Capitulo 3 - A la Luz de la Luna

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Pasó una semana sin que tuviera noticias de Galileo.

Estaba empezando a preocuparse y ya estaba haciendo conjeturas de que algo malo podria haberle ocurrido. En eso estaba cuando entró su tía a la biblioteca, a paso ligero y con su seriedad de siempre. Depositó una carta, algo maltratada, en su mano y, por fin, sonrió.

No fue una sonrisa tan amplia, pero fue algo inusual en ella.

Desde su llegada habían progresado enormemente en su relacion parental. Desayunaban cada una en su habitacion, ya que para su tía era una especie de ritual que la relajaba y le hacia empezar bien su día. Las tardes las pasaban leyendo en su inmensa biblioteca. Le había explicado qué tipo de libros habia en cada sección con un amor que nunca habia visto en ningún otro lector.

Tambien, le aclaró a Amalia que a partir de entonces estudiaría en casa. ¡No podía creer que hubiera olvidado sus estudios! Ni siquiera se habia preocupado por avanzar en las tareas que le habian quedado de su antigua escuela, que por cierto, mencionaré, no era demasiado grande. Esto se debía al reducido número de estudiantes pueblerinos, claro. Sus amigas en la institución eran Matilda y Lola, pero entre ellas siempre había existido una amistad más antigua y sólida de la que nunca llegarían a tener consigo. No eran sus amigas para toda la vida, sin embargo se habia encariñado mucho con ellas.

En cuanto a las noches, pasaba veladas encantadoras cenando en el deck techado y dentro de poco se haría un baile en el que participarían tanto los amigos aristocráticos de la tía, como los granjeros y la servidumbre del lugar. Todos, y absolutamemte todos participarían en la preparacion de éste. Las señoras de ciudad traerían el aroma de exoticos y muy ricos postres mezclado con el de sus caros perfumes. Por su parte, las granjeritas aportarían un puchero echo con el cerdo más grande del año, ganador de un concurso de la región. Para aquellos que no consumieran carnes, habría tambien ensaladas de la mayor variedad, con las verduras y frutas más frescas.

Los hombres tenían el encargo de arreglar mesas y sillas que había en un galpón, y que por lo visto hacia años que no se utilizaban.

Le describiría todo detalladamente a su queridísimo, y muy añorado, hermano.

La carta de Galileo la emocionó nada más ver su caligrafia, que al igual que las relaciones con su tía, habia mejorado mucho. Hablaba con entusiasmo sobre sus nuevos amigos, aunque Amalia estaba segura de que no podían reemplazar al cálido ambiente familiar del que gozaban antes del accidente. Habían perdido a su madre, y sin un padre que pudiera cuidar de ambos, se los vio obligados a ser separados, empeorando el sentimiento de desolación y desgarrando casi por completo su sensible corazón. A él se lo llevaron a un hogar, cerca de una mina, donde se enseñaba a los jovenes como extraer el carbón y pulir los diamantes.

Quería sacarlo de ahi lo antes posible, no solo por la odiosa distancia que los separaba, sino también porque no le parecía, ese, el ambiente apropiado para que un niño creciera. Los valores no serían inculcados de la misma manera y tampoco se le daría el amor que su hermana era capaz de ofrcerle. Temia que se volviera un chico problemático. Necesitaba tenerlo a su lado.

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Agosto se pasó volando y para cuando quiso darse cuenta, la primavera estaba casi encima. Para el baile que se celebraría se le pidió realizar un cuadro, una "verdadera obra de arte", según los requisitos de su exijente tía.

Amalia se sentò frente al gran ventanal de la sala de estar, no en los mullidos y hermosos sillones de lo que parecía terciopelo rojizo, sino en uma sillita de mimbre, para disfrutar de la vista y recibir, así, algo de inspiración. La tela que tenia frente a sí comenzó a mostrarle posibilidades. Un paisaje, luego un sabueso, después una... una mujer. Comezaron a juntarse las lágrimas en sus ojos y una se deslizó por su mejilla, pero no soltó el pincel. Se mordió el labio, pues no le dejaba de temblar. Mojó el pincel y lo apoyó en la pintura negra. Entonces, lentamente, fue acercando la punta a la tela blanca y, fue entonces que, antes de que pudiera hacer el primer bucle, la tela cambió. Ya no le mostraba ese rostro tan familiar.

El Secreto de las LuciérnagasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora