Capítulo 4 - Aclarás y oscurece

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Era una hermosa mañana. El cielo estaba adornado con apenas dos nubes blanquísimas que muy lentamente se dirigían hacia el oeste. Los perros de un granjero jugaban, algo brutos, a perseguirse. El hijo del granjero era el unico despierto a esas horas, algo muy raro en verdad, puesto que en ese lugar todos comenzaban a trabajar apenas salía el sol.

Esta rareza se debía a que la fiesta había terminado muy tarde, en la madrugada, y el único que no había asistido era Rafael.

El joven silvaba con tranquilidad una linda melodía, pues tenía hasta el mediodía para hacer lo que quisiera. Las labores estaban detenidas hasta que su padre lo regañara, cosa que no pasaría mientras siguiera durmiendo.

Únicamemte se llevó a la cabra más pequeña consigo, porque Botitas se veía hambrienta y el día anterior había olvidado llevarla a pastar.

El viento soplaba un poco fuerte y varias veces tuvo que agacharse para recoger su sombrero de paja. Comenzó a tararear, pero la música fue interrumpida por el desconcierto.

Rafaél paró repentinamente, dejando a Botitas en su misma situación. De la nada, comenzó a correr, pero la cabra no quería pastar en esa dirección y daba tirones en direccion al campo de tréboles.

Finalmente, Botitas tuvo que ceder porque se había cansado de forcejear con la soga que su amigo le había atado al cuello. La cabrita se acercó al extraño cesped amarronado que el chico observaba muy atentamente, y por supuesto decidió probarlo para corroborar si era comestible. Extrañamente, Rafaél la retó por ello y la apartó del brillante cesped marrón.

Rafaél se inclinó y descorrió los cabellos de la joven. Trató de despertarla con unos sacudones, pero su animalito fue quien lo consiguió. Le dió unos humedos lametones en la cara haciendo que ella, por fin, abriera los ojos.

- ¿Que...? ¿Hmmm? ¿Por qué no estoy en mi cama? -dijo Amalia tapandose la boca para acallar un gran bostezo.

A Rafaél solo se le ocurrió preguntarle quién era, a lo que ella contesto con la correspondiente formal presentación, haciendo una leve reverencia cruzando las botas mientras sostenía ambos lados del sucio y algo roído vestido con las manos. Inclinó tambien la cabeza y le sonrió desde abajo, con sus cabellos lacios bastante enredados.

El joven se impresionó, porque pese a su mal aspecto, se veía elegante en esa postura. Se presentó moviendo despacio la mano para saludar y diciendo nada más que su nombre.

- ¿Que hacías aca tirada durmiendo? -dijo bruscamemte, aunque no quería ser mal-educado.

Amalia notó esta falta de sutileza, pero no demostró su ofensa y contestó:

- La verdad es que no sé, me acuerdo de que me fui de la fiesta y perseguí una luz verde. Pero no me acuerdo de nada más -

- Te habrás golpeado muy fuerte la cabeza. ¡Ahí tenés un chichón enorme! -exclamó Rafael, olvidado nuevamemte sus modales y señalando donde, efectivamente, se alzaba un tremendo bulto por causa de la caída.

Esta vez, la joven no se lo dejó pasar.

- ¿Podría ser un poco más educado? No necesita decírmelo con esas maneras -dijo con las manos en la cintura.

- Perdón -dijó el chico, avergonzado al recordar que no se debe hablar asi a quién apenas conoce.

- No importa. ¿Me acompañaría hasta mi casa? Me muero de hambre y además no quiero preocupar a mi tía -le explicó Amalia, en tanto se sacudía el vestido y se limpiaba la baba de cabra de la mejilla.

- Bueno -dijo alegremente él.

Caminaron hasta la casona de la tía Marie y entonces Rafael se dio cuenta de que ahora era amigo de la sobrina de la patrona.

- ¡No sabía que era usted!

- Con la imagen que tengo podría hacerme pasar tranquilamemte por ermitaña -y no estaba lejos de la verdad, porque algunas ramitas y hojas se le habían enganchado al pelo. Se parecía a una ninfa del bosque.

Entraron, casi sin hacer ruido y se infiltraron en la cocina. Para su alegría habían sobrado varios trozos de postres y empezaron a devorarlos sin pensarlo siquiera un segundo. Cuando estuvieron llenos a reventar se sentaron en unos banquitos de madera que habia frente al horno.

Amalia se giro hacia su nuevo amigo y no pudo evitar carcajearse.

- ¿Qué? ¿Qué tengo? -dijo el confundido chico pasándose las manos sucias por la cara y embarrandosela aún más de crema pastelera. Amalia se reía a más no poder y hasta estaba llorando de la risa. Cuando por fin se reconpuso le dijo a Rafael que subiría a cambiarse, dejandolo solo con las manos en el lavabo.

Subió las escaleras rápida y silenciosamente. Entró a la habitacion de su madre que, bueno, ahora era suya. Se llevó un pequeño susto al encontrarse a su tía allí dormida, sobre su cama, algo despatarrada, puesto que Marie era bastante alta y la cama, muy pequeña.

Se le acercó y le susurró:

- Tía... Tía Marie... Despertate... -

La tía se estiró y bostezó muy profundamente. Luego, se giró hacia la que la había despertado. Al encontrarse con su sobrina, recordó la odisea de la noche anterior, cuando quisieron felicitarla por su fascinante obra y no la encontraron por ningún lado. Tuvo que demostrar calma, cuando en el fondo temía que la joven se hubiera escapado por malas actitudes suyas. Mientras el resto de los invitados seguían disfrutando de la velada, se acercó a las hermanas pelirrojas y les preguntó por Amalia. Estas, por supuesto, no tenían idea de dónde podría estar. Así que se dirijió hacia donde estaba Miriam, quien le contó que su amiga se había dirigido a la cocina para buscar a las hermanas Gonzalez.

- ¡¿Tenés idea de cuanto te busque?! ¡¿Y de lo desesperada que estaba?! ¡Y cuando no volviste! Oh dios mio. ¿Estas bien? ¿Te duele algo? -la revisaba de pies a cabeza una y otra vez y sus ojos pasaban de estado de furia a la precupación maternal más pura. Hacía años que esa mujer no se alteraba de esa manera.

Amalia no llegaba a procesar nada de lo que le decía, no solo por la rapidez con que cambiaban sus preguntas, sino porque detrás de ella, apoyado en la cama, estaba, ya enmarcado elegantemente, el cuadro que había hecho.

Ahora notaba un parecido, entre la muchacha pintada y ella misma, del que no se había percatado al crearla. Entonces recordó, con mayor nitidez lo que habia ocurrido esa noche. Abrió lentamente los ojos, no solo con asombro, sino con miedo.Dio unos pasos hacia atrás, ya ni siquiero oía la voz de su tía.

- ¿Qué está pasando?

Corriendo salió de la habitación y corriendo bajo las escaleras.

La tía comenzó a monologuear "Que los adolescentes esto, quelos adolescentes aquello"

Amalia pasó por la sala y de ahí se dirigió a la biblioteca.

Al poco tiempo, entró Rafaél, quien le preguntó porqué seguía así vestida y qué rebuscaba entre tantos libros viejos y gordos. Al oir esto, Amalia no pudo evitar distraerse.

- Los libros viejos y gordos son los más complejos y sabios. Deberías leer uno alguna vez -dicho esto, volvió a lo que estaba.

Luego de abrir y cerrar unos treinta libracos con frustración, pensó que ya era suficiente. Le dolían los ojos y estaba agotada. Buscó con la vista a su amigo, pero como no lo vio por ningún lado supuso que se habría ido.

Antes de salir definitivamente de la biblioteca, Amalia buscó algún libro que pudiera serle entretenido. Deslizando los dedos por los lomos a medida que sondeaba los títulos, se topó con La Pequeña Niña Voladora en letras doradas y sin ningún adorno más que el de las mismas palabras. No encontró referencia alguna del autor, lo que por supuesto despertó su curiosidad.

Con el libro bajo el brazo, se retiró de la habitación. Subió las escaleras, entró a su pieza y, después de dejar el libro en la cama y las botas al lado de esta, se fue a duchar.

Mientras tanto, el cartero estaba llegando a la propiedad en su vieja, pero bien cuidada, bicicleta. Le daría tres cartas a la señora de la casa. Dos de ellas, para su sobrina. Una contenía olor a carbón, risas y buenas noticias. La otra, olor a oficina, caras largas y malas noticias.

El Secreto de las LuciérnagasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora