Me encontraba en nuestra habitación, toda adormecida, el despertador había sonado, eran las seis de la mañana.
Tenias que irte a trabajar.
Me gustaba levantarme contigo, prepararte el desayuno y juntos tomar la comida mas importante del día.
Te enojabas conmigo por despertarme temprano, ya que a las ocho me iba yo. Mientras yo te hacia un rico desayuno, tu te vestías. Recuerdo cada detalle.
Ponía mis manos sobre tu cara, despertabas y me dabas un beso, luego te dabas un baño y salías a vestirte.
Siempre vestías elegante, de traje negro o gris, la corbata te la ponías mientras caminabas a la cocina.
Me veías con tus hermosos ojos y tus manos en los bolsillos.
- ¿Qué pasa? – decía yo.
- No tienes porque levantarte, después ya no podrás dormirte.
- Si puedo, siéntate.
Ponía los cubiertos, enseguida servía el desayuno.
Me sentaba y te observaba comer, me mirabas muy enamorado.
Tus dulces ojos lograban erizarme la piel, y tú no lo notabas.
- Pondré el despertador a las siete y media, no me quedare dormida.
- Te llamare para que no te quedes dormida.
- Te amo.
- También yo, mm… aun me quedan 10 minutos.
- ¿10 minutos?
Me levante rápido y me senté en sus piernas, poniendo las mías alrededor de él, donde cabían perfectamente sobre el espacio que dejaba entre la silla y él.
- ¡Lo siento, te arrugare la ropa! – le decía mientras comenzaba a soltarlo y a levantarme.
- ¡No, no te quites! No me importa ir arrugado, me gusta sentirte cerca de mí.
- ¿Enserio?
- Si.
Mis ojos se llenaban de lágrimas, siempre me conmovía con sus palabras, no sabía la razón, quizá porque lo amaba.
Lo bese apasionadamente, con un gran fuego entre nosotros.
- Ya pasaron los 10 minutos – dije separándome de él.
- ¿Me estas pidiendo que me quede?
- No me interpondría entre tu trabajo.
- No juegues así conmigo – me dijo volviendo a besarme y poniéndose de pie, subiendo las escaleras, rápidamente baje de él y me separe.
-Tienes que ir a trabajar.
- ¡Siempre me dejas así!
Por mi cara cruzo una sonrisa malévola.
- Es para que recuerdes volver y terminar lo empezado.
- Volveré pronto.
- Te esperare – me acerque nuevamente a él y lo abrace fuertemente, besándolo tiernamente.
- Te llamare.
- Si, te amo.
- Te amo – sin decir mas lo vi salir por la puerta, antes de subir a su coche me dirigió una sonrisa y me mando un beso.
Espere a que llamara, pero no lo hizo, creí que se había olvidado.
Después de 5 minutos el teléfono sonó. El número era desconocido, la voz de aquel hombre era ronca, como si fuera de un adulto mayor. El cielo se me cayo, derrumbándome, dejándome inmóvil y adolorida.
La muerte de mi esposo me había dejado en shock, hace unas horas que había pasado besándolo y abrasándolo y ahora él estaba muerto.
Su muerte nunca la supere, lo ame demasiado y no pude amar a alguien mas, no tuvimos hijos; me había quedado sola, a mi familia muy apenas la veía, aun así nunca me di por vencida. Seguí trabajando y trabajando, en mis horas libres visitaba su tumba pero me reconfortaba que él siempre cumplía lo que prometía.
Solo esperaba a que volviera, quizá de camino a la tierra, se topo con algún obstáculo y por eso tarda tanto, mi esperanza no acababa.
Soñaba día y noche con encontrarme con esos bellos ojos, apreciar sus rasgos y guardar en mi corazón los momentos que solíamos vivir día a día.
Llegue a mis días mas negros, en el la vejez me mataba poco a poco, mis pulmones exhalaban y expulsaban el aire muy difícilmente, pasaba mas tiempo dormida, mi corazón latía cada vez mas lento. Me era muy difícil abrir los ojos y mantenerlos abiertos, hasta que un día, al abrirlos note una figura frente a mi, sus facciones eran masculinas. Al saber de quien se trataba, sonreí.
- ¡Regresaste! – pude decir.
- ¿Acaso lo dudaste?
- No, pero haz tardado tanto.
- Si, pero esta vez, tu vendrás conmigo y nos amaremos hasta la eternidad.
- ¡Eres joven! Yo soy una vieja que no puede ni caminar.
- A mi lado podrás hacerlo y tu juventud volverá, viviremos en un mundo donde nadie envejece y no hay dolor.
Tome la mano de mi esposo y caminamos a una bella luz, donde nos amaremos siempre.