–¿Qué pudo haber derrotado a tan fuerte mujer? Mataré a quién sea… –bromeó.
Serena no sonrió. Se pasó las muñecas por las mejillas, quitando el rastro de lágrimas, pero pronto éstas volvían a abrirse paso, empapándola de nuevo. Sintió con sorpresa lo agradable del calor manando del abrigo. Estaba impregnado de un olor masculino exquisito y por un momento, sintió las ganas más extremas de quedarse envuelta en él para siempre. Miró a esos ojos verdes, que ya no le parecían tan malditamente capullos y observó los hoyuelos de aquel hombre con tibieza. Si tan solo fueran otras las circunstancias, ella querría hincar el diente ante aquel filete de primera.
–Nada que te importe. –dijo la defensiva.
–Ok entiendo que me has declarado la guerra, pero al menos debes saber el nombre de tu antagonista. –estiró una mano, enorme y fibrosa, ante ella invitando a estrecharla en saludo. –George Myles.
Serena miró la mano y se negó a estrecharla. Había demasiado que gritarle a la cara como para hacerlo. Pero aun así se presentó, mirándolo a los ojos.
–Serena Richmond.
George bajó la mirada y sonrió de lado, gesto que provocó en Serena un millón de escalofríos recorriéndola.
–Déjame adivinar… ¿No has podido coger habitación, no es verdad?
Serena enmudeció, pero levantando el mentón con orgullo respondió:
–No todos tenemos tanta suerte, ¿no? Dormir afuera no me hará menos mujer.
–Pues no, te hará una paleta helada y considerando que comenzó a llover…
Serena puso los ojos en blanco y se levantó de golpe, sacándose el abrigo de los hombros y devolviéndoselo a George con violencia. Se lo estampó en el pecho y enseguida se dio cuenta de lo duro que tenía los músculos de su torso… Maldita sea…
–Ok, serena, a pesar de que me odias a muerte, –dijo George con una voz profunda y ronca cargada de paciencia y sensualidad. –resulta, que tengo una habitación caliente ahí dentro y no me molestaría compartirla contigo, si prometes no morderme.
Serena se enfurruñó y se preparaba para gritarle, cuando sintió, una vez más la tibieza del abrigo cubriéndole los hombros. George, con una paciencia de la cual jamás había sido testigo, la cubrió una vez más para protegerla del frío. Iba a responderle, cuando el agua comenzó a caer del cielo sin compasión. Se miraron fijamente y Georg sonrió de forma devastadora.
–Ya no tienes escapatoria.
La tomó de la mano y la obligó a correr por el angosto pacillo y llegar hasta su habitación reservada.
George estaba encantado con la fuerza e ímpetu de Serena y se sintió alagado de tener una belleza así en su cama… bueno… prácticamente.
Sacó la llave de su gabardina y la metió en el cerrojo para abrirla. Entró y detrás serena, quien se quedó de pie junto a la única cama de dos cuerpos en medio del espacio.
George la miró de pies a cabeza. Era una mujer terriblemente sensual, y ella estaba consciente de ello. Su piel estaba pálida y cojeaba débilmente de su pierna derecha. Estaba mojada, no sabía cuánto rato había estado sentada ahí llorando y las gotas que iniciaron la lluvia se ensañaron con la pequeña mujer. Dejó sus pertenecías en la mesita de noche y se paró frente a serena, a quien tuvo que mirar dos cabezas hacia abajo para poder enfrentarla.
–Escucha, si no te cambias esa ropa, te dará algo o peor, te pondrás de más mal humor y la tomarás conmigo, así que creo que debes darte una ducha tibia y vestirte del albornoz del baño, mientras tu ropa se seca ¿bien?
Serena lo miro a los ojos sin expresión alguna.
–¿Por qué eres tan amable conmigo sin conocerme?
George sonrió. De una forma tan encantadora y devastadora que serena juró darle todo lo que quería porque la abrazara durante la noche. Pero se sacudió la cabeza rápidamente ante ese ridículo pensamiento.
–La gente siempre muestra su mejor cara ante los extraños, te dicen lo que quieres oír, son amables, educados y siempre encantadores eso es basura, con sólo un rato de entablar conversación te das cuenta de que jamás son así, tu, por alguna razón que aun no comprendo, te mostraste tal cual eres delante de mí sin conocerme de nada. Si esa es tu forma de ser… lo que viene ahora, será miel seguramente.
Serena sonrió inconscientemente y se dio cuenta de ello, pero no lo ocultó.
–Está bien. –Dijo serena calmada. –Es tiempo de una tregua.
–Eso funciona para mí. –Dijo George sonriendo con calidez. –Ahora, ve a darte una ducha tibia.
Serena entro al baño y se quitó el vestido para dejarlo colgado de un perchero detrás de la puerta. Se metió a la ducha y largó el agua, dejando que se entibiara sobre su piel. Era inmensamente agradable y muy pronto sintió que la temperatura normal que correspondía volvía a recorrerla. Salió y se secó, envolviéndose en el albornoz que había colgado.
–Oh rayos…
Era increíblemente pequeño, apenas le cubría el pecho y las piernas, pero estaba seco y tapaba lo necesario. ¿Cómo diablos iba a dormir en la misma cama con un hombre completamente extraño? ¿Acaso tenía elección alguna?
George se quitó la corbata y la camisa, dejándola en un perchero detrás de la puerta de entrada. Se desabotonó el pantalón y se recostó sobre la colcha de la gran cama.
Oh sí, el debería dormir en el piso y estaba asimilándolo como un hombre.
Pero que ganas de ponerle las manos encima a esa piel de porcelana. Si se concentraba un poco, podía sentir su calor cerca. Sus manos recorriendo esas increíbles curvas y su boca tomando uno de sus senos en la boca. Era como estar frente a un pastel de chocolate y saber que no debes comerlo. Eso lo hace aún más deseable. Serena era completamente deseable.
Escuchó la ducha detenerse y luego de unos segundos, la puerta del cuarto de baño se abrió, para dejar salir a una reluciente muñeca con el cabello mojado y oscurecido. Llevaba el albornoz tan ceñido que sus pechos se traslucían y sus piernas quedaban al descubierto en totalidad, dejando el límite de su intimidad con poco para la imaginación…
Deliciosa….
Serena se exaltó por el asalto de esa mirada ardiente.
–No me mires de esa forma. –Dijo seria.
–Lo siento, no es común tener a una mujer tan hermosa delante de los ojos y no poder tocarla.
¿Quién dice que no? Pensó Serena.
–Ya, eso dices tú.