Sangre, Dulces Y Un Palo De Basura

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Al abrir los ojos, me sobresalté al ver a mi mamá sentada en la orilla de mi cama. No la había escuchado entrar, y con las luces apagadas, su figura en la penumbra me asustó un poco. Me tomó unos segundos para tranquilizarme antes de escuchar lo que me decía.

—Estos días te he visto algo decaída —me susurró en voz baja—. Si quieres, hoy puedes quedarte en casa. Pero solo por hoy, ¿eh?

Aproveché la oferta sin pensarlo demasiado. La idea de un día libre era como un regalo inesperado. Me acurruqué en las mantas un rato más, hasta que el sol llenó la habitación, y luego me levanté para tener un día vago y relajado.

Pasé todo el mediodía entre dibujos sin terminar, programas de televisión que me hicieron reír un poco, y mensajes de Marcy. En la tarde, justo cuando empezaba a preguntarme qué haría para merendar, mi mamá apareció en el umbral de la puerta.

—Vas a acompañar a tu hermano a la tienda de pasteles —me informó con una sonrisa. La tiendita era donde mi hermano trabajaba, y el jefe era uno de sus amigos de toda la vida, así que, claro, tenía ciertas "ventajas". Además, mi hermano siempre se peleaba con los de la tienda de enfrente, que vendían dulces. Competencia directa.

—Bueno, má, ya voy —respondí, arrastrándome hacia mi armario para buscar algo que ponerme.

Lo primero que encontré fue una remera blanca con un estampado de flores rosas y un pantalón naranja holgado. Acomodé mi ropa y bajé las escaleras, despidiéndome de mi gato con una caricia en su cabecita. Justo cuando estaba a punto de salir, escuché la voz de mi mamá.

—¿Qué es esa ropa? ¡Ponte algo más bonito!

—Má, así está bien. No me voy a ir a una cita ni nada por el estilo —respondí, rodando los ojos.

—Mmm, bueno… está bien. Espera a tu hermano, que el tonto no encuentra su uniforme —dijo, sacudiendo la cabeza.

—Okey —suspiré, y me dejé caer en el sillón, buscando algo interesante en la tele mientras esperaba.

Justo cuando estaba empezando a encontrar algo bueno, escuché la voz impaciente de mi hermano desde la entrada.

—Ven, ¡vamos!

—¡Estoy viendo la...! —comencé a decir, pero me interrumpió antes de que pudiera terminar la frase.

—En la tienda hay una tele donde puedes ver lo que quieras, así que vamos —me tomó del brazo y me arrastró hacia el auto.

Mientras me abrochaba el cinturón de seguridad, lancé una última queja:

—¿No te vas a despedir de mamá, al menos?

—Ya le dije que nos íbamos, ¡eres una sorda! —me respondió, mientras ponía en marcha el auto.

Arrancamos hacia la tienda, y en el camino pensé en pedirle que parara para comprarme un helado, pero, por supuesto, ni siquiera me escuchó. ¿Quién es el sordo ahora, eh?

—Llegamos. Bajate —dijo cuando aparcó el auto.

—Yo quería un helado, pero ni me escuchaste —protesté mientras salía del auto, esperando que tal vez se apiadara y me llevara a una heladería cercana.

—No hay plata —dijo con indiferencia—. Puedes comer un pastel y listo.

Fruncí el ceño, frustrada.

—Pero yo quería un helado, maldito…

Él, sin darle importancia, respondió:

—Me importa un pepino. Vas a barrer el suelo y listo.

❝ʜᴇʏ ... ꜰᴏʀɢɪᴠᴇ ᴍᴇ.❞ (ʀᴏʏ x ʟᴇᴄᴛᴏʀᴀ) [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora