Capítulo 2:

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El sol se encontraba situado en su punto medio, ya que era mediodía, el calor que azotaba a los transeúntes de la metrópolis caraqueña era inminente y cruel.

Diana ya había terminado su agitada jornada de clases en la universidad. Ahora venía de haber recogido el traje de Jason de la tintorería para el evento de esa noche; él le había dicho que la pasaría buscando al salir del taller pero luego hubo un cambio de planes repentino que a ella no le agrado mucho.
En fin, estaba sentada en la parada del bus. Pacientemente esperando que alguno se dignara a detenerse ya que todos pasaban abarrotados de pasajeros malhumorados y acalorados.

A esta hora del día, la ciudad de Caracas arremetía contra cualquier tipo de paz existente; el estruendo de los carros, las bocinas y los otros miles de sonidos que una ciudad excesivamente poblada presenta hacía de todo aquello un ajetreo desagradable.
La Av. Bolívar, principal vía de la ciudad, era víctima eterna del tráfico casi que a toda hora. 

En un determinado momento las cosas se pusieron un poco más tensas; proveniente de la parte sur de la avenida, dos vehículos militares se aproximaban a una velocidad imprudente, pidiéndoles a los otros carros de la vía que cedieran el paso urgentemente, o de lo contrario pasarían por encima de ellos, al parecer.

Unas camionetas de color negro, grandes y elegantes, identificadas con el logo de la Fuerza Armada Nacional,  venían como si participaran en un rally de carreras.

Era un momento de mucha tensión y el sonido del alta voz y las cientos de bocinas hacían de todo aquello muy irritable. No era extraño el abuso de autoridad o el estrepitoso ruido, lo que llamó la atención fue la intervención de la Fuerza Armada en la ciudad a aquella hora del día.
Diana quería taparse los oídos y gritarles, insultarlos, pero pudo controlarse e ignoró eso (por más difícil que fuera). Los vehículos militares tardaron unos pocos minutos en saltarse el salvaje tráfico y avanzar hasta perderse sin dejar rastro.

Después de haber amainado su cólera luego de unos minutos; ahora por fin, la suerte parecía sonreírle a Diana, un autobús casi vacío se detuvo frente a ella. Sin pensarlo más de dos veces, subió los escalones y tomó asiento en uno de los primeros puestos de la unidad. Abrió la ventana para que entrara aire. Se recostó del asiento y exhaló un suspiro de alivio mientras una relajante canción comenzaba a escucharse en la radio del autobús.

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—Pásame la llave de tuercas. —mientras se secaba el sudor de la frente

—¡Toma! —le estiró Jason.

—Esa no, la otra. —ordenó David.

Jason era un muchacho muy astuto e inteligente, un digno estudiante pero eso sí, sus conocimientos no abarcaban nada respecto a mecánica o herramientas.

—Vamos, David. Me habías dicho que el auto estaría listo para hoy, lo necesito. —dijo Jason algo decepcionado.

—¿Y quién te dijo que no lo está? Estás hablando con el mejor mecánico de la ciudad, amigo mío. —expresó mientras apretaba unas tuercas.

—¡Vaya, ya era hora! —acotó satisfecho.

—Bueno, no está del todo listo, solo le faltan pequeños detalles que terminaré después, nada crucial. Pero sí está en condiciones para que lo puedas usar hoy sin problemas.

—Perfecto, hombre. Ahora te debo una.

—¿Una? Me debes unas cuántas —chistó— además, por la cara que tienes no creo que me vayas a pagar hoy, ¿no?

—Claro que lo haría, pero, como tú has dicho... "Aún no está listo". —respondió Jason haciendo ademán de despedirse.

Jason y David se conocen desde el primer grado, estudiaron juntos hasta terminar secundaria. Son grandes amigos, casi como hermanos.
En su historial amistoso, han pasado varias experiencias, como aquella pelea que una vez tuvieron contra unos muchachos de otra escuela, competencias por quién conseguía más chicas, entre otras cosas más...

David es de piel morena, generalmente viste con franelas sin mangas que exponen sus formados y musculosos brazos. Tiene un tatuaje que comienza desde el hombro derecho y llega hasta la muñeca. Su cabello largo casi hasta los hombros y también sus otros tatuajes, le dan un aspecto un tanto rebelde y libre, muy propio de su personalidad.

Al graduarse de secundaria, Jason decidió dedicarse a estudiar medicina en la Universidad Central, mientras que David optó por abrir su anhelado taller mecánico mientras estudiaba también la Ingeniería Automotriz.

Rugió el motor, aceleró un poco para probar y luego le subió volumen al reproductor de música...

—Nos vemos a las 7:00 pm, no vayas a faltar. 
—Me habías dicho que era a las 6:00 pm. —dijo David confundido.
—Sabes que la puntualidad no es parte de nosotros... —se despidió Jason marchándose en su auto.

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—Es de urgencia vital informar a los civiles acerca de esta amenaza. Ya no hay vuelta atrás, se está propagando de manera impresionante, señor.

—Sé que deberíamos, —dijo mientras acariciaba su bigote de pinceladas blancas— pero ya es un hecho de que el parásito ya ha contagiado quizá a más de la cuarta parte de la población. En estos momentos todos los puertos navales y aeropuertos están estrictamente cerrados.

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó intrigado.

—Exactamente lo que usted deduce, capitán.

—Señor, pero no podemos dejar a los civiles expuestos en el país con ese parásito suelto en el ambiente.

—Pero tampoco podemos permitir que algún contagiado abandone el país y así el parásito se disperse fuera. Además, yo no decido esto. —concretó el Cnel. Suárez en un tono indiferente.

El altivo militar abandonó la sala en la cual llevaba a cabo la anterior conversación con el capitán de la brigada 16, encargada próximamente de cumplir con la misión de cerrar todas las fronteras existentes del país.

El capitán Edgar Clark era un mandatario de mucha experiencia y prestigio, ningún otro capitán, o funcionario militar de menor rango era capaz de cuestionar una orden directa por parte de él. En estos momentos se encontraban en una situación sumamente crítica tanto los mandatarios como cualquier otro funcionario. Necesitaban respuestas y otras posibles soluciones, ya que la tomada por el Gobierno había creado una revuelta en la sala de reunión efectuada la noche anterior. Una decisión fría, pero que prometía una solución efectiva contrario a lo que se pensaba: el abandono.

El militar dirigió sus pasos hasta una máquina dispensadora de café, sus ojos se mantenían fijos al suelo mientras recapacitaba lo ordenado; se sirvió uno sin azúcar y se sentó con los pies extendidos con intención de relajarse e intentar calmar los nervios que le agobiaban. Con un pañuelo que sacó de su chaleco se secaba las gotas de un sudor frío que le resbalaban por la frente.
Mientras que el cigarrillo en su boca recibía una profunda calada...

The OutbreakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora