Parte 4: Libros que cambian de Lugar

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El tío tito me asigno una habitación, con vista a un pequeño jardín. En la mañana oí el canto de los pájaros y sentí que estaba en el campo. Dormí muy bien. No padecí de calambres ni soñé con el terrible cuarto escarlata.

A eso de las ocho oí ruidos y decidí bajar a desayunar. Tenía un apetito de cinco bizcochos. ¿Me dejaría el tío comer tantos? Mi madre decía que mis sándwiches de mermelada me estaban poniendo muy barrigón.

Tome la campanita que había dejado en el buro y recorrí los pasillos, orientándome por los ruidos de paltos que –eso pensé- venían del comedor.

Así llegue hasta un salón donde encontré a una mujer gorda que estaba de espaldas.

-¡Buenos días! –le dije.

-¡Ay mamita! –grito ella, y soltó los platos que tenía en la manos. Se hicieron añicos en el piso de madera-. ¿Quién eres? –preguntó-. ¿Un fantasma? No, los fantasmas no usan pantuflas –señalo las mías con un dedo grueso como una salchicha.

-Soy Juan, sobrino del tío tito.

-Yo soy Eufrasia. El señor tito no me aviso de tu llegada. Vive en las nubes, metido en sus libros. ¿Qué quieres desayunar: omelette Homero, avena Aristófanes, cereal Cinco Musas o sándwich isabelino?

Todo soñaba extrañísimo. Pregunte como era el omelette  Homero.

-Se hace con los mejore huevos y con los ojos cerrados. Luego le pones un poco de queso griego y se sirve bañado de aceite de oliva.

Se me hizo agua la boca.

Desayune en la cocina porque las sillas del comedor estaban llenas de libros. El omelette era aún más sabroso que su explicación. Me propuse todos los días. Cada vez que algo que me gustaba lo repetía sin cansarme. A mi madre le parecía aburrido que pidiera siempre la misma pizza, pero si me gustaba la de peperoni, ¿Por qué iba a buscar otra?

-¿Porque hay que hacer el omelette con los ojos cerrados? –le pregunte a Eufrasia.

-El señor Tito me dijo que lo invento Homero, un genio ciego. Cerramos los ojos por respeto a él. ¿Sabía que el papa de tu tío también era ciego?

Yo no lo sabía o no lo recordaba. No seguimos ablando del tema porque oí una voz detrás de mí:

-¡Que temprano despertaste, atleta!

El tío tenía un gorro de dormir de fieltro verde. Se sirvió te en un plato de sopa y sorbió el líquido con mucho ruido.

-Se me olvido decir otro de mis defectos: no puedo comer en silencio. Mastico con demasiada fuerza. No me gusta la comida que nos suena. Los libros piden silencio, pero un buen bocado debe trona, aunque sea  un poquito. ¿Ya que conociste a Eufrasia? Es cocinera, lavandera, especialista en recoger migajas y en no tocar telarañas.

-Mucho gusto –me dijo la amable mujer, como si apenas ahora se encontrara conmigo.

-Ella no vive en la casa de –explico Tío Tito-. Entra con el canto de los primeros pájaros y se va cuando oscurece. En la noche, solo vivimos aquí tú y yo  y un millón de libros.

-¿Deberás tienes tantos? –pregunte.

-La verdad es que nunca he podido contarlos. Los libros son muy escurridizos buscas uno en el estante y lo encuentra en otro o lo encuentras durante años y de pronto aparece frente a tu nariz. Al principio pensé que Eufrasia la cambiada de lugar después de sacudirlos, luego pensé que era yo quien los movía de lugar sin darme cuenta. Soy muy distraído, eso lo nota cualquiera. Pero luego llegue a la conclusión de que los libros se mueven solos: te buscan o te rehúyen –el tío bebió un largo trago de té-. Pensaras que es una idea absurda, pero la he comprobado una y otra vez. Te voy a poner un ejemplo, para si nos entendemos. Ningún científico ha podido saber porque desaparecen los calcetines. Das dos a lavar y de pronto solo te regresa uno. El otro se esfuma en el aire. No se trata de robo: ¿a quién le puede servir un solo calcetín? Algo similar pasa con los libros. Cuando juntas demasiados, resulta difícil que estén quietos. Los libros buscan su acomodo. A veces piden que los leas.

La  vida de  JuanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora