Conspicuas Representaciones

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Los diez meses que pasé a bordo del barco Austral gané más o menos el triple de lo que ganaba siendo aquella suerte de contador que era en la plantación de algodón; había conocido lugares completamente iluminados, otros más oscuros que mi propia isla y había sentido frío de verdad por primera vez en mi vida en Dirge, anduve por la plaza de la capital y contemplé la estatua de la llamada madre del mundo moderno presentarse imponente y oscura ante mi, con aquellos 40 metros rebosantes de opulencia.

Se burlaron de mi los marinos que fueron hasta aquella zona junto a mi a buscar objetos caros para llevarlos al mercado negro, preguntandome, si es que no solo se dedicaban a mirarme con extrañeza, el porque la figura de aquella mujer imponente siempre me abstraía de la realidad.

Yo ni sabía cómo se llamaba, lo había leído hace mucho tiempo, en Diavantís estaba prohibido su nombre y lo único que nos decían, era que aquella forma monumental en realidad era de autoría diavantisa, que esa estatua había sido un regalo funerario otorgado por el rey Portie Diavantís, difunto hace ya casi un siglo, a uno de los reyes dirgianos de turno, nada más; pero yo tenía la vaga idea de que en realidad era mucho más que eso, que aquella mujer nada tenía que ver con la capital del Diav y más con nosotros, los sureños y ásperos. Agradecí que nadie jamás me preguntó por aquella fijación que tenía al rostro perspicaz de la piedra, porque de tener que ponerlo en palabras, no sabría como hacerlo sin sonar como un pelotudo.

Aquella tarde mientras volvíamos al muelle para descansar en los aposentos del barco y partir a la mañana siguiente de vuelta a la isla, un hombre de casi dos metros de alto se cruzó entre el cocinero y su destino hacía el final del muelle y le clavó 3 puñaladas en el estómago para luego salir corriendo sin dejar rastro de nada; quisieron matarlo pero nadie había podido ver su cara o saber nada de él, el cocinero sólo rió y admitió tener desde hace ya meses una deuda impagable en uno de los prostíbulos de la zona.

Aquella noche todos se la pasaron con la mirada oscura perdida en aquella niebla helada que venía desde el mar; no hubo cantos, ni chistes, ni nadie jugando con algunas de las mercancías que habíamos comprado. No es como si mis compañeros me cayeran mal, me gustaba lo unidos y leales que éramos entre nosotros y el entusiasmo que corría por nuestras venas cada que había que asaltar un barco mercante; pero yo era el más nuevo y me llevaría mucho tiempo más que ellos en verdad me incluyeran, supuse que durante todo ese tiempo todavía no me había ganado su confianza, aunque muy en el fondo siempre había estado aparte de todo el mundo, en mi familia acostumbramos a ser un poco más retraídos de lo que la gente común está acostumbrada y aquello nos costaba el perder algún que otro diálogo ameno, favor, relación, pero así como había sido criado para ser así, aquello no me importaba tanto, era como debía ser. Yo no tuve un semblante oscurecido como los demás, no porque la muerte no me impresionara, en verdad me aterraba, cuanta menos sangre pudiera ver, mejor; pero estaba en alerta desde que la sangre de aquel cocinero de más o menos sesenta años, aficionado a todo tipo de vicios me había manchado en la mano derecha, esa que tenía alguna que otra herida abierta producto de una torpeza mía arreglando las cercas de alambre de mi casa hace unos días.

La tripulación quería mucho a aquel cocinero, y por ello fue que se mantuvieron reflexivos y en silencio por varias horas, mientras que yo aproveché para ponerme un poco en pedo y ver si de aquel modo podía bajar al malestar que sentía por el contacto que había hecho con su sangre, de entre todos los de la tripulación, justo con la de él.

Aquella noche cuando me fui a dormir me sentí el tipo mas pelotudo e insensible del lugar; aunque no era como si yo hubiera delatado mi falta de tacto ante los demás. Me lave las manos y todavía con un cosquilleo extraño entre los dedos me quedé dormido.

La primera vez que vi a Fazio eran más o menos las seis de la mañana y estábamos preparando todo rápido para zarpar y aprovechar la marea, que según el capitán sería de bastante provecho a aquella hora; y yo que si bien seguía siendo el encargado de la limpieza general del lugar, de vez en cuando tenía que ayudar a atar nudos y cosas por el estilo, no le di mucha bola al tipo en cuestión. Tenía cierto brillo de malicia en la cara que desde un inicio me dio la sensación de que era un terrible forro; y me pareció llamativo que alguien anduviera por la vida con un tatuaje en la cara que tenía el aspecto de unas patas de escarabajo saliendole de la boca; pero no le miré por mucho tiempo y me hice la de que estaba ocupado haciendo tarea pesada.

Mejor alejarse de la gente que se ve muy turbia, pensé, para que unos minutos después, mientras miraba con disimulo a la estatua de la mujer gigante el tipo de la cara rayada se apoyara en la borda a unos metros de mi y mirara exactamente en la misma dirección, hacía la cabeza de piedra que se asomaba de entre todos aquellos edificios tan modernos, con la luz blanca de la mañana iluminandola.

—¿Te gusta la Tabitha gigante?—Fue lo primero que preguntó con aquella voz que tan segura de sí misma sonaba fuerte, le mire con el ceño fruncido porque me delató, porque no quería compartir con nadie aquella fascinación que le tenía. Él ignoró mi incomodidad y señaló levantando los dos dedos con los que se sostenía su cigarrillo aquella cara simétrica y soberbia.— Ella le enseñó piromancia a unos antepasados míos, bueno, no sólo piromancia, sino todas esas cosas que puede hacer la gente una vez que le da la espalda a la moral y a los falsos dioses y credos.—Fazio no dejó de hablar aunque yo no le correspondí a la conversación, parecía disfrutar del sonido de su propia voz y probablemente me creyó suertudo por estar teniendo una conversación con él; así era él.—Soy un ocultista, aunque me encantaría poder decirlo con un nombre más llamativo, como brujo o warlock.

—¿Sos uno de esos loquitos que se corta los brazos para poder prender el fuego del horno?—Pregunté medio cansado de escucharlo y él se rió; se levantó la manga del brazo derecho y me la mostró libre de cortes pero en un extraño color violeta y amarillo en algunas zonas.

—A las almas se les puede pagar con dolor también.—Dijo, ya sin la cara festiva que tenía antes, solo mirando como nos alejabámos cada vez más y más del puerto. Él había perdido la mirada en el oleaje turbio y azul; mientras que yo trataba de despegar mis ojos de los ojos de la "Tabitha gigante".

Fazio juntó sus manos con estrepitosa rapidez y se alejó lentamente; ya en el atardecer tirando casi anoche, él con su pantalón gris oscuro y su camisa azul no pareció ser más que una sombra en la cubierta.

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⏰ Última actualización: Aug 26, 2021 ⏰

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