Estaba frente a la puerta. La lluvia caía y caía. Vaya, tardaba bastante en contestar el telefonillo... Había sido una estupidez ir allí. No iba a abrir. Cuando iba a rendirme y darme la vuelta para volver a mi casa, se me ocurrió algo. Era una idea un tanto psicópata y descabellada, pero... ¿qué más da?
Fui hacia el patio que quedaba entre nuestras casas. Me agaché para coger una piedra del césped. Levanté la mirada hacia la ventana del vecino. Laura estás loca. Tenía una piedra en la mano. ¿Qué estaba apunto de hacer?
Me puse a tirar piedras hacia la ventana. Soy una maldita enferma mental, lo sé. ¿Qué pensaría cualquiera que me viera? Me había encabezonado. La persiana estaba bajada, por lo que mis diminutas piedras no romperían el cristal. Sólo haría ruido y molestaría hasta que me hiciese caso. Una piedrecita, y otra, y otra...
Y sí, me hizo caso. Parecía mentira, pero así fue.
-¡¿Qué cojones haces puta loca?! —gritó enfadado asomándose tras subir la persiana.
-¡Déjame cargar el móvil! —le supliqué.
El chico soltó un pequeño chillido de la desesperación. Me acaba de conocer y le tenía harto. Normal Laura, normal. Le acabas de acosar tirando piedras a su casa, ¿qué te esperabas?
-¡Vas a despertar a todo el vecindario! ¡Menos mal que no están mis padres! ¡Ya bajo! —me mandó a callar. Él es el que había empezado a gritar, irónicamente.
Anduve hacia la puerta otra vez. Esta vez sí me abrió.
-Hola, soy Laura, vivo en la casa de al lado —me presenté burlonamente tendiéndole la mano.
Al fin tenía a ese chico tan misterioso enfrente mía y podía apreciar su rostro. Era delgaducho y bastante alto, lo bastante como para que tuviera que levantar la cabeza para mirarle fijamente. No pude evitar fijarme en su profunda mirada de ojos verdes, cubiertos por preciosas pecas alrededor, que también adornaban el resto de la cara, en especial la zona de la nariz y los pómulos. Tenía la capucha de su sudadera negra puesta y se podía asomar desde ésta su hermoso ondulado pelo castaño revuelto. A ver, no voy a mentir, mal físico el chaval no tiene.
-Eres ridícula. Tienes suerte de que no llame a la policía —respondió mirándome de arriba abajo con desprecio y me tendió la mano— Yo Dani. Diría que es un placer conocerte Laura, pero que vengan a tirarte piedras a tu casa a estas horas de la noche no es algo muy corriente ni que me pase todos los días como comprenderás...
-Ya bueno... —contesté medio pícara— Verás, he visto que curiosamente tienes electricidad y casualmente yo tengo un móvil que necesita ser enchufado, así que si no es mucha molestia me preguntaba si cederías a dejarme pasar y cargarlo.
-No es tan difícil subir los magnetotérmicos. ¿De verdad que soy el único que sabe hacerlo? —se quejó llevándose la mano a la cabeza.
-Pues no sé como hacerlo ni donde están, por favor déjame cargarlo en tu casa —volví a pedirle.
-Está bien —dijo a regañadientes— Te dejo cargar el móvil, pesada. Pero te irás cuando la batería se cargue a la mitad —puso como condición.
-Gracias vecinito —dije sonriendo tras salirme con la mía.
Dani se echó a un lado de la puerta dejando que pudiera entrar. Una vez dentro, me señaló el pequeño sofá de la entrada con un enchufe al lado, indicándome que me sentara. Me apoyé cerca de uno de los brazos del sofá y saqué el cargador del bolsillo de mi sudadera. Por fin mi móvil estaba cargando. Él se sentó junto al brazo contrario mirando su móvil y poniendo los pies sobre una pequeña mesa frente a nosotros.
Puse mis manos encima de mis rodillas y jugaba con ellas mientras que miraba el suelo. ¿Y ahora qué? El móvil tardaría en cargarse. Sería una incómoda eternidad estar allí sin articular palabras.
-¿Oye, estás bien? —me preocupé recordando la música triste, su mirada perdida...
-Has venido a cargar el móvil, no para fingir que te importa mi vida —respondió cortante.
Abrí la boca para intentar decir algo, pero me arrepentí y la cerré, quedándome callada. Algo me decía que le pasaba algo y no estaba bien. Encendí el móvil para ver cuánta batería tenía. Sólo un cuatro por ciento.
-Aún queda bastante para que llegue a cincuenta —insinué desviando mi mirada hacia donde él estaba.
-¿Y? —respondió con sus ojos fijos en la pantalla de su móvil.
-Vamos a hablar de algo —insistí.
-Joder qué pesada... —Dani puso los ojos en blanco— ¿No te vas a callar hasta que te diga algo verdad?
Negué con la cabeza. Dani suspiró.
-No te conozco de nada y seguramente me arrepienta de contarte esto. Pero voy a confiar en tí porque necesito a alguien a quién contarle cómo me siento y estoy muy solo —volvió a tragar aire. Noté como se esforzaba para no caer en llanto.
-Aquí estoy —le contesté con sinceridad.
-Pues no, no estoy bien, creo que lo has notado —explotó.
-Bueno si te sirve, no sé que es lo que ha pasado pero puedo escucharte e intentar animarte —traté de consolarle. Él inspiró lentamente.
-La que era mi novia me ha puesto los cuernos —las lágrimas brotaron de sus tristes ojos.
-Jo lo siento mucho, quizás no debería haber preguntado —me sentí culpable por verle llorar.
-No Laura, no pidas nunca perdón por algo que no es tu culpa. Hazme caso —me detuvo.
-Tú tampoco tienes la culpa y eres el que sufre —le respondí y se quedó en silencio unos segundos.
-Porque coño, ella a mí sí que me importaba —hizo una breve pausa— y me sigue importando. A mí lo que me jode es que después de todo lo que pasamos juntos me hiciera eso y que le importara una mierda —se le quebró la voz— Al principio todo era espectacular, la pareja perfecta muchos pensaban. Pero poco a poco la relación empezó a ser tóxica. Era súper celosa. Me dio a elegir entre mis amigos o ella y yo como un tonto la elegí a ella. Porque yo sí que le quería. Y mírame, ahora estoy solo.
-Joder... —no sabía que decir, sólo escuchaba. Me estaba dando mucha pena.
-Ella siempre estuvo rodeada de amigos, yo en cambio los perdí para seguir con ella. Yo era el que siempre daba y nunca recibía. Nunca la traté mal, me preocupaba siempre por ella y me ocupaba de que fuese feliz... Y va y me engaña con el primer pavo que encuentra —siguió explicando.
-Esa chica no te merecía. Fuiste demasiado bueno con alguien que lo único que hizo fue tratarte mal —dije acercándome a él.
-Lo peor es que sigo enamorado de ella y lo odio. No quiero conocer a nadie más. Nunca encontraré a ninguna como ella ni querré a nadie de la misma manera ni con la misma intensidad que como hice con ella. El amor es una mierda —terminó entre sollozos.
El chico estaba completamente destrozado por dentro. Le miré con cara de lástima, no dije nada. No iba a dejarlo así. Me prometí ayudarle, no podía verlo de esa manera. Me limité a abrazarlo. Uno de esos abrazos que de vez en cuando hacen falta y te dicen "todo va a estar bien", sin necesidad de expresar palabras.