Día 5; Soulmates

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Advertencias: Angst. MUCHO ANGST. 

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En este mundo nacer con las iniciales de tu alma gemela era considerado un privilegio; algo por lo que celebrar con júbilo. Sin embargo, no todo era justo. Porque el destino se había encargado de que también existieran las personas con marcas restantes; tatuajes sin forma que surgían a partir del primer cumpleaños. 

Estos casos sólo constaban del 5% de la población mundial y era muy raro que llegarán a encontrar a su otra mitad. Los que lo lograron, afirmaban que esta tomaba el color de los ojos de la persona.

Hanagaki Takemichi era parte del pequeño porcentaje existente en Japón con este tipo de huellas. Desde que tenía uso de conciencia, sus padres le repetían que eso no lo definía. Y él, como el niño que era, había afirmado y reafirmado que seguro lo encontraría.

Pasaron los años mientras veía cómo poco a poco sus amigos iban uniendo sus vidas y se alegraba por ellos. Se alegraba, en serio. Pero él iba perdiendo las esperanzas con cada cumpleaños que pasaba.

Al cumplir 20 había iniciado una relación con Hinata Tachibana. Ella también tenía el mismo tipo de marca que él. E ilusamente imaginaban una vida juntos al finalizar la escuela; una vida dónde se amaban sin importar qué no estuvieran hechos el uno para el otro.

Sueñas como niño. Pero los sueños infantiles se olvidan.

La marca de Hina se encontraba en la palma de su mano izquierda; era de color negro y representaba la mitad de las alas de una mariposa. Llegaba a ser en lo único que combinaban porque la suya también se encontraba en su palma; era una media luna sin color, como si estuviera esperando a ser completada por esa persona. Cada noche le gustaba verla, dándose un recordatorio de que tal vez se quedaría así para siempre.

No obstante, todo lo bueno tenía que acabar.

Una tarde en una de sus usuales citas, su querida novia empezó a sentir un leve ardor en toda su mano. Temerosos, la observaron esperando que no fuera eso.

Lo era.

Emitía un suave brillo color miel. Significaba que estaba cerca. Muy cerca.

Por una sola vez quiso ser egoísta. Por una sola vez, más la dulce sonrisa en el rostro de la chica le hizo cambiar de opinión. Aún indeciso, detuvo su caminata y ayudó a buscarla.

Como si fuera de película, otra chica venía corriendo en su dirección. También parecía buscar a alguien. Era ella, ella era la chica con la que Hina estaba predestinada.

Su corazón lloraba. Todo se resquebrajó. Ya no le quedó nada.

Fue un simple testigo ante la inevitable reunión de dos almas. Quedó en segundo plano, solo observando.

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Su relación había pasado a ser solo de amigos. Ninguno de los dos quería separarse, habían estado años juntos como para tirar todo a la basura. Fue así como terminó encariñando con la chica que ahora conocía como Yuzuha. 

Oficialmente todos a su alrededor tenían a su alguien.

Mentiría si dijera que no le dolía. Pero en una sociedad donde te enseñan desde pequeño que en cualquier momento conocerás al amor de tu vida, era una tortura. Porque nadie les enseñaba a los de marcas restantes que una gran pesadumbre consumiría sus corazones y su marca poco a poco se iría desapareciendo.

Su vida siguió lo más normal que pudo hasta su cumpleaños número 22. Porque al despertar, la mitad de su marca se había ido.

Lo único que pudo hacer fue soltar un llanto desesperado y embriagante. Consumiéndose en un terror absoluto.

No puedo respirar. Ya no lo soporto.

Ese fue su primer intento de suicidio. Akkun y los chicos habían llegado de imprevisto para felicitarlo, encontrando la imagen del de ojos azules en la bañera.

Cinco minutos más, y no la hubiera contado. O eso le dijeron.

No le importo realmente. Desde ese momento empezó a vivir como un robot vigilado por Hina y Yuzuha. Ambas chicas intentaban ayudarlo a recuperar el sentido; lo llevaban a sus terapias y lo instaban a socializar con sus cercanos.

Lo cierto es que su amiga se había sacado la lotería; Yuzuha era hermana de un exitoso modelo y el hermano mayor, por lo que entendió, era un empresario con varios restaurantes alrededor del país. Por lo que aprovechaban todas esas invitaciones que les hacían para llevarlo.

No lo decían, pero las entendía.

Una mínima probabilidad. Solo una, y su corazón se arreglaría.

Nunca sanaría. El picor de su media luna era porque estaba buscando sobrevivir. Y si hasta el destino le tenía lástima, entonces su existencia debía de ser un error.

Las estaciones pasaron con lentitud. Y cuando menos se dio cuenta la nieve pintaba la ciudad de un blanco impoluto; admiraba la vista que tenía desde el hogar del hermano menor de Yuzuha, Hakkai. Un hermoso penthouse que compartía con su esposo, Mitsuya Takashi, un afamado diseñador de modas.

Desde donde estaba los veía amarse con fervor. Una unión tan poderosa que lograba hacerlo sentir envidia en su interior casi muerto.

Se entretenía con su copa casi vacía. Hasta que en su mano empezó a sentir picazón. Esperanzado, busco cualquier muestra de fuera eso.

Lo era. Estaba ahí en esa fiesta.

Sus ojos recuperaron su color, con una sonrisa inició la búsqueda. Ignoró las preguntas de su amiga y su esposa o los saludos de sus pocos conocidos, el ardor de su palma le indicaba la dirección de donde estaba su destino.

Demasiado bueno para ser verdad.

La puerta de un cuarto se abrió. Un chico rubio salió de la mano con una joven bellísima; parecían estar hechos el uno para el otro.

Ý él no encajaba en la ecuación. Porque solo necesito una mirada para saber que no podía ser suyo.

—¡Dijo que sí!

La sala rápidamente se llenó de felicitaciones y vítores. Pero para sí mismo el tiempo se detuvo. Su corazón se había terminado de deshacer y cuando se dio cuenta la media luna ya no existía. 

A nadie le importaría si desaparecía. Todos estaban ocupados dando sus buenas nuevas a la pareja. Sin importarle nada más, se dirigió a la entrada, tomó su abrigo y salió sin mirar atrás.

Corría sin rumbo alguno, la nieve decoraba sus cabellos al tiempo en que sollozaba a lágrima viva. Su cuerpo era un cúmulo de angustia.

Un defecto, eso era. Había venido al mundo para ser el lobo solitario que aullaba a la luna en busca de una respuesta. Respuesta que nunca llegaría.

¿Estaba pagando algún mal que hizo en su vida pasada? Si lo estaba haciendo, ya era suficiente.

—¡Ya te entendí, Dios! ¡Deja de torturarme!

Su garganta ardió como si hubiera tragado lava a fuego vivo. Disminuyó la velocidad ante la falta de aire, lamentablemente eso lo llevó a su final.

Una luz en frente suyo lo cegó. Seguido a eso, la agonizante sensación de sus huesos romperse en mil pedazos.

Alguien...

Su consciencia fue desvaneciéndose. Y debajo suyo, el carmín decoraba con suma belleza la nevada que rodeaba su inerte cuerpo. 

Su sufrimiento había acabado. Algún dios había escuchado sus silenciosas plegarias.

Con su último aliento, sonrió.

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Drawing our Moments (TakeMikey Week 2021)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora