Capítulo I: Dixon.

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La torre de guardia estaba tranquila. Era su tercera noche tomando el lugar, Rick había insistido en que necesitaba dejar de hacer eso y dormir, pero tampoco es que realmente durmiera mucho en esa cama. Agradecía el refugio y la relativa seguridad que la Prisión les daba, pero relajarse no era algo que él fuese capaz de hacer. No podía darse el lujo de jugar al granjero o decorar su habitación, no. Él debía alimentar y proteger a los demás porque si alguien más moría sería su culpa. Las muertes que pesaban sobre sus hombros no hacían más que recordarle lo que era: Un inservible, un cobarde. Débil.

Esa era la razón por la que su padre lo odiaba aún más que a Merle. Merle era un Dixon, brabucón, hablador e impulsivo, lo había sido desde pequeño aún ante la violencia de su padre. Merle insultaba y maldecía a William Dixon mientras era golpeado con ferocidad, refunfuñaba y peleaba. Pero él no. Él siempre había sido el cobarde, el débil. Con su maldito afán de tener lo que otros niños tenían, siempre había mirado a su padre pidiendo piedad y luego se lamía las heridas, sollozando como un cachorro herido.

Merle había sido un buen hermano, aún cuando todos creían que era un imbécil, incluso él mismo lo creía en ocasiones, ladraba más de lo que mordía. Especialmente en lo que se trataba de su alcohólico, adicto y patético padre. Sabía que muchas veces Merle gritaba y vociferaba a sus cortos doce años para ser él quien recibiera los golpes, y no el pequeño Daryl de dos años que incluso a tan tierna edad había aprendido a no hacer ruido, especialmente si Will estaba enojado.

Su madre había sido una buena mujer, quería creer. Dulce en contables momentos. Pero la vida junto a un monstruo la había consumido casi tanto como el alcohol. Daryl apenas recordaba haber visto el rostro de su madre sin estar cubierto de sangre, moretones o vómito. Pero guardaba en una fibra sensible de su memoria aquel mes, cuando Daryl tenía solo cuatro años, en que Will Dixon había estado en la cárcel por golpear a un policía en un bar. Un mes donde habían pasado más hambre y más frío que lo usual, pero fueron los únicos días de su infancia en que él o su mamá pasaron más de dos días consecutivos sin recibir un golpe. Y en esas noches frías, los delgadisimos brazos de su madre, con cicatrices fruto de su intermitente consumo de heroína, lo acunaron como el bebé que nunca lo habían dejado ser. Solo un par de semanas, en las que a pesar del lánguido abandono de su madre alcoholizada, logró entender que ella en su forma triste y resignada con el infierno que era su vida, lo quería.

Merle había tomado las riendas de la pequeña y decrépita cabaña que llamaban hogar. Un día Merle, que ya había comenzado a consumir marihuana, observó a su hermano pequeño y tuvo la epifanía de que era su deber volver a ese niño un sobreviviente como lo era él. Daryl era un niño de cuatro años que fácilmente podría ocupar la ropa de uno de la mitad de su edad. Brazos y piernas delgados y con moretones, una maraña sucia de pelo castaño, una nariz pequeña y lastimada y, lo que más molestaba a su padre, unos grandes ojos azules de cachorro. Los mismos ojos de su madre.

'¿Sabes qué, hermano? Merle te traerá algo de comer' le había dicho, al pequeño Daryl le brillaron los ojos y le sonó el estómago que no había recibido alimento en día y medio. Fue la primera vez que vio a su hermano tomar la escopeta de su padre y volver a la casa con un conejo ensangrentado. 'Eres la mujer de este maldito lugar, ¿sabes hacer un estofado al menos?' También fue la primera vez que Merle se refirió a su madre como una persona ajena a él.

Un conejo muerto con algunos guisantes de lata habían sido la comida de todo ese día y del siguiente, pero para el pequeño Daryl aquello había sido como si su hermano mayor de repente se volviese un héroe y comprendió que él nunca podría ser como los niños en las publicidades que tenían perros, gatos y conejos como mascotas, porque él no era como esos niños, nunca podría ir a un McDonalds y pedir una hamburguesa. Él debía sobrevivir, y para sobrevivir había que matar al más débil.

Dulce BethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora