Capítulo 2

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Adrien Agreste


Alguna vez leí en algún libro que: "El autoengaño es considerado una manifestación suprema del uso humano de la mentira y tiene estrecha relación con la generación de optimismo y esperanza". Para mí fue un golpe duro porque desde hace años no podía crearme una mentira, mi realidad era tan dura a la vez que decepcionante. Vivía una soledad terrible al estar encerrado en una jaula de oro dónde mi padre consideraba que tenerlo todo me haría feliz para ni siquiera pensar en salir, lejos de cualquier interacción que no fuera con los empleados que mi padre permitía dentro de la casa, a Nathalie y a mi guardaespaldas. Temía que en algún momento aquel encierro fuera tanto que incluso yo tuviera que comunicarme con el mundo exterior a través de una tableta.

Tantos días en los que intente escapar sin éxito...

Puedo llamarlo coincidencia, una enorme casualidad el que el maestro Fu llegara a mi vida ofreciéndome libertad, y todo a través de un anillo que me convertía en uno de los héroes de París, Chat Noir. Ese momento, la primera vez que me transformé, fue que mi autoengaño había comenzado, porque pensé que portar aquel miraculous me había otorgado una identidad que reprimía dentro mío, con un antifaz puesto podía dejar de ser el perfecto Adrien Agreste para convertirme en una persona bromista y juguetona, incluso alguien más valiente capaz de enfrentarse a los peores akumas. Y eso me llevó a creer de manera ingenua que ya no tenía que permanecer encerrado, que tener mis amigos me daría una forma de escapar porque por ellos muchas veces había mentido tan solo para pasar tiempo fuera de un horario estricto, había experimentado el amor de tantas maneras, uno platónico que jamás se daría hacia Ladybug, su rechazo se había grabado a fondo dentro de mí que la sensación de corazón roto era algo que no quería volver a experimentar jamás, y otro correspondido pero para el que no estaba listo, Kagami había sido una persona increíble, similar a mi en tantos aspectos de lo restringidas que eran nuestras vidas que se podría decir que era la chica más adecuada para alguien como yo y aún me dolía demasiado el haber arruinado nuestra amistad por mi cobardía, pero también estaba el amor de aquellos que en mis momentos más difíciles me habían brindado su ayuda, mis amigos más cercanos que podría decirse conocían al menos un poco más de lo que trataba de esconder, Nino, Marinette y Luka.

También tonto de mi creyó que quizá mi padre superaría la muerte de mi madre, esperando que aquella devoción que Nathalie le ofrecía fuera suficiente para que el quisiera rehacer su vida, a mi no me hubiera molestado, porque yo quería creer que eso haría que las sonrisas volverían a nuestro hogar. Anhelaba una figura materna y Nathalie había demostrado ser lo bastante capaz de cuidarnos a ambos desde que comenzó a trabajar.

Pero ahora me daba cuenta que había sido un completo idiota...

Hawk Moth y Shadow Moth eran las mismas máscaras que mi padre se había puesto justo como yo, unas máscaras que mostraban lo que quería esconder al mundo, un lado egoísta que buscaba reunir a una familia rota aún a costas de la vida de un puñado de extraños. A veces, en esos momentos de los juicios, me preguntaba lo que mi padre se decía a sí mismo si es que llegaba a cumplir su deseo. Por esa razón no me había quedado de brazos cruzados, para obtener las respuestas, que en un impulso de valentía fui a buscar y esa fue la conversación más honesta que tuve con mi padre, separados por los barrotes dejando atrás las máscaras, cuando había podido verlo.



—Tiene diez minutos, no puedo darle más— me había asegurado el oficial mientras me dirigía a unas cuantas celdas.

El ambiente era frío y olía a humedad junto con algo de putrefacción, algunos presos estaban sentados en sus camastros a la espera de los juicios. Algunos lanzaban comentarios obscenos y groseros al pasar pero los ignoré, ni siquiera fui capaz de comprenderlos porque el sonido atronador de mi corazón era lo único que podía percibir. Estaba hasta la última celda, bastante vigilado aún a pesar de haber perdido sus habilidades, pero supuse que no querían correr riesgo alguno. Mi padre aún lucía su porte orgulloso, estaba sentado de manera elegante, con las manos juntas en su regazo, la espalda recta mirando al frente hacia la pared, como si estuviera analizandola, habria sido exactamente igual sino fuera por la camisa blanca simple y el pantalón holgado de color negro.

Melodía del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora