El joven me mira escueto. Las palabras se arremolinan sin sentido en mi cabeza. Siento que ha transcurrido una eternidad desde que llegué a la casa abandonada en medio del bosque, en busca de ayuda. La anciana que habita resulta ser incluso más atemorizante que la sombría casa fantasmal, tan tétrico como vacía. Es como si yo no estuviese allí para ella, reparte su atención entre la comida y su hijo. Le dirige una mirada fría, con odio y algo de resentimiento. Me asusta la manera en la que lo observa y él no parece notarlo, la manera en la cual sostiene el cuchillo con la mano izquierda, los dedos delgados y arrugados temblando sobre los cubiertos.
—Creo que deberían apagar eso —respondo en su lugar.
—Nos gusta dejarlo encendido, es lo único que puede alumbrarnos —Entonces el joven se levanta con la tarea de encenderlos de nuevo.
La ancian está quieta en su sitio, mirándome sin parpadear y con la mano apretando la mesa de madera, rasgando algo como si se encontrase ansiosa.
—Creo que deberías irte ya, no deberías estar aquí —dice con esa sonrisa que me hiela la sangre.
Me levanto de golpe, mi estomago rugiendo furioso.
—Es cierto, ¿por dónde está el pueblo?
La señora me señala hacia una dirección detrás suya, sin dejar de mirarme y sonreír.
Pocos minutos después me veo envuelto en una serie de palabras de agradecimiento e insistencia por irme cuando el joven insiste en que no han terminado, que todavía queda algo de postre en el horno para compartir, que debo quedarme a descansar y quizá mañana pueda regresar a casa cuando haya un clima mejor.
—Quizá pueda salir y encontrar alguna ayuda por la carretera —digo, mis latidos acelerándose cuando abren la trasera, porque la principal atascada después de aquel portazo que le di ayer. A decir verdad, la casa sí parece estar cayéndose a pedazos.
Afuera el ambiente sigue espeso, pero no hay nadie. A medida que me voy alejando, siento la soledad envolverme por completo. Es increíble lo fastidioso que el silencio absoluto puede llegar a ser, le da un toque aún más terrorífico a aquel pequeño lugar. No quiero pensar mucho sobre todo lo que acaba de pasar, así que avanzo a paso veloz sobre el sendero que me da hacia la carretera.
Y allí, apenas pudiendo vislumbrar las luces de un auto acercándose, vi mi oportunidad. Me arremoliné en medio de la carretera sin temor de quedar atropellado como aquel hombre que no pude ayudar porque soy un cobarde, y porque pánico me da quedarme un segundo más varado en aquel sitio. Pero ya ni importa eso, todo era un sueño, una ilusión.
Levanto las manos tanto como puedo para que me vean, la adrenalina corriendo sobre mí cuando veo el auto acelerar y no detenerse. Las sirenas del auto sobrecogen mis oídos, mi mente en blanco cuando se detiene a medio metro de mí.
—¡Hey, tú! —dice un señor que ha sacado la cabeza por la ventana—. Si vas a subir hazlo de una vez, estamos apurados.
Son policías.
Me subo de golpe y solo entonces me invade el alivio, la respiración regresa a mis pulmones cuando me acomodo en el auto.
—Muchas gracias, ya no sabía a dónde ir. Estaba perdido.
—Sí, bueno, cualquiera se pierde por estos lares —dice que el conductor—. ¿A dónde vas?
—Dejé mi auto por el kilómetro doscientos cincuenta y cinco. La batería se agotó y me quedé varado.
—Podemos ayudarte con eso, para te vayas de aquí, te hacemos un gran favor, este lugar es horrible.
Ay, qué alivio. De pronto las cosas lucen mucho mejor.
—Vamos para allí entonces. ¿Qué haces por acá?
Me recuesto en el asiento, de pronto sintiéndome seguro allí en el auto con aquel par de policías. Mi cabeza se recuesta sobre el respaldar y algo debajo de mis piernas capta mi atención. Una corriente helada me invade de pronto. Siento mi corazón apresurarse a cada oración que leo, incapaz de comprender lo que está sucediendo. No quiero entender. Todo parece tan insólito que me quedo inmóvil, releyendo el párrafo como una estatua, como si mi alma se hubiese ido corriendo. Es un periódico delgado y poco producido que titula "TRAGEDIA EN CABAÑA"
"Se encontraron los cuerpos inertes de Ana de Lastarria, de setenta y seis años, y Juan Lastarria, de veintidós años en la cabaña ubicada a metros de la carretera central, kilómetro cincuenta y cinco. El equipo forense ha identificado que el estado de sus cuerpos indica que fallecieron por envenenamiento hace más de una semana. Por otro lado, algunos turistas han reportado situaciones paranormales en aquella zona y, precisamente por ello, pudo darse con sus cuerpos."
Es la foto de la anciana y el joven lo que me descoloca. No puede ser posible.
.
Ser visto es la ambición de los fantasmas; ser recordado, la de la muerte
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La cabaña
ParanormalNo vayas por allí. Relato corto para participar del concurso Horror en Halloween.