Capítulo II: Los polos opuestos

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Rick estaba en el tren, concretamente en el servicio, haciéndose un apaño, justo después de ducharse. Con dieciocho años ya, era una especie de hábito, o al menos eso es lo que él mismo proclamó en la entrevista. Pero no nos adelantemos, y vayamos paso por paso.

Rick era un chico de estatura media, flacucho, con un aire de empollón que se veía desde lejos. Tenía el pelo negro y ligeramente rizado y en su rostro destacaban sus ojos azul claro. Le había cambiado la voz no hace mucho, y aún le salían gallos al reírse estruendosamente, cosa que hacía muchas veces. Era una risa contagiosa. Venía del distrito 3 y le encantaban todo tipo de cachivaches electrónicos. Él sabía que lo habían votado para los juegos porque era demasiado repelente y la gente no entendía su forma de ser.

No llevaba nada que tapara su sexualidad, y con tan sólo una toalla, después de acabar con la masturbación, salió hacia la sala central del lujoso rápido que los transportaba. En dicha sala, una chica de edad parecida se entretenía mirando durante unos instantes mirando hacia las ventanas. Nada más oír los pasos ruidosos de Emerick, se giró y se escandalizó.

— ¡¿Pero qué mierda haces así vestido?! —gritó Aeryn, aproximándose sin darse cuenta a él para enfrentarlo— No tengo ningunas ganas de verte...en paños menores.

—No pretendo seducirte, tranquila—respondió con indiferencia el chico, repeliendola  como si le acosara.

—Con tu cara, eso es poco probable—le sonrió malévolamente la chica, y finalmente  se sentó en uno de los divanes— Ponte algo, por favor, ¡hazlo por el bien de la humanidad!—acabó con dramatismo, alzando durante un momento los brazos mirando al techo.

Aeryn era puro fuego. Era pequeña y delgada pero en sus brazos se podía observar cierta musculatura, cosa que a Rick le daba miedo. Tenía unos preciosos ojos de aguamarina y por su color de pelo (rosa) podría hacerse pasar por un habitante del Capitolio. Cuando quería podía ser una gatita inocente, pero el chico la conocía lo suficiente para saber que, con un poco de mecha, la gatita podía encenderse y transformarse en un felino terrorífico. La votaron porque no valía para nada relacionado con trabajo electrónico; la consideraban un peso muerto, y a demás, Aeryn los solía tratar con un mal humor que desembocó en un odio hacia ella por todo el distrito.

De repente entró un avox pelirrojo con un carrito lleno de dulces seguido de su escolta, Georgina. Su pelo verde eléctrico destacaba con sus ojos traviesos, un tanto gatunos también. Tenía un cuerpo totalmente artificial, y se podía observar que había pasado varias veces por el quirófano. Iba vestida con un vestido de plástico fucsia con unos tacones amarillo mostaza. Tenía varios tatuajes brillantes por los brazos y las manos repletas de originales anillos. En general, se le notaba que era del Capitolio con sólo oler su extraño y caro perfume.

—Aquí tenéis un pequeño tentempié antes de llegar a nuestro destino—dijo la extravagante mujer con una sonrisa demasiado exagerada para ser natural, —¿Cómodos, verdad? Como ya sabéis, si alguno de los dos ganáis los Juegos podréis permitiros estos lujos... todos los días— lo dijo con picardía, mirando alternativamente a ambos, esperando una reacción. Aeryn rodó los ojos con algo similar a una sonrisa dibujada en el rostro, pero Emerick seguía en silencio. La escolta, con su característico movimiento de caderas, se fue por donde había venido. 

Los instintos más primitivos de Aeryn se activaron al ver los pastelitos de fresa, con sus glaseados, sus aníses... su boca se ensanchó, en una sonrisa que Rick calificaría de diabólica, y, como es normal, se abalanzó sobre ellos como el animal hambriento que era.

Rick, en cambio, tardó un poco más en responder a sus instintos pero no mucho tiempo más en empezar a comer. Poco a poco, empezaron a haber menos dulces hasta que sólo quedó uno.

Los Juegos del FríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora