Familiares y rutina

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Ethan

Abrí los ojos, me levanté (desganado) de la cama, me vestí de una ropa que en el momento me pareció sencilla y cómoda pero que sabía que a la larga me arrepentiría de haber escogido, como llevaba pasando más tiempo del que me gustaría admitir. Desayuné (debía hacerlo, pero por hambre desde luego que no lo hice), me cargué en la espalda una mochila que cada día pesaba un poco más. No por la cantidad de cosas en su interior, no. Sino porque cada día cargaba más de mis inseguridades, mis malos pensamientos y mis persistentes miedos a lo habitual. Y me pesaba. Me pesaba porque cada día me notaba más débil...

Tras un largo suspiro (que ya se estaba haciendo costumbre) cogí las llaves y detrás de mí cerré la puerta a sabiendas de que cuando volviera todo sería igual, seguiría tal y como estaba en ese momento, tal y como lo estuvo siempre: las flores del comedor, que fingían expresar algún tipo de alegría, marchitadas, secas por el intento; las paredes blancas que debían darle luminosidad a la casa pero que con el tiempo se han ido oscureciendo, apagando así toda esperanza que cabía entre ellas; y el polvo, el polvo sobre los marcos de cuadros pintados de falsas sonrisas. Todo, tal y como se quedó estaría cuando llegase de lo que podría haber sido un día interesante, emocionante, divertido... Pero sabía que no iba a ser así. Sería como el resto, no me aportaría nada, un día más. Cuando llegase dejaría caer mi pesada mochila al suelo, se supondría que debería sentirme mejor, más libre. Pues no. Junto a los libros caerían mis expectativas de un verano bien aprovechado. Me miraría en el espejo buscando algo de esperanza en mi reflejo. Pero en realidad ¿Qué buscaría? ¿Motivación? ¿Esperanza de verdad? Hace tiempo que dejé de esperarla. Toda ilusión se desvanecería cuando recuerde que la única meta que tenía era pasar la semana sin discutir con mi madre. Esperaría para lo que yo imaginaría como una semana entretenida que me sacara de la cruda realidad. Pues no. Solo sería otro lunes encerrado en mi habitación, donde busco un poco de calidez entre las frías paredes. Refugiándome en unas cuantas películas de los ochenta, haciendo figuras de origami. Me tumbaría en la cama y cerraría los ojos deseando en vano quedarme dormido porque otra ola de pensamientos llegaría hasta quedarme

dormido a las tantas.

Eso es lo que pasaría cuando llegase a mi aburrido y frío "hogar".

La rutina aplastante era lo que me consumía, con suerte salía dos veces a la semana con mis "amigos". Y digo amigos así porque confianza lo que se dice confianza, no tenía mucha. Digo yo, que cuando tu mejor amigo y tu novia se acuestan a tus espaldas pues la confianza no es algo que abunde en una relación de este caso.

Hombre, también tengo que decir que tengo otros amigos no tan traicioneros pero igual de cómplices, ellos lo sabían y se callaron así que tampoco los tengo en muy alta estima. ¿Ves ahora lo guay que iba a ser mi verano? (nótese mi sarcasmo). Pero yo seguía, seguía buscando la luz al final del túnel. Yo seguía esperando el sol tras la tormenta. Pero en vez de eso me topé con algo mucho mejor, el arcoíris.

Cerré la verja con llave y me subí a mi skate. Mi calle era una cuesta hacia abajo. Mi casa era la más grande creo que de todo el barrio, desentonaba un poco. Comparada con las otras la mía tenía dos plantas y las demás solo una. La mía era grande pero fría y las demás pequeñas pero con ese calor propio de un hogar.

Nada nuevo. Las vecinas de al lado tomando tostadas y un café. Ya me conocían. Cuando yo era pequeño se quedaban a su otro lado de la verja haciendo pedidos como si estuvieran en un restaurante mientras yo preparaba todo con mi cocinita de plástico (que me regalaron). Buenos recuerdos me llegaban cuando las veía tomarse su café y tostadas cada mañana a la fresca.

Concha y Fina. Las mujeres que me enseñaron el arte de la cocina. Ellas dos me enseñaban a cocinar fin de semana sí fin de semana también. No les importaba que yo tuviera exámenes o vida social, ellas siempre lograban retenerme para enseñarme la receta de cualquier postre o comida habidas y por haber. En esos tiempos yo salía con Berta (la ex traicionera de antes) y eso a ellas parecía no agradarles. No las culpo. El caso es que cuando se enteraron después de toda la movida que le había perdonado ya no me invitaban tanto a su casa y parecía no gustarles tanto, así que las ignoré. No estuvo bien pero es lo que había, a veces Fina cuando me veía pasar me saludaba un poco con la mano, pero cuando Concha me veía... me dolía que apartase la vista. Está claro que hice mal con Berta pero no es justo. Hacía ya tres meses.

Como Sol y LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora