Un nuevo hogar

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Capítulo 1

—Corre Andrea, corre.

Ella tropezó antes de esquivar a una mujer mayor en la calle. Saltó por encima de una caja abandonada en la acera y siguió corriendo con todas sus fuerzas.

—Te recuerdo que hace dos días dejé de usar las muletas—le chilló jadeando del esfuerzo y con la mano presionando su costado.

Fred se dio la vuelta y casi chocó con un hombre que le gritó enfadado. La tomó de la mano y tiró de ella ayudándola a avanzar más rápido. La gente se apartó escandalizada para dejarlos pasar e ignorando el sonido del claxon de un coche cruzaron la calle arriesgándose a que los atropellaran.

—Solo un poco más y estaremos a salvo—gritó el chico por encima del sonido de la ciudad.

La mochila golpeaba contra su espalda y le hacía más complicado correr.

No hacía más de media hora que habían dejado La Madriguera y habían aparecido en el callejón Diagón para llegar a la nueva casa tras una semana con los Weasley recuperando del todo la movilidad y convenciendo a Molly de que aquello era una buena idea.

En cuanto habían salido de Gringotts con algo de dinero para instalarse, la habían reconocido dos hombres vestidos de negro y la cara cubierta por una máscara. Una máscara que ya sabía a quién pertenecía y los problemas que traía.

Andrea se aferró a la mano del chico cuando el escaparate de una de las tiendas explotó en pedazos justo a su lado.

La gente a su alrededor gritó alarmada retirándose mientras ellos se cubrían la cara con los brazos. Andrea notó los pequeños cristalitos arañando su piel.

Llevaba la varita en el bolsillo de su chaqueta, pero no había sido capaz de sacarla. Había demasiadas personas en medio para tratar de dar solo a sus perseguidores.

—Joder, están cada vez más cerca—exclamó girando la cabeza y localizándolos entre la multitud.

Los dos hombres corrían con la varita en alto y sin detenerse, no se molestaban en esquivar a los transeúntes y los derribaban cuando se interponían en su camino.

Andrea alzó la mano con un golpe seco y el que iba en cabeza cayó al suelo quedándose atrás. Fred insistió en que se diera prisa, pero aflojó un poco el ritmo cuando vio su mueca de dolor.

A pesar de que la herida, según la enfermera había cicatrizado bastante bien, seguía sintiendo punzadas en el estómago cada vez que hacía un movimiento brusco, y correr no era algo muy suave y recomendable para ello.

Un segundo rayo pasó aún más próximo a sus cabezas e hizo que las puertas y ventanas del edificio a su lado temblaran. Andrea gritó y miró de reojo como el mortífago se acercaba.

Un haz de luz salió disparado de su varita justo cuando doblaron la esquina de la calle perdiéndose en un colorido mercadillo del centro de Londres.

Frenaron súbitamente y se escondieron tras un puesto de frutas, Andrea sacó la varita y le dio un toque a su melena volviéndola totalmente rubia. Pasó la mano por la cabeza de Fred y este se volvió castaño.

Lo suficiente para que el mortífago no se preocupara por identificarlos al ver que no tenían el mismo color de pelo.

Andrea colocó las manos en las rodillas recuperando el aliento y se arrancó uno de los cristalitos del brazo. Fred sonrió y se apoyó en la pared de una de las casetas respirando también entrecortadamente.

—Te queda bien el rubio.

La muchacha se apartó el mechón de la cara y sonrió dolorida. Iba a comentar lo raro que se veía él con el pelo castaño cuando vislumbró al mortífago caminado entre los compradores.

Andrea Bletchley y las reliquias de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora