-¿Y qué le pasó? —se interesó mi hermanita mientras que jugaba a taparse con la sábana.
-Siempre había sido reservado y cerrado. Cuando por fin intentó abrirse, le hicieron daño —recordé con tristeza mientras que me metía en la cama.
-Sí, esa historia ya me la sé —Raquel se frotó los ojos del sueño— Ya me contaste que estaba mal y que lo ayudaste. Le diste luz a su vida cuando estaba completamente apagada... Empezasteis a ser amigos y todo ese rollo... Pero, ¿por qué estaba tan tan mal? ¿qué es exactamente lo que le dolió tanto?
-Pues verás —se trazó una sonrisa triste en mis labios— A veces a base de desilusiones uno acaba con el corazón roto.
-Siempre pensé que vosotros dos acabaríais juntos —se rió, intentando desviar un poco el tema— No sé por qué. Pienso que pegáis bastante. Os shippeo.
-Raquel, ya sabes que es mi mejor amigo, no digas estupideces —le regañé a la vez que ponía los ojos en blanco.
-Bueno, pero prueba a encontrarle moza o algo —se burló.
-Nah, qué pereza. Además, no quiere nada con nadie. Dejó de creer en el amor hace mucho tiempo —dije mientras que mi boca se abría, bostezando— Es tarde ya, descansa princesa.
-Buenas noches, que duermas bien Laura —se despidió mi hermana.
Quizás mi relación con mi hermana no era la mejor. Nos peleábamos con frecuencia, la niñata siempre robando ropa y dando por culo... Encima, teníamos que compartir cuarto... Pero aún así, la soportaba demasiado bien. Era fácil hablar con ella y aunque fuese dos años menor que yo, tenía una mentalidad mucho más madura que el resto de los de su edad. Nuestras charlas nocturnas eran lo mejor, nos contábamos todo y nos echábamos una mano con nuestras rayadas. Quizás no perfecta, pero si que era única.