María 1:28-1

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"Vosotros sabéis correr, entonces ¿Qué les impide obedecer la verdad del Supremo?"—Timote 18-02

Correr por el bosque es una buena herramienta para filtrar pensamientos, especialmente si no lo haces seguido. Puedes pensar en solo una fracción de cosas cuando tratas de respirar correctamente, tus piernas empiezan a acalambrarse y tus ojos se preocupan por no chocar contra ningún tronco.

Mis pulmones exigen que me detenga empezando a arder, obedezco hiperventilando. Cierro los ojos esperando que cuando los abra las lágrimas ya no estén difuminando el ambiente.

Al volver a abrirlos me concentro en observar donde me encuentro. Fallo en identificar algo que me ubique, solo veo un montón de árboles iguales, niebla y empiezo a frustrarme al sentir pequeñas gotas caer en mi nariz.

Me siento en un húmedo tronco sin importarme que esto ensuciara mi vestido, no puede importarme cuando no sé dónde estoy.

La lluvia deja de chipotear y empieza a caer. Dejo de entender donde terminan mis lágrimas y donde empieza la lluvia. No puedo quejarme del frío o del hecho de que estoy perdida porque nadie me obligó a entrar al bosque. Supongo que ese el problema de esta situación y la razón por la que estoy sintiéndome lamentable. No puedo culpar a nadie más, recae solo en mí lo siguiente que haré.

No me gusta esa sensación, por eso me quedo más tiempo del que debería bajo la lluvia jugando con el charco de lodo que se formó debajo de mis zapatos. La lluvia se detiene momentáneamente, cómo si el Supremo me obligara a enfrentar mis acciones.

Camino dirección suroeste esperando encontrarme con algo, cualquier cosa.

Me retracto de desear encontrarme con cualquier cosa, porque hubiera sido mejor encontrarme con algo útil, no solo con una casa de árbol que se ve vieja y abandonada. Intento no decir alguna maldición pues es pecado, pero suspiro porque estoy cansada, me duele el pecho y por primera vez me enfrento al hecho de que me encuentro y siento sola.

Termino de entrar en la casa y agradezco al supremo que el techo sea lo suficientemente alto para poder estar sentada y no chocar contra este. Abrazo mis piernas viendo las paredes llenas de fotos, papeles y dibujos que por alguna razón se ven familiares.

—¿Qué? —pregunto en voz alta ante el pasmo de ver una foto que se compone de dos niños y una niña al centro.

Reconozco a ese niño rubio y su hoyuelo al sonreír, tambien, aunque me costó mas tiempo reconozco al niño pelinegro y sus ojos verdes, no estoy familiaridad con su sonrisa, pero estoy segura de que ese es Lucifer, Jesús y en el medio aquellos ojos cafés son los míos.

Saco la foto de la pared, no recuerdo cuando fue tomada o su contexto, pero debe ser verídica. Debe ser de aquellos tiempos cuando éramos amigos, mamá me contó sobre nuestras aventuras diciendo que Luke siempre fue quien nos metía en problemas, diciéndome que lo mejor que le pudo pasar a nuestra familia es que él se mudara.

"LOS TRES MOSQUETEROS" Se lee en la imagen con una letra ladeada, luce como si uno de nosotros escribió en esta.

—No recuerdo nada —afirmo tirando la foto.

¿Cómo es eso posible? No puede ser normal que yo no recuerde nada. Lo único que se sobre mi infancia lo se gracias a mis padres. Y que los recuerdos de mi niñez empiecen a ser claros cuando llego a los diez años. A veces los imagino y trato de adueñarme de ellos, pero son las palabras de mis padres.

Soy las palabras de mis padres.

Me recuesto contra la pared para seguir buscando cosas por el suelo lleno de papeles y al removerlos una libreta roja me llama la atención. Sus hojas rojas están llenas de fechas, párrafos y bocetos de dibujos.

Amiga de LuciferDonde viven las historias. Descúbrelo ahora