Capítulo 4

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Carla y yo somos las únicas chicas de nuestro grupo de amigos. No es que seamos poco femeninas o que queramos llamar la atención de los chicos, como muchos pensarán.

Antes, teníamos un grupo de amigas con las que nos juntábamos desde el colegio. Pero a raíz de que entráramos al instituto empezaron a cambiar mucho y a comportarse de una manera distinta a la habitual. Siempre querían llamar la atención y caer bien a todos, intentaban ser "populares". A medida que transcurría el curso, cada vez me dejaban más de lado y pasaban de mí. Cuando preguntaba de quedar, solían dejarme en leído o decir que no podían. En más de una ocasión, cacé sus mentiras encontrando a algunas de ellas en la calle cuando supuestamente no podían salir.
Yo no era tonta, me daba cuenta de todo eso, pero habían sido mis amigas por mucho tiempo y no quería perderlas. Cambié de opinión cuando Carla se sinceró conmigo y me contó lo que de verdad estaba pasando. Le hicieron chantaje, mi mejor amiga debía ocultármelo o si no contarían cosas personales suyas y no seguiría permaneciendo al grupo. Ella no estaba de acuerdo ni le parecía bien lo que estaban haciendo esas chicas. Habían hecho un grupo sin mí. Simplemente, de un día al otro, después de tantos años, decidieron que yo no les cuadraba, que no encajaba dentro de su grupito. Decidimos cortar por lo sano y dejar atrás esas amistades tóxicas que no nos hacían nada de bien. Ambas nos alejamos de ellas.

Sabemos que no todas las chicas son así, nosotras tuvimos mala suerte y nos tocó lidiar con unas "amigas" que nos hicieron bastante daño. Nos costó y nos dolió separarnos de ellas. Habían sido nuestras amigas durante mucho tiempo, pero fue lo mejor que pudimos haber hecho.

Mi amistad con Carla se ha ido fortaleciendo a lo largo de los años y por todas las dificultades que hemos pasado y afrontado juntas. Ella es la que me ayuda a ser fuerte cada día. Si no fuese por ella, si no hubiera tenido el valor de separarse de esas chicas, lo más seguro es que me hubiera quedado completamente sola y más aún con lo que me cuesta socializar y conocer gente nueva.

Para nuestra suerte, nuestros nuevos amigos son la ostia.

Coincidimos en la feria al terminar segundo de la ESO y como nos llevamos genial, comenzamos a quedar con ellos de vez en cuando. Somos todos de la misma edad. Cada vez que nos juntábamos era una pasada lo bien que lo pasábamos y queríamos volver a vernos pronto de nuevo. A día de hoy, nos cuidamos y apoyamos entre nosotros, somos una familia.

Nos ven como dos "chicos" más de la pandilla, no nos diferencian del resto por ser chicas. Estar con ellos significa diversión asegurada, incluidas esas interminables tardes en las que no puedes parar de reír, al punto en que te duele la barriga o acabas llorando. Nunca nos aburrimos. Son increíbles.

Ese día, tras arreglarnos en casa de Carla, salimos y nos encontramos con nuestros amigos en la plaza en la que siempre acordábamos vernos. Como de costumbre, llegamos tarde. Nada nuevo. Ya todos estaban acostumbrados, así que ni se hacían los sorprendidos.

Allí estaban Hugo, Pablo, Manu y Álex.

Hugo es el más alto. Tiene gafas, ojos azules, rizos rubios y una preciosa sonrisa. Es ágil de mente y se podría decir que es superdotado o algo por el estilo. Puede parecer una persona seria a primera vista, pero es un amor.

Pablo es el de ojos azules y pelo moreno rizado. Le gusta jugar baloncesto en su tiempo libre y adora a su precioso gato negro. Es un chulo y un fuckboy, pero se le quiere porque tiene un muy buen humor y siempre nos reímos con él, es muy divertido. Aunque parezca que no, tiene un gran corazón.

Manu es el más moreno de piel. Tiene cara redonda, pelo castaño claro y bonitos ojos marrones. Juega al fútbol y es fan de los videojuegos. Tiene un pastor alemán. Es el más majo y el que siempre se atreve a hacer locuras.

Álex es el pelirrojo. Tiene piel clara repleta de pecas y ojos azules penetrantes. Es skater, o sea que es maravilloso. Y bueno... Álex y yo... es complicado. Digamos que estamos de tonteo, pero nada serio. Es muy mono conmigo, me trata súper bien y se preocupa mucho por mí. Disfruto de su cercanía y su cariño.

-¡Buenas chicos! —saludó Carla a nuestros amigos sentados en un banco.

-Holaaa, perdón por la tardanza —saludé yo también acercándome a ellos.

-Hola chicas —contestaron Pablo y Manu al unísono sin prestar mucha atención, estaban jugando a algún juego juntos. Ellos dos son mejores amigos.

-No puede ser, sólo quince minutos tarde, ¡nuevo récord! —rió Hugo, mientras que el resto le acompañaba con aplausos.

-Holiii —dijo Álex a la vez que se levantaba para, cariñosamente, darme un tierno abrazo.

El resto también se levantó del banco y juntos fuimos dando un paseo hasta el supermercado a comprar comida. O bueno, eso es lo que la mayoría hicimos. A Pablo y Manu a veces les daba por robar chuches, chicles... Son a los que se les suelen ocurrir las ideas más locas y los que casi siempre la lian.

Más tarde fuimos a un parque donde había muchos niños pequeños y nos pusimos a jugar fútbol con ellos. El plan original de Manu era llevarnos el balón cuando no miraran, pero no se pudo.

-¡Buena, Laura! —gritó Pablo sarcásticamente cuando conseguí quitarle el balón a un niño de unos ochos años.

Yo suelo ser buena en los deportes, pero en fútbol soy ridículamente mala.

Hugo estaba como portero. Un crío me empezó a agobiar persiguiéndome y decidí pegar una fuerte patada al balón para intentar marcar un gol, pero no calculé bien y acabé dejando tuerto a mi amigo en portería.

-¡Gol de Morata! —se oyó Manu desde la otra parte del campo de fútbol.

-¡Buenísima, Laura! —Carla aplaudió.

-Jo perdón, ¿estás bien? —corrí hacia él, intentando contener la risa. Pobrecito, le di un balonazo en toda la cara. Menos mal que se había quitado las gafas para jugar...

Unos enanos vinieron corriendo a por el balón y siguieron jugando como si nada.

-Estoy bien, estoy bien, solo me arde la cara —contestó sarcástico, con la mano cubriéndose el rostro. El tono en su voz no me dejaba claro si estaba riendo o a punto de llorar.

-¡Hugo, tremendo portero! —se descojonó Álex.

-¡Ha parado la pelota con la cara! —los niños pequeños se meaban de la risa.

-¡En toda la jeta! —soltó uno de tres años.

Ese día nos fuimos pronto a casa, ya que era domingo y al día siguiente había clase. Álex me acompañó a casa. Íbamos solos por el camino cogidos de la mano, hablando de nuestras cosas, riéndonos del patético partido de fútbol... Me sentía a salvo y segura con él.

Cuando llegamos a la puerta de mi casa le abracé para despedirme de él, apretándome fuerte contra su pecho. Álex me siguió con un abrazo de oso, haciendo presión hacia él, provocando que me tuviera que poner de puntillas para poder alcanzarle y conseguir acurrucar mi cabeza sobre su hombro. Separé mi cabeza de su hombro y aún pegada a él, alcé la vista mirando su dulce rostro fijamente. El chico hizo lo mismo y se quedó mirando. Me cogió suavemente de la barbilla y acariciándola me acercó a su cara dándome un tierno piquito.

-Hasta mañana princesa —se despidió con una sonrisa.

-Nos vemos en clase, —saqué las llaves para abrir— buenas noches Álex —terminé diciendo con voz de bebé.

𝐂𝐨𝐦𝐨 𝐚 𝐮𝐧 𝐡𝐞𝐫𝐦𝐚𝐧𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora