La puerta, diez ancianos y dos parientes

13 5 0
                                    

Rut capítulo cuatro

Booz sube a la puerta de la ciudad. Las personas lo saludan y también sus amigos de la fiesta. Pero él espera como pan caliente al pariente más cercano de Noemí y lo encuentra.
Eh, fulano, ven acá y siéntate.

Este se acerca y se sienta, Booz se levanta y llama a diez ancianos de la ciudad. Ellos también se sientan. Todos tienen su atención. Booz se dirige al pariente:
Noemí, que ha vuelto de los campos de Moab, vende una parte de las tierras que tuvo nuestro hermano Elimélec y yo decidí hacértelo saber y decirte que la compres en presencia de los que están aquí sentados, y de los ancianos de mi pueblo. Si tú quieres redimir, redime; y si no quieres redimir, decláramelo para que yo lo sepa; porque no hay otro que redima sino tú, y yo después de ti.

La cosecha de este año ha sido buena, el pariente más cercano a Noemí también ha recogido su cebada y ha escuchado de la viuda de Elimélec. Recuerda esos campos de su difunto esposo. Piensa en la próxima siega. Puede poner a sus trabajadores a cuidar la tierra para luego cosecharla. Es un buen negocio y tiene dinero para ello. Le interesa y no lo piensa muchas veces:
Yo redimiré.
Booz está deseoso por replicar, por recordarle lo que significa redimir. Si compra los campos de Elimélec tiene que casarse con Rut para restaurar el nombre del muerto sobre su posesión. Creo que no le gusta mucho la idea al pariente. Cambia la expresión del rostro. Ya no piensa en la siega, sino en su herencia, no muestra interés en el aumento de sus posesiones si no llevan su nombre.

No puedo redimir para mí, no sea que dañe mi heredad. Redime tú, usando mi derecho, porque yo no podré redimir.

Booz se alegra, dibuja una sonrisa en su rostro.
En aquellos tiempos había en Israel una costumbre: cuando uno cedía a otro el derecho de parentesco, o cuando se cerraba un contrato de compra-venta, el que cedía o vendía se quitaba una sandalia y se la daba al otro. De acuerdo, con esta costumbre.
El pariente cercano a Noemí se joroba y desata uno de sus zapatos. Extiende su mano y le da su calzado a Booz. Él es rico y tiene muchos zapatos. No hubiese dudado en deshacerse de un calzado sin par. Pero nunca antes se ha sentido tan feliz y agradecido y menos con algo tan simple como un zapato. Significa mucho para él.
Entonces alza su voz, lo suficiente como para que los ancianos y el pueblo lo escuchen:
Todos ustedes son hoy testigos de que le compro a Noemí las propiedades de Elimélec, Quilión y Mahlón. También son testigos de que tomo por esposa a Rut, la viuda moabita, para que la propiedad se mantenga a nombre de Mahlón, su difunto esposo. Así no se borrará el nombre de Mahlón de entre los suyos, ni será olvidado en este pueblo. Hoy son ustedes testigos.

El pueblo habla: Testigos somos, Jehová haga a la mujer que entra en tu casa como a Raquel y a Lea, las cuales edificaron la casa de Israel; y tú seas ilustre en Efrata, y seas de renombre en Belén. Y sea tu casa la de Fares, el que Tamar dio a luz a Judá, por la descendencia que de esa joven te de Jehová.

¿Te recuerdas la historia de Tamar? Pobre viuda. Su primer esposo murió, el segundo también y el padre de ellos, Judá, no quiso darle su tercer hijo para desposarla. Pero Dios no desampara a las viudas. Y ella quiso hacer justicia para no quedarse sola y sin hijos. Dios bendijo su vientre y tuvo gemelos. No un hijo, sino dos. El mayor se llamó Fares y su nombre y el de su madre, Tamar, son parte de la genealogía de Cristo, el salvador. El pueblo de Belén bendijo a Booz de esta manera: "Sea tu casa la de Fares".

Booz toma a Rut como su esposa. Se hace una gran fiesta. Ya no se oculta como en la celebración de la cebada. Ella está más hermosa que antes, sus ojos se fijan en su esposo y él la mira con dulzura. Rut había dejado a su padre y madre, pero Dios la recompensa mucho más. Le regala un esposo que la llama hija (Rut 2:8, Rut 3:10, Rut 3:11) y la ama como marido y padre. Dios le regala una suegra que la ama como una hija.
Muy pronto se escucha la noticia de que Rut está embarazada. Transcurren nueve meses y nace el pequeño Obed.
Las mujeres del pueblo se alegran con la suegra de Rut y repiten su nombre: Noemí, no Mara.
—¡Alabado sea el Señor, que te ha dado hoy un nieto para que cuide de ti! ¡Ojalá tu nieto sea famoso en Israel! Él te dará ánimos y te sostendrá en tu vejez, porque es el hijo de tu nuera, la que tanto te quiere y que vale para ti más que siete hijos.

Noemí sonríe y carga en sus brazos a su nieto. Lo mira y comprende que su corazón no tiene espacio para la amargura. Ella se ve más joven con un bebé en sus brazos, a tal punto que las mujeres del pueblo dicen que es su hijo.
Las personas callan cuando el bebé se queda dormido y el cielo guarda un secreto, el pequeño Obed será el abuelo de un rey muy bondadoso, David.

Bondad en Moab y en BelénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora