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— ¿Crees que sea niño o niña?... —Nayeon estaba recargada en la pared, sentada en la cama con las sábanas cubriéndole hasta la cadera.
Serían las seis de la mañana en sábado y ninguna de las dos tenemos grandes planes más que permanecer en casa todo el fin de semana como la feliz pareja que somos. Sí, las seis de la mañana de un sábado y Nayeon tiene la maravillosa idea de madrugar a meditar sobre la vida.
— Me gustaría que fuera niña y que se pareciera a ti, así con tus ojitos grandes y tus labios rositas, con su cabello muy oscuro y que cuando se levanten sus comisuras al sonreír muestre sus encías, así como tú lo haces con tu bonita sonrisa gomosa. ¡Oh! Y, y, que con mucha suerte, pueda tener algunos lunares en su rostro, como tú. Además sería genial vestirla con vestidos color pastel y peinarla con moñitos.
No pude evitar sonreír con los ojos cerrados al escucharla hablar tan ilusionada de un juego.
— Nayeon... —Intenté reprenderle para que guardara silencio de una vez y dejara dormir hasta por lo menos las doce de la tarde, una hora más sana.
— ¿A ti qué te gustaría que fuera? —La sentí moverse en la cama hasta quedar recostada nuevamente, con su cabeza pegada a mi nuca. Suspiré.
— Una mentira.
— ¡Mina! —Nayeon me golpeó la espalda y reí.
— ¡No lo sé, Nayeon! No me detengo a pensar en cosas que no pasarán.
— No seas tan cruel, contéstame. Sólo... Si pudiera pasar... —Insistió con voz suave, acariciando el lugar que antes había golpeado en mi espalda.
— Uhm, un niño. Todo terreno y de pilas.
— Eres una idiota —Nayeon rió. Me di la vuelta para quedar acostada y poder mirarla.
— Un niño igualito a ti, completamente. Con tu nariz pequeña y tu sonrisita de conejo, con tu voz melosa, molesta y todos tus malditos talentos. Que me grite como tú cuando olvide ir por él al colegio, que me haga pequeñas rabietas por ser un bebé caprichoso, que se queje de los desayunos quemados que intente hacerle, que llore porque metí su ropa blanca con la roja y se volvió rosa. Sería un buen hijo.
Nayeon no había dejado de sonreír ni un momento. Me abrazó recargando su cabeza en mi pecho y rodéandome con sus brazos.
— Te amo mucho.
— Yo también.
— Oye, ¿Y si son gemelos?
— Ya cállate.
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