Se supone que uno debe alejarse de lo que es peligroso...de lo inusual...de lo diferente. De aquello que podría quitarte tu próximo aliento en cuestión de segundos.
Supongo que por eso mis padres me odiaron desde el primer día. Porque yo era todo eso y se esforzaban en esconderlo.
Se escandalizaban por el color de mi cabello y la tonalidad de mis ojos, que no tenía nada que ver con los suyos, o con los de nadie en aquel pequeño pueblo. Y es que yo no tenía nada que ver con ninguno de ellos.
Escondían mi personalidad curiosa y entrometida. Mi elocuencia e interés por diversos temas. Porque aquello no era más que un tormento.
Todo en mí era un tormento.
Yo era solo una niña que pensaba más de lo que podía y hablaba más de lo que debía. Que tenía gustos propios y ciertos caprichos, como todos los demás, pero según mis padres, era algo de lo que debería sentirme avergonzada.
Recuerdo que tuve una amiga cuando aún era muy pequeña para pronunciar bien todas las palabras...pero mis padres la apartaron de mí.
También tuve algunas mascotas...pero ellos las hicieron desaparecer.
Me mostraron que estaba sola y que así debería permanecer, como si en otra vida hubiese cometido el peor de los pecados. Que estaba en mi destino ser condenada de esa manera. Encerrada en casa, ocultando mi propia existencia, como si de la peste negra se tratara. Como si fuera una enfermedad mortal que cuando se exponía daba muerte a quiénes respiraran el mismo aire que yo.
Supongo que de algún modo aprendí a aceptarlo.
Aprendí que ser yo estaba mal, que ser Red, era una abominación y me encerré a mí misma en el fondo de mi corazón para siempre, fingiendo ser otra persona. Una chica que no tenía nada que decir o desear.
Con el tiempo también me acostumbré a estar sola y para ello los libros de mi abuela me ayudaron un montón.
Mi querida abuela. Ese ser humano que compartía la misma condena que yo, encerrada en una cabaña en medio del bosque, con ninguna otra compañía a parte de los seres que allí convivían con la naturaleza. Desde pequeña me habían prohibido cualquier contacto con ella, por lo que me sentí firmemente identificada. Cada cumpleaños me enviaba un libro diferente con hermosas dedicatorias, que hasta hoy día, me llenan de hermosos sentimientos que no sé definir, pero que los comparo con el amor y la añoranza.
Recuerdo cuando en medio de todo mi guardarropa lleno de grises y opacas ropas lo único que le daba algo de gracia o alegría era una capucha, de color rojo intenso, que hacía juego con mi cabello y mi pálida piel. Obviamente mis padres no me dejaban usarla, ni siquiera tocarla, pues provenía de la abuela y según ellos no significaba nada bueno ese "maldito trozo de tela". Pero para mí era una forma de tenerla cerca.
Otra de las cosas que me ayudaron en la soledad fueron mis propios sueños. Visiones que me llevaban a donde quiera que mi imaginación pudiera llevarme. Y fue ahí cuando pude ver el mundo fuera de las horribles paredes de mi hogar y donde podía hacer lo que quisiese sin ser cuestionada o reprendida.
Veía a la gente del pueblo, con sus problemas y trivialidades. Veía casas parecidas a la mía e incluso en ocasiones llegaba a ver en su interior la calidez de las familias que allí residían, causandome una leve envidia. Sus caras al verme no me satisfacían del todo, pues me miraban con una expresión indescifrable, como si les provocara repugnancia o miedo mi mera presencia y la mayoría de las veces salían corriendo.
Supongo que mi subconsciente ya se había hecho la idea de que esa sería la reacción de todos al verme, como me habían contado mis padres en miles de ocasiones.
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Un final diferente
Short StoryUn retelling del clásico: Caperucita roja, una versión distinta del clásico cuento de los hermanos Grimm. Te invito a recorrer un bosque donde el lobo es un chico, la abuela no es una abuela cualquiera y Caperucita...tiene toda una historia que cont...