¿Qué sabrán ellos?

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Luz, mucha luz. Me ardían los párpados , lo cual me obligó a levantarlos y abrir los ojos. ¿Quisiera que hubiera sido San Pedro abriéndome la puertas al cielo? Claramente. ¿Qué fue en realidad? Mi madre haciendo uso de su hobby favorito, molestar a su único hijo. Abrió las cortinas de par en par, desde luego se había levantado de buen humor, ojalá haber pasado por lo mismo.

–¡Buenos días hijo, a levantarse! Hoy va a ser un día movidito así que te necesito fresco.

Me quitó la sábana de encima con un ágil movimiento, gruñí y evité matarla con la mirada porque en ese momento no tenía todos los sentido activados.

–Si quieres frescura hazle un favor al mundo y mete la cabeza en el congelador.

Oí como resoplaba y se sentaba en la cama mientras yo me ponía boca abajo.

–Ethan, hay días en los que simplemente no te aguanto.

–El sentimiento es mutuo, madre.

–Pero, hoy vamos tener la fiesta en paz y a comportarnos porque hay cosas que hacer ¿verdad?

Me giré para verla mejor y los dos nos miramos.

–¿Qué es lo que pasa hoy para que estés tan motivada?

–¿No te acuerdas?

–Es evidente que no.

Suspiró y negó con la cabeza.

–Hoy es la merienda del barrio –vio mi cara de indiferencia y soltó otro suspiro– cada verano cada casa prepara algo casero para comer y que los vecinos lo coman.

–Y a mí me necesitas porque...

–Porque sí, punto.

Mientras decía esto último me pegó con la camiseta que me quité anoche, para acabar de despertarme.

Mi madre se levantó y se fue muy rápido de mi habitación, aproveché para maldecir mi suerte. Me levanté y bajé las escaleras. Mi madre es la peor madre, la peor repostera, pero la mejor organizadora y dando una imagen diferente de la que es.

Conforme iba bajando las escaleras escuchaba más voces y más movimiento y cuando llegué al final vi a todos con uniformes yendo de un lado para otro. Pero de repente se giraron todos y me miraron de arriba abajo.

¿Tenía algo en la cara a parte de belleza en estado puro?

Me miré y me di cuenta de que llevaba un pantalón de pijama gris y no llevaba la camiseta.

–Si esto os disgusta tenéis suerte de que no haya dormido como la señora me trajo al mundo.

Mi ego diría que cuando pasé al lado de esta gente para ir a la cocina noté mejillas sonrojadas y miradas de envidia, pero todos volvieron rápido a su trabajo y a su postura de estirados atareados.

Me preparé un café y cuando lo olí vi pajaritos volar en mi mente. Cosa que fue interrumpida por el estridente sonido del timbre. Dios, ¿es que la gente no estaba ocupada con la merienda cutre?

Para mi sorpresa era un rostro poco familiar. Era la chica del libro, la rarita.

–Hola, soy Zoe. Tu vecina.

Zoe, un bonito nombre para una cara bonita como la suya.

–Ethan.

Ella asintió, pensé que se pararía mirar mi torso desnudo pero me analizó la cara sin vergüenza alguna.

–Creo que tienes nuestro ventilador.

Arrugué las cejas y pensé. ¿Un ventilador?

Al ver mi cara de confusión habló.

Como Sol y LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora