De cuando te extrañaba demasiado

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¿Cuál sería nuestro final? Es la pregunta que a veces no me deja dormir.

Muerte. Para morir solo falta estar vivo. La muerte es inevitable, es irreversible, es una verdad por la que todos tememos.

Muerte. Mírame y dime si me ves, porque yo puedo mirarte a ti incluso con los ojos cerrados, pues tu belleza no tiene límites, mi amado. Este ser que vive por ti, reconoce quererte más que a nada, más que a sí mismo.

Muerte. ¿Por qué todos a mi alrededor terminan muriendo?

Muerte. ¿Conseguiré tenerte conmigo antes de dormir para siempre?

Muerte. Me he dado cuenta de que el cielo frecuentemente presenta en su gama de colores diferentes tonalidades de los mismos, ¿por qué? Solo el cielo lo sabrá, y no a todos se lo dirá. Preferencias, preferencias... yo te prefiero a ti.

Muerte. Quiero que me vistan de negro en mi funeral, ¿qué color deseas para tu vestimenta? Podemos estar a juego si así lo deseas. Estoy seguro de que te quedará el azul.

Muerte. Quiero que no abran mi ataúd porque quizá allí no esté exactamente yo, si no tú. Los dos.

Muerte. Letras, letras... escribir me libera, pero hay veces que igualmente me ata. Jaulas hechas de inseguridades en posición vertical, guardias que me juzgan con voces conocidas, esas que por las noches me acechan en pesadillas. (No puedo expresar lo que siento porque nunca tengo claro mis sentimientos ni mis pensamientos).

(¡Soy un esclavo! ¡Ayuda, no lo merezco!)

Muerte. Abstractas lágrimas saldrán de sus ojos, o lágrimas serán lo que, atezados, veremos. Dirán lo bueno de ti, de mí, de ambos, pero nunca lo sentirán de corazón. Esas nunca serán sus verdaderas opiniones.

Muerte. En la parte delantera de la iglesia estarán nuestros padres, y quizá nuestras familias en general, pero no por nosotros, nunca por nosotros. Nunca fuimos más que los niños depresivos que visten de colores en navidad.

Muerte. Habremos vivido para morir, amado. Juntos. Entonces ellos se cuestionarán «¿Por qué tan jóvenes?», y nosotros, mientras somos lamidos por las llamas infernales, reiremos a carcajadas, porque en el lugar donde pararemos se perderá la poca cordura que nos queda.

Muerte. Somos pecadores y recibiremos nuestro merecido castigo por amarnos con éste frenesí incalculable, incurable; pero estar juntos apaciguará el sufrimiento, nunca acabándolo pero sí convirtiéndolo en llevadero.

Muerte. Nos dirán enfermos a nuestras espaldas y nos gritarán que ellos tienen en su poder, El Manual de la Verdad, y con crucifijos entre los dedos recitarán un par de oraciones que riman. Nosotros, drogados, aumentaremos el sonido de nuestras carcajadas.

Muerte. Si no hay un Dios en el cielo o en cualquier parte, si no hay un más allá, probablemente ellos no tendrán un motor que les haga obrar «bien», mi amado, así que déjalos creerse sus mentiras perfectas. Déjalos en sus paraísos personales.

Muerte. E incluso si existe un ser superior que nos acribilla por no adorarlo, he encontrado un placer enfermo en romper las reglas. Soy feliz y triste amándote, admito que la extraña combinación me hace suspirar.

Muerte. Hay pañuelos en sus manos y sombreros en sus cabezas, no para absorber sus mocos ni mucho menos para secar sus lágrimas, sino para lucir lindos para las fotos.

Muerte. Secretos, todo el mundo tiene, y los míos me pertenecerán hasta que mi espíritu se desvanezca en la atmósfera.

Muerte. Tu madre podría ser la única persona cuyas lágrimas son verdaderas, es la única que realmente llorará tu pérdida, pues para ellos no fuiste más que un ser azul que nunca supieron comprender.

Muerte. Tu historial médico se quemará contigo, con nosotros. Ya no habrá pastillas anti-depresivas ni psiquiatras para tratar tu tristeza, porque hará fusión con tu alma.

Muerte. Tus cosas serán donadas, ¿a quién le importa de todas maneras? Tu padre no consideraría que tu hermano pueda vestirse en azul.

Muerte. Tu realidad, mi amado, no estará muy alejada de la mía, pues nunca le agradé a nadie más que a ti. Ya no hay nadie que me llore, eso ni siquiera ayudaría.

Muerte. Seremos enterrados juntos, como los amantes tristes que somos, y así ninguna circunstancia nos alejará del otro.

En el final está nuestra muerte ideal.

Consigámoslo, mi amado Seokjin.

Oh, si tan solo no me hubieras dejado...

(¡Ayuda, ayuda! ¡No quiero morir, soy muy joven!)

Pero... ya me han dicho que solo tengo dos semanas. Moriré, moriré moriré. Y tú no estás a mi lado, mi amado Seokjin.

Me pregunto en qué me he equivocado.

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