04.Invierno

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Kagome tenía quince años la primera vez que visitó un templo junto a sus amigos, habían acordado verse en un sitio en específico, todos estuvieron de acuerdo y su madre le hizo prometer que no regresaría demasiado tarde, ella salió de su casa con verdadero entusiasmo y todo cambió cuando estuvo a la mitad de los escalones que daban al santuario; Sango la sostuvo cuando resbaló levemente, volteó a mirarla para preguntarle si estaba bien.

La chica asintió, lentamente, con sus ojos completamente desenfocados: había recordado. Era la primera vida en la que le sucedía antes de descansar eternamente, había recordado sus intentos anteriores dónde se habían encontrado brevemente o no lo habían hecho en absoluto. Pero recordó tener una promesa por cumplir.

—Estoy bien —le dijo, sonriendo, fingiendo una felicidad que no sentía plenamente.

El mundo era enorme, ella lo sabía. ¿Cuáles eran las probabilidades de encontrarse una vez más? Sesshōmaru podía estar cerca o, por otro lado, en la otra punta del mundo. Podían reencontrarse o no hacerlo, así como él probablemente no la recordaba, así como lo había hecho ella antes de subir aquellos escalones.

—Pidamos un deseo, señoritas —les dijo Miroku en medio del festival, Sango asintió, diciéndole que era una buena idea. Ella también aceptó y los tres se aproximaron.

«Quiero cumplir mi promesa» pidió aquella tarde, para después vaciar su mente en aquella ocasión: quería disfrutar de la compañía de sus amigos. Extrañaba a Sesshōmaru, por supuesto y deseaba encontrarlo, pero sabía que tendría que esperar un poco más. Lo suficiente para ordenar sus recuerdos, pensamientos e ideas. Además, había pasado cuatro vidas ya sin él, sin tener éxito, podría esperar solo un poco más en aquella ocasión.

Y si se estaban buscando mutuamente, tal vez alguno de los dos tendría éxito.

Kagome había nacido con un color de ojos bastante peculiar, era un color miel bastante bonito y llamativo, a veces se confundía con el marrón y siempre le pareció extremadamente hermoso, pero si lo pensaba detenidamente, el color le recordaba a lo...

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Kagome había nacido con un color de ojos bastante peculiar, era un color miel bastante bonito y llamativo, a veces se confundía con el marrón y siempre le pareció extremadamente hermoso, pero si lo pensaba detenidamente, el color le recordaba a los de Sesshōmaru en su primera vida. Se parecían a los ojos que había mirado durante años, los mismos que también la habían mirado y jamás habían envejecido como ellos dos; los mismos orbes donde se encontró muchas veces.

Cuando recordó, se encontró disfrutando y amando aún más de su color de ojos actual. Había cambiado alrededor de sus vidas, pero jamás le había tocado tener un rastro tan parecido al de Sesshōmaru; probablemente fuera una forma del destino de darle una tregua finalmente, sino lograba encontrar al otro en esta vida, tan siquiera podía decir que tenía un rasgo de él para recordar, un rasgo que no perdería y moriría con ella.

Por supuesto, recordar no había sido un boleto hacia la felicidad infinita, tampoco un boleto para reencontrarse con el que fue su esposo durante años. Fue más bien como... abrir una herida que creía estaba cerrada hacía mucho tiempo atrás, era un recordatorio constante que había una promesa sin cumplir en su vida, era buscar a alguien que no sabía si había renacido en el mismo tiempo que ella.

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