¿Se conocen?
La suela de su zapato golpeteaba el suelo repetidamente, inquieto, irritado.
La paciencia nunca había sido su fuerte, y el hecho de tener que esperar más de lo necesario a alguien lo sacaba de quicio.
Habían acordado una hora adecuada exactamente para que ninguno se viera obligado a esperar al otro... Pero vaya que la estupidez humana sí que lo sorprendía a diario.
Al finalizar la jornada laboral, Steve empapó toda su ropa con agua sucia donde lavaban la trapera tras tropezar con sus propios pies. El castaño se disculpó con un nada alegre alemán y me juró que sólo iba a tardar de quince a veinte minutos preparándose para salir a beber.
Y ya habían pasado treinta endemoniados minutos.
— ¡Maldita sea, Steve! ¡Mueve ese culo blanco tuyo y vámonos ya!— gruñó enojado, viendo en dirección al segundo piso donde vivía el castaño.
Después de todo, el restaurante era propiedad de ambos.
— ¡Un segundo, Richter!— contestó agitado.
Pasos apresurados se escucharon en la planta de arriba, luego esos mismos pasos escuchándose más y más cerca.
— Jamás en tu jodida vida me hagas esperar otra vez, Steve Lewis.
— Sí, sí. No volverá a pasar señor gruñón— rodó los ojos mientras pasaba uno de sus brazos por el hombro de su amigo.
Katze bufó pero no dijo nada más.
El par subió al auto del castaño, encendieron la calefacción y la radio. Pero entonces un olor espantoso a putrefacción desconcertó por un momento a Katze.
— ¿Todavía tienes esa cosa en el baúl?— Inquirió.
Steve se encogió de hombros—. Encontrar un lugar para enterrarlo sin dejar evidencias claras y obvias no es muy fácil que digamos, Katze— recordó tranquilamente, saliendo a la calle y conduciendo en dirección al bar al que iban cada que el pelinegro estaba de mal humor.
— Deberías deshacerte de eso, Steve. No sabemos qué tanto sabe la policía acerca de—
— ¿De las marionetas que luego desechas y que después tengo que desaparecer? Ajá, claro. Ellos no tienen por qué ni cómo saber, Katze. Has actuado cuidadosamente, y yo te he ayudado. Nunca nos van a descubrir— animó, sonriendo honesta y cálidamente, transmitiendo esa seguridad inusual que solo sentía con Bely.
Volteó la mirada y apoyó su cabeza en el vidrio del auto, perdiéndose en recuerdos pasados.
No pasó mucho cuando llegaron al bar, la música vibrando y una larga fila fiera del local esperando a ser atendida por un guarda que podía dormir tranquilamente de pie.
Estacionaron el auto, bajaron e ingresaron al establecimiento tras haber mostrado su pase VIP.
El pelinegro inhaló hondo y sonrió. Sudor. Lágrimas. Alcohol. Drogas. Víctimas potenciales esperando a ser descubiertas, acechadas... Cazadas.
— Vamos por un trago, amigo— insinuó el castaño divertido, viendo la mirada emocionada de Katze.
No estaba muy de acuerdo con lo que hacía, pero él era como su hermano. Siempre lo había considerado como tal, incluso desde antes de conocerlo a profundidad. Haría cualquier cosa por ese asesino demente.
Cualquier maldita cosa.
Incluso desaparecer un cadáver.
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Un par peligroso©
Roman pour Adolescents¿Oíste lo que le sucedió a la pobre Amalia? Sí, que tragedia... Y todo por intentar ayudar al desquiciado de Katze... Por supuesto, es obvio que es el único culpable. El pelinegro observaba como todos los estudiantes le miraban no muy discretamente...