01.Primavera

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Cuando la primavera empezó a hacerse notar en la ciudad, Sesshōmaru estaba observando su habitación pintada de blanco, parado en el umbral de la puerta, observando la luz que empezaba a filtrarse por su ventana. Su habitación nunca había tenido muchas cosas, pero las pocas ahora descansaban en cajas en el camión de mudanza.

Su madre estaba en el piso de abajo, todavía discutiendo con su padre los términos del divorcio. Había tanto conflicto entre ambos adultos desde que él tenía memoria, habían discutido por cosas simples, después discutieron por él, por el enfoque en sus estudios; su madre afirmaba que debía centrarse en sus estudios, ser el mejor.

Su padre, por su lado, le decía que debía encontrar algo que le apasionara, convivir más con niños de su edad, salir y disfrutar. Solía invitarlo también a algunas actividades al aire libre, Sesshōmaru nunca tuvo interés, desistiendo.

Sin embargo, el máximo conflicto llegó cuando su madre llegó afirmando que su padre la estaba engañando; lo había retado a negárselo. Inu le había pedido que se fuera a su habitación, él obedeció, aquella tarde había sido la primera —y última— cuando su padre lo auxilió con una tarea. Después de eso, todo empezó a cambiar en su entorno; su padre dejó de llegar a la casa y su madre empezó a hacer planes para volver a la casa que había compartido por años con sus padres.

Y ese día, dándole inicio a la primavera, estaba listo para iniciar una nueva vida lejos de aquella ciudad, de su padre quién estaba terminando de firmar los papeles del divorcio en ese momento. Su madre le había dicho que todo estaba listo para que iniciara clases lo más pronto posible. Él asintió, sin agregar absolutamente nada.

—Es hora de irnos —anunció su madre, desde el primer escalón.

Él no respondió absolutamente nada, solamente bajó las escaleras y siguió el camino hasta el automóvil donde su madre ya se encontraba esperándolo. Su padre salió segundos antes de que él pusiera un pie dentro del auto, volteó a verlo y se le acercó, abrazándolo.

—Te visitaré, Sesshōmaru. —Le prometió.

—Buen viaje —le dijo en cambio, observando el automóvil de su padre con lo que quedaba de sus pertenencias en cajas y que ocupaban los asientos de atrás.

Su padre asintió dirigiéndole una última mirada, entró en el automóvil, se puso el cinturón de seguridad y su madre —después de revisar que todo estuviera en orden y emitir una señal a la mudanza de forma muda— cerró la puerta del auto para después subirse ella misma y el carro empezó a andar, dejando cada vez más su antiguo hogar atrás.

Había vivido pocos años en esa ciudad, contrario a sus padres quiénes se habían establecido en ese lugar con el propósito de que su matrimonio, trabajos y su familia prosperara. Sesshōmaru sabía muy poco del negocio de la familia de su madre, tan sólo que estos deseaban tanto que la heredara, que siguiera la misma rama que ellos; su madre se había mantenido en un trabajo a distancia, pero ahora parecía realmente decidida a volver y tomarse su papel de heredera muy enserio.

Él no tenía nada que decir al respecto, ni siquiera el divorcio había sido consultado con él. Nunca escuchó a sus padres realmente pelear por nada más allá de la infidelidad de su padre y, después, los papeles del divorcio estaban sobre la mesa, su padre pareció de acuerdo con la mayoría de los términos porque había firmado. Su madre había hecho planes desde antes.

Antes de salir de la ciudad, un gran templo se alzó ante la vista de ellos; su familia nunca había visitado un templo juntos, de hecho, no había muchos recuerdos en su mente de actividades fuera de casa. Alguna visita a un cine, a algún museo o una excursión a las montañas con fines educativos. Pero nada como el gran templo que se fue perdiendo a medida que el automóvil avanzaba a través de la carretera.

Por años, la vista del gran templo se quedó grabada en su mente. Creció con la imagen del templo, de cualquier templo en su cabeza, como si sintiera que estaba siendo llamado a los mismos, que había algo que estos lugares pudieran ofrecerle que él no recordaba con exactitud. Visitó uno cuando estaba en la universidad, había sido una salida casual con su compañera de facultad: Rin. La chica le había insistido en que fueran juntos después de escucharlo hablar sobre el recuerdo firme y latente del templo en su cabeza.

Nada cambió cuando estuvo en uno, no se sintió llamado hacia ningún lugar; escuchó la historia de las personas que cuidaban del lugar, Rin lo hizo partícipe de algunas actividades, lo instruyó como una buena maestra y amiga que era. Aun así, la sensación de su pecho siguió perdurando, se formó como una especie de vacío que nunca pudo terminar de llenar a través del tiempo.

Cuándo finalmente llegó al fin de su vida, sintió un pequeño destello antes de partir, era una voz que le prometía que se reencontrarían antes del invierno; pero habían pasado tantas estaciones que Sesshōmaru no podía esperar más.

«La próxima vez», se dijo, antes de partir.

Estaciones [Sesshome] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora