tres

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"Por mi cabeza ya pidieron recompensa,
pero no hay precio por robar tu corazón"

Hacía más de dos horas que estaba sentado, mirando hacia la nada. No entendía porqué se sentía así. No tenía que sentirse así. Miró la hora en su Blackberry; las once menos cuarto de la noche. Clara había dejado el estudio hacia muy poco rato. Pedro la había animado a hacer varias tomas de su voz, de su voz sola con la guitarra y demás, por lo que la grabación les llevó más tiempo. Y mientras duró, Gustavo no se movió de la sala de grabación ni un segundo. Quería asegurarse que todo estuviera en su lugar. Al menos, ayudar a Clara en esto lo hacía sentirse mejor. Pero no todo se trataba de narcisismo, claramente.

Volvió a tomar su celular. Buscó su número. Todavía lo tenía. ¿Qué iría a pensar ella cuando la llamase? ¿No estaba empezando a encapricharse con una persona que no quería saber absolutamente nada con él?

—¿Todavía seguís acá?— la voz de Tomás, uno de los ayudantes del estudio, lo sacó de sus pensamientos.

—No aprendo más. —bromeó, haciendo que ambos rieran. —Me quedé a ayudar a Pedro y bueno, no me di cuenta de la hora que era.

—Vos a esa chica la conocías de antes, ¿no?—preguntó con cuidado.

Pensó bien antes de responder.

—La ví un par de veces, pero nada más.

—¿Y qué onda? ¿Es buena?

—Es una de las mejores que visto en años. Es muy buena.

Y sí que era buena. No sabía qué más decir o destacar, cómo definirla más que de esa manera. Su voz es tan particular. Cómo si otra faceta de ella se apropiase de su cuerpo cuando canta. La mirada, la impronta, todo de sí se transforma. Cómo sí la verdadera Clara, esa que conoce bien, se dejara ver realmente sólo cuando hace lo que le gusta, lo que le verdaderamente le apasiona.

Volverla a ver le había traído muchos recuerdos. No podía dejar de pensar en el día en el que se conocieron. Jamás hubiera imaginado que esa noche iba a dar inicio a todo lo lindo que pasó después. La extrañaba, claro que sí. La quería, por supuesto. Aún la seguía queriendo.

La pantalla de su celular se encendió.

Tengo que hablar con vos ahora. Es importante.

Ya era tarde, y lo que había sucedido en el día lo había dejado sin ganas de todo. No quería otra cosa más que llegar a su cama y dormir por muchas horas. Un poco se sentía como un adolescente. "Ya está, Gustavo. No podés seguir enganchado, ya está", se dijo a sí mismo mientras se levantaba del sillón y agarraba las llaves del auto. Justo cuando estaba por irse un rato, Tomás le recordó algo que ya le había avisado con anterioridad en el día, pero que él no había escuchado:

—Anita me pidió que por favor la atiendas.

—Sí, lo sé. Me pidió que la llamara/

—Tenés que llamarla.—sugirió, cortándolo con cierto tono de mesura. —En serio, Gus. Haceme caso.

—Vos sabés algo que yo no sé. Y tampoco me lo vas a decir. —afirmó

—Sería bueno que lo hables con ella. Y cuánto antes lo hagas, va a ser mejor.

Hacia días que no veía a su amiga. Desde que las grabaciones del disco habían empezado, Anita iba a ver cómo seguía todo, en qué podía ayudar o simplemente pasaba a saludar. De repente, y sin previo aviso, se desapareció. El equipo creyó (y Gustavo también) que se trataba de una necesidad de descansar, por lo que eligieron no molestarla ni mucho menos presionarla para que fuera a grabar; aún estaban en el momento de experimentación más fuerte. No habían letras definidas, tampoco temas, por lo que nadie estaba siendo tan estricto con la rutina de estar en Unísono grabando todo el día.

magia ; gustavo ceratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora