Parte I (4) (4 de 15)

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Aquella misma mañana, con su esposa cubriendo más turnos dobles en la clínica dental y sus hijas habiendo tenido que ir a la escuela (aparte de seguir encubriendo al desaparecido Lincoln), el señor Loud tuvo que quedarse en casa a cuidar de la pequeña Lily.

A la hora que salió a recoger el periódico, cuyo encabezado lo apuntaba como el principal responsable del fraude orquestado en su empresa, Lynn padre tuvo que dejar a la bebita a un lado e ingeniárselas para alcanzarlo estirándose desde el porche, ya que el repartidor lo había hecho caer unos escasos centímetros más allá de los limites que le permitía la tobillera electrónica de su arresto domiciliario.

Por desgracia, cuando tuvo el periódico en mano, advirtió escandalizado que Lily había aprovechado su breve distracción para echarse a gatear casi hasta los limites del jardín delantero, mucho más lejos del perímetro registrado por aquel dispositivo.

–Ay, Dios, Lily. Lily, hija, ven con papi –la llamó, mas esta no se movía de donde estaba y sólo sonreía inocentemente sin tener idea de que estaba pasando–. Ven con papi. Ven, ven con papi. Ven, hija...

A sabiendas de que si iba por ella hasta el jardín la tobillera emitiría una alarma que lo metería en problemas con la ley, Lynn Sénior tuvo que idear un plan para hacerla volver a entrar a la casa sin necesidad de salirse del perímetro.

Por lo que al poco rato lanzó una canasta de ropa atada con una cuerda hacia donde estaba Lily para pescarla desde el porche.

–Mira adentro de la canasta –la volvió a llamar–. Mira, Lily, es tu favorito.

Cuando la bebé se asomo a mirar adentro, vio atada con cinta adhesiva la placa de un toma corriente cuyos agujerillos siempre llamaban su atención pero nunca se los dejaban tocar.

–Lily, no entres ahí, es peligroso –ordenó su padre usando psicología inversa, consiguiendo así que la infante tuviera más ganas de entrar a la canasta–. No, no, no, aléjate de ahí, no te atrevas a tocarlo. Te lo advierto... Eso es, hija, bien hecho.

Cuando la bebé estuvo dentro de la canasta, ya todo fue cosa de halar la soga y así pudo volver a meterla a la casa.

***

En el cuartel, el sargento Hartman, harto de la incompetencia de Lincoln, decidió castigarlo con trabajo adicional por haber destruido la diana.

Lo tradicional en estos casos solía ser que pusieran a los reclutas a pelar patatas, pero en esta ocasión el sargento quiso innovar en el procedimiento. De modo que lo guió a un establo en el que había al menos un centenar de jaulas con gallinas vivas adentro.

–Escúchame bien, Leno –ordenó fuerte y claro señalando a las jaulas–, no quiero que me causes más problemas. Necesito que prepares a todas estas gallinas. Las quiero limpias y arregladas para la recepción oficial de esta noche. Hazme saber que entendiste, cabrón.

–Señor, como usted ordene, señor –contestó el peliblanco efectuando un saludo militar.

***

Al cabo de unas cuatro horas, Lincoln se presentó ante el sargento Hartman para hacerle saber que ya había cumplido la labor que se le había asignado. Tenía el pelo alborotado con algunas plumas prendidas y su cara y sus brazos aparecían llenos de cicatrices de picotazos y arañazos, pero se mostraba más satisfecho que nunca.

–Señor, las gallinas están listas, señor –avisó a su superior, con lo que ambos echaron a andar hacia el establo.

–¡¿Pero que rayos es esto?! –gritó el sargento cuando entró y vio que todos los pollos deambulaban sueltos por el establo en trajes de etiqueta y con sombreros de copa, incluso algunos llevaban monóculos y usaban bastones elegantes, en lugar de estar sacrificados, descabezados, desplumados, destripados, lavados y listos para cocinarse que era lo que realmente le había ordenado hacer a aquel incompetente recluta de blancos cabellos.

Lincoln se enlista en el ejércitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora