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A simple vista, podías ver a Tsuyu como una pobre muchacha inexpresiva, que no muchas cosas le interesaban y que de hecho, podía llegar a parecer demasiado neutra. Sin embargo, debías ver la forma en la que sus ojos brillaban y su sonrisa relucía cuando estaba sentada en el pasto del patio de aquel recinto. Podría llegar a parecer alguien diferente; más alegre y llena de vida, no tan sólo gracias a aquel paisaje tan bonito que tenía de los árboles, la flora, los pajaritos, no, más bien, todos sabían que ese chico que siempre estaba junto a ella era la causa de tan desbordante felicidad.
Asui no podía explicarlo, pero el experimentado enfermero Bakugo Katsuki hacía rebosar su tierno corazón de alegría en un mar de dicha con tan sólo pocas palabras, y una que otra sonrisa escondida.
Los días en el hospital parecían ser los días más alegres de su juventud, aunque la frase se escuchase extraña, esa era la realidad para la chica de cabello verdoso. Con la mera presencia de Katsuki, Tsuyu olvidaba por completo el hecho de tener que estar en chequeos, acondicionada entre cuatro frías paredes, y nada más que una camilla con un televisor que apenas simtonizaba tres lamentables y aburridos canales.
Porque, cada que recibía una visita por aquel enfermero, todo parecía un mundo completamente diferente. Para Tsuyu, Bakugo era su euforia, su pequeña serendipia. Y con él sin importar qué tan hostil sea el mundo, ella se sentía abrazada por las nubes del mismísimo cielo.
Eso era lo que significaba el amor, ¿no es así?
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