había escurrido entre sus manos.

No importaba ya, ahora que había una crisis, nadie podría permitirse ciertas cosas, y de hecho, incluso podría considerarse el tener alimento en la mesa como un lujo.

La situación era realmente terrible, y éso no paraba de sonar en la mente de México. Una y otra vez, se daba cuenta de cuánto estaba sufriendo esta gente, y de cuánto estaba sufriendo su gente también.

Eso si podía todavía decir "su gente" dado a que, tras la disolución de la ONU, la división territorial había cambiado totalmente, por lo que, la República Mexicana ya no le pertenecía, y ya no representaba al país como tal, sino que su actual y único propósito era aportar lo suficiente en la guerra como para terminarla. Quizá no pronto, pero sí con éxito.

Los pronósticos señalaban a que aquello tomaría años, pero la esperanza nunca moría dentro de él.

Miraba nervioso ambos lados de la calle, mientras realizaba su turno en la vigilia.  Y seguía sin poder dejar de pensar en ello.

Desde siempre, se había preocupado por los demás. Tenía un corazón bondadoso, y odiaba cuando alguien sufría, siempre hacía lo posible por ayudarle.

Le dolía el corazón de pensarlo, de pensar que muchas personas, hoy en día, enfrentaban la situación. Él realmente quería que todos estuvieran siempre bien; deseaba cuidar a todos los que le rodeaban y pelear por ellos.

México tenía un gran corazón, y éso era más que notorio.

Miró las calles vacías, de nuevo, con melancolía, y se preparó para irse una vez que el sol se había puesto. Su turno había terminado. Más sin embargo, un ligero ruido, de crujido de hojas, lo puso alerta.

Volteó hacia el lugar de donde provino dicho sonido, y se dió cuenta de que un pequeño niño lo observaba.

El pequeño, en el instante en el que notó la mirada del país, se encogió en el piso, cubriendo su rostro con sus diminutas manos.

México se acercó, curioso, pero lentamente.

-¿Estás bien? - preguntó, cauteloso, y con la voz más suave que pudo.

-¡Por favor no me haga daño! - respondió el pequeño, temblando, cubriendo con más fuerza su cuerpo.

-No te haré nada, pequeño, de verdad.- respondió México, y le sonrió, a pesar de que éste no pudiese ver su sonrisa.

El niño poco a poco alzó la mirada, aterrorizado, y fijó sus ojos celestes en el chico de la bandera tricolor.

-De verdad no te haré nada, puedes confiar en mí.- puso una mano en su hombro con suavidad-

El niño asintió, y se descubrió totalmente con lentitud, dándole a México la oportunidad de analizarlo.

Diminuto, de tez pálida, tan pálida que parecía nieve. Cabello rubio, casi blanco, ojos celestes, y pequeñas pecas en las mejillas.

El niño lucía más bien como un ángel, y éso enterneció bastante a México.

-¿Qué haces aquí, sólo?- preguntó, siempre procurando sonar tranquilo.

-E-estaba buscando a mi m-mamá...- respondió el niño, asustado, comenzando a llorar lentamente.

-Tranquilo, ¿quieres que te ayude a buscarla? -

𝐊𝐚𝐥𝐞𝐯𝐢. [𝐑𝐮𝐬𝐦𝐞𝐱]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora