Parte 2: El frasco de hierro

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Mi madre empezó a dejar cigarro por todas partes. Ni siquiera los fumaba copletos, Estaba nerviosa y hacia tantas llamadas telefónicas que los cigarros se juntaban en montoncito en el cenicero sin que ella acabara de fumar uno solo. Había señales de humo en cualquier sitio, como si viviéramos en un campamento pielroja.

 Todo olía a ceniza y a puré de papa. Durante la semana  de separación comimos albóndigas con puré de lunes a sábado. El domingo, mmi madre nos dejó con su amiga Ruth, que nos dio unas salchichas alemanas espolvoreadas con algo raro que yo no conocía: no es moscada.

 Mi madre pasó tardísimo por nosotros. Carmen ya estaba dormida, abrazada a su castor de peluche. Yo me caía de sueño pero alcance escuchar la conversación de mi madre y su amiga:

-Lo peor son las vacaciones- dijo mi madre-; no sé qué hacer con ellos.

“ellos” éramos Carmen y yo.

-Algo saldrá- dijo Ruth-. Yo me puedo quedar con la pinta.

La pinta era una perra, raza maltes, color blanco y negro. Me sorprendió, y en parte me tranquilizo, que Ruth ofreciera quedarse con la perra y no con nosotros ¿Por qué no podíamos pasar las vacaciones en casa? Faltaban dos semanas para el fin de curso. En el colegio ya estudiábamos poco.

El maestro había dejado de tener prisa; nos daba un papel para dibujáramos cualquier cosa, durante varias horas. Luego cantábamos canciones muy larga y o le importaba que nos equivocáramos. Era como que si las clases de verdad ya hubieran acabado y solo estuviéramos ahí por compromiso, llegando los días que faltaban para el verano, “vacaciones grandes”, como les decíamos nosotros.

El mejor momento de la vida era el primer día de vacaciones. El  sol entra al cuarto de otro modo. Un sol animoso, color miel, que calienta las cortinas y hace ver que viene dos meses sin escuela. En ese primer día podrían pasar cualquier cosa, como si la luz llegara de Australia y sus desiertos de arena rojiza.

Si dejas de comer durante un año algo que te guste muchísimo (chocolate o espagueti o pollo rostizado) y de pronto vuelves aprobarlo, te gusta más todavía que antes. Así da el primer día de vacaciones.

Pablo, mi mejor amigo vivía s dos calles de la nuestra. Habíamos planeados muchos juegos para el verano, incluyendo entrar a una casa abandonada que tenía las ventanas rotas y donde vivían gatos salvajes.

Iban hacer el mejor verano de mi vida. Pero mama tenía otros planes.

Una tarde regrese de jugar con pablo y encontré el pasillo llena de cajas:

-Las cosas de tu padre- explico mamá.

Me asome a una caja y vi libros. Mi padre estudio ingeniería y había escrito un libro de título muy raro: puentes de voladizo. Me explico que así se llaman los puentes que se parten en dos y se alzan para que pasen los barcos.

Pensé que el iría por sus cosas, pero poco después llegaron los cargadores y se llevaron todo en un santiamén.

-Las cosas van a ir a una bodega, en que tu padre regresa de Paris.

-¿No iba rentar un estudio?

-Va a construir un puente en Paris.

Talvez iba a construir un puente pero también iba a ver a su amiga que le envió la carta. Los dibujos que ella había hecho en los sobres me fascinaron mucho, pero odiaba que padre se fuera con ella.

También odie que mi padre construyera un puente allá. Seguramente se trataba de un puente que se levantaba para que pasaran los barcos. Esa era su gran especialidad yo prefería que los puente que no se separaban y seguían fijos conectando dos orillas.

La  vida de  JuanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora