Capítulo 3 Bienvenidos al mundo olvidado

67 40 31
                                    


Después de muchos días nublados, con frío y lluvia, el cielo de aquel viernes estaba totalmente despejado y limpio, nadie de fuera hubiera creído que el pueblo fue víctima de parecer escena bíblica. Era el día perfecto para salir a jugar, caminar o en nuestro caso, ir a buscar a "Él habitante del bosque", así decidimos nombrar al desconocido.

Ese día Carlos fue a mi casa a buscarme. Traía una chamarra, un pantalón de mezclilla, tenis y la mochila que siempre llevaba cuando íbamos a investigar. Yo vestía una playera gris con short y tenis. Nunca entendí el gusto de mi amigo de usar chamarras cuando hacía mucho calor.

Hicimos el camino conocido entre bromas y hablando de la telenovela que veían nuestras madres. Llegamos rápido al bosque, antes de entrar en el nos detuvimos porque Carlos sacó un martillo de su mochila. Él solo se limitó a decir que era por precaución.

Todos los árboles tenían la marca que era nuestra guía. Sin saber qué hacer o qué "camino" tomar nos adentramos haciendo nuevas marcas. Luego de un tiempo estábamos muy dentro del bosque cuando el sol fue tapado por una gran nube gris y empezó a llover ligeramente. Fue entonces que nos topamos con una cueva. Delante de ella estaba el chico extraño quien al vernos llegar saco un cuchillo y nos habló en lo que creí era su idioma.

Carlos en automático levantó el martillo—nunca supe que hacía cuando no estaba conmigo—posicionándose frente a mí. Yo trataba de hablar desde atrás de él.

— Tranquiló, no queremos hacerte daño—dije saliendo de mi escondite—. Si así fuera, hubiéramos avisado a la gente del pueblo. Solo queremos hablar... Baja el martillo- Le susurré a mi amigo—él se negó—. Necesitamos vernos amables— insistí y por fin hizo caso.

—Largo— respondió el chico.

—¡Si me entiendes!— grite feliz—Necesito tu ayuda. Vimos la otra vez que te lanzaste a un árbol y desapareciste, yo— el desconocido me interrumpió.

— ¡Váyanse!— gritó amenazante.

— Déjame explicarte— me acerque a él desesperado de manera tan imprudente que no fije que me iba a atacar.

Carlos me empujó aún lado deteniendo a la par el cuchillo del indio. Todo fue muy rápido. Ellos empezaron a forcejear pues así como mi amigo le había detenido la mano, el sujeto de igual forma sostenía la mano de mi amigo que tenía el martillo. El güero al poner su pie detrás del pie de nuestro atacante y jalarlo hacia sí mismo logró desequilibrarlo tirándolo al piso estando encima de él, pero duró poco pues al final quedó debajo. El moreno zafó su mano y le hizo una herida en el brazo donde tenía su arma a mi amigo para así quitársela. Se levantó y corrió hacia la cueva.

Fui directo con Carlos preocupado, él se apartó de mí levantándose y sosteniendo su brazo. No era profunda pero le dolía. Se le notaba enojado, no conmigo sino con el atacante. Él era igual de idiota que yo solo cuando lograban hacerlo enojar, era difícil que eso sucediera más no imposible.

— ¿Qué esperas?—me hablo— mueve tus nalgas, vamos a atraparlo— no me espero y se fue, yo imité su acción.

La "pequeña" cueva se dividía en dos caminos. Podíamos ver las dimensiones del lugar por la lámpara de Carlos. También vimos las gotas de sangre que el cuchillo escurría y comenzamos a seguirlas.

Encontramos al indio que estaba haciendo lo mismo que la primera vez que lo vimos: tomando impulso pero ahora hacia una pared de la cueva. Caminamos agachados  lo más rápido que podíamos sin hacer ruido hasta quedar detrás de él. Cuando corrió hacia la pared nosotros lo imitamos para tomarlo de los hombros. La idea era capturarlo desprevenido, sin embargo, nuestro peso nos ganó y traspasamos al otro lado.

La historia del mundo olvidado que nunca existióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora