Capítulo 4:

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—Papi, tengo mucho miedo. —sollozaba la pequeña.

—Lucía, tienes que obedecer a papá, no puedes salir de ese armario pase lo que pase. Yo estaré aquí y no dejaré que te hagan daño.

Un hilillo de sangre resbalaba por el labio inferior de aquel hombre, habrá sido por el golpe que se dio subiendo las escaleras o bien fue cuando resbaló y cayó cerrando la puerta.
Haya sido de una u otra manera, era lo menos que le preocupaba.

Vicente era un hombre ejemplar ante la sociedad, un buen esposo y buen padre. Jamás había sido capaz de levantarle un solo dedo a su mujer, según recuerda, pero algo que nunca podrá olvidar es lo que tuvo que hacer aquella tarde.
La decisión más terrorífica de su vida, asesinar a su esposa a sangre fría.

Sí, agarró su bate de béisbol y le propinó un batazo a su mujer que le voló los sesos. Y para un toque más siniestro, todo aquello ocurrió frente a la presencia de su hija.

Horas antes, su esposa había vuelto del supermercado. Llegó agitada y algo golpeada por una turbia que se formó de vuelta a casa.
Vicente la auxilió y reparó en unos rasguños extraños en su brazo, o más bien parecían mordidas, pero su mujer le aseguró que estaba bien, solo se sentía un poco cansada y con náuseas.

Él se encargó de preparar la cena mientras que su mujer tomaba una ducha.
El tiempo transcurrió; comió él, comió su hija, pero su esposa aún no salía de la regadera. Se acercó a ver qué sucedía, empujó la puerta y para sorpresa de él, la encontró desmayada.

Todo era extraño. Su mujer no tenía antecedentes de ningún tipo de enfermedades y los daños de la revuelta no podían haber ocasionado eso. Vicente intentaba atar cabos pero nada concordaba.
Su pequeña hija entró a la habitación también preocupada por su mamá.
Él tomó unos minutos y salió a hacer una llamada telefónica.

Vicente le marcó a varios familiares, pero todas las líneas telefónicas salían ocupadas.
Se comenzaba a impacientar. No tenía idea de lo que podría estar pasando con su mujer. Luego de intentar varias veces, logró hacer conexión con uno de los números. El teléfono repicaba. Vicente tenía su oído presto y concentrado cuando de repente escucha un grito desesperado proveniente del cuarto de su mujer.

Corrió lo más rápido que pudo por las escaleras y se dio un fuerte golpe con el pasamanos. Escupió saliva por el labio golpeado pero no detuvo su carrera.
Al pasar por la puerta vio a su mujer, su esposa, el amor de su vida, con la cual tenía diez años de casado y miles de momentos juntos; estaba de pie nuevamente. Pero, aquella mujer era diferente, tenía los ojos grises y los vasos sanguíneos rotos. Los labios tenían un rojo muy pálido y su piel era muy blanca, siendo ella trigueña.
La primera impresión fue espeluznante, y bajó su mirada por debajo de la cama, dónde estaba su hija escondida de su madre, se le vio muy asustada y gritaba aterrada.

—¡¿Qué sucede, Lucía?!

—Mami me quería morder, me estaba haciendo daño. ¡Ayúdame, papi!

Vicente camino hacia su esposa y le agarró por un hombro. La mujer dio medio vuelta de manera lenta y clavó sus ojos en él.
Le dio miedo, la imagen de su esposa era de terror. Intentó preguntarle qué diablos le sucedía pero ella no respondió, más bien sujeto el cuello de su marido con una mano e intentó morderlo en la garganta mientras se acercaba.
Vicente retiró las manos tan rápido como pudo y se alejó. Ella comenzó una marcha hacia él mientras berreaba y rugía como un águila herida. Se asustó aún más, pensó que su esposa se encontraba en un trance extraño o una posesión demoníaca tal vez. Tuvo que empujarla con gran fuerza y la mujer cayó lejos cerca de la cama.

The OutbreakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora