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Dos años pasaban con rapidez, el hombre bostezó cansado, encendió su teléfono solo para ver la pantalla iluminandose con la expresión sonriente de su difunto esposo.

Draken sonrió suavemente, cerró los ojos, recargandose contra el asiento y manteniendo tanto como podía la imagen del que había sido el amor de su vida. Dejó que los minutos pasaran, llevándolo con lentitud a los brazos de Morfeo, hasta que unos toquidos a la ventana lo despertaron.

La sonrisa de Takemichi lo saludó. Bajó la ventana del auto y pronto escuchó la alegre voz del hombre.

—Buenos dias, Draken.

—Hola, Takemichi, ¿llevas mucho esperando?

Mikey y él habían continuado con el negocio de motocicletas de Shinichiro, pero después de la muerte del menor, Takemichi había estado ayudándolo junto con Inupi.

—No, pasé antes a dejarle unas flores a Mikey.

La mención de su pareja también había dejado de ser un tabú entre sus amigos, y aunque aún dolían los aguijones sobre su pecho, Mikey era su recuerdo más hermoso, escondiéndose y asomándose travieso cada tanto entre sus memorias.

—Pronto será el aniversario de su muerte, ¿quieres que vayamos todos juntos?

El mayor negó. —Quiero estar a solas con él, si no te importa.

El año pasado había sido igual, Draken había aparecido desde temprano y había estado todo el día sentado frente a la lápida que rezaba el nombre de su esposo. Sus amigos llegaban en el transcurso del día, dejaban sus regalos y se iban.

Era el único día en que Mikey no estaba solo ni un solo minuto, pero Draken pensaba secretamente que ese era su día, de ellos dos. El día en que recitaba cada bello momento que pasara por su cabeza, hablaba de sus peleas y de como por fin había logrado reparar el fregadero, hablaba de como seguía comprando en la tienda que le gustaba y preparaba el nuevo justo como siempre pedía.

Draken pensaba que de esa forma jamás podría olvidarlo y su memoria lo motivaba a seguir viviendo hasta que llegara el día en que pudiera volver a encontrarse con su chico.

Cuando la noche aviso su pronta llegada, Draken regresó a su hogar, las nubes se acumulaban esponjosas y grises sobre la ciudad, seguramente llovería. El hombre sonrió con tristeza, a Mikey le encantaría tomar un chocolate caliente con ese clima que comenzaba a volverse frío.

Tal vez haría un poco llegando a casa y le llevaría un vaso. Manjiro estaría feliz de que lo visitara repentinamente con comida. El sentimiento subió por su garganta y las lágrimas se acumularon en el momento justo en que estacionó el auto en el patio.

La lluvia comenzaba a caer y la obscuridad había tomado posesión de las tierras. La penumbra lo rodeaba cuando bajó del vehículo y avanzó hasta la puerta de la casa, metió la llave y giró una vez, sorprendiendose de la facilidad con la que abrió. ¿Se habría olvidado de poner doble llave en la mañana?

Lo ignoró, de cualquier forma no era tan fácil ingresar sin llave a su casa, Mikey y él habían gastado un buen dinero en esa puerta después del susto que se habían llevado cuando intentaron robarles una noche. Su esposo había roto mínimo tres piernas del coraje.

Y él era el único con llave, la otra había sido enterrada con Mikey, prometiéndole que esa siempre sería su casa. Draken ni siquiera pensaba en compartirla con alguien más.

Entró cerrando tras él y se aseguró de poner doble seguro. Tembló ligeramente cuando se sacó la chaqueta, el frío lo había rodeado con rapidez, dándole la bienvenida a esa gran y obscura casa.

Dio un paso, dispuesto a hacer chocolate para llevarle a Mikey, pero se detuvo al instante, extrañado. Algo se sentía diferente en el ambiente. Tragó saliva y guardó silencio, escuchando atentamente hasta que un rechinido en el pasillo le hizo fruncir el ceño.

Avanzó hasta ahí, tal vez algún gato había entrado por las rejas de la ventana que siempre estaba abierta, costumbre de Mikey para que la casa no se sofocara en el verano. Tampoco era la primera vez que un animal entraba por lo mismo, pero ellos no solían estar mucho tiempo en casa, así que preferían dárselos a Chifuyu para la veterinaria que compartía con Kazutora.

Buscó entre la obscuridad algún rastro de la presencia del supuesto animal, pero todo se detuvo cuando aquella voz se hizo escuchar, rebotando suavemente como un quejido, luchando por no ser opacado por la lluvia y los truenos del cielo.

Kenchin

Draken tragó saliva, debatiéndose entre el enojo, la tristeza y el miedo. Si eso era una broma, estaba seguro de que se llevaría a alguien a los golpes, pero, si era su cabeza burlándose de él, entonces no estaba seguro de poder impedir que los sentimientos se lo tragaran por completo hasta la muerte.

Entonces lo vio, cuando un relámpago iluminó por tres segundos el pasillo, retrocedió como si le hubieran propinado un golpe en su estómago. Se quedó sin aire, las lágrimas se acumularon con prisa y no tardaron en deslizarse fuera.

Ahí, acurrucado en el final del pasillo, el cuerpo delgado de Mikey yacía sangrante en tonos pálidos y opacos.

—Kenchin...

Draken negó con fuerza y con el corazón acelerado corrió dejándose caer frente al cuerpo, los ojos negros lo miraron débiles, se veía cansado y le costaba respirar.

—M-Mikey... —con manos temblorosas recorrió el rostro frío y húmedo, la sangre llenó sus dedos, espesa, fresca, caía desde la sien, empapando el rostro y manchando su ceja y ojo derecho. Se veía de la misma manera en que se vió cuando el choque había ocurrido.

Lo atrajo a su pecho y dejó que la desesperación se trasluciera en sus ojos. —Estás vivo, e-estas vi-vo...

—Ken... chin...

—Shh, shh. —lo calló, apretandolo y arrullandolo. —No hables, Mikey, estarás bien, te lo prometo. —besó los cabellos rubios y apretó la mandíbula. Si eso era una jugarreta de su cabeza, por esa vez quería que durara toda la vida. —Voy a cuidarte.

Se levantó con él en brazos y se apresuró a la puerta, deteniéndose unos pasos después. Su primer instinto era llevarlo al hospital, pero se suponía que Mikey está muerto, ¿qué le harían si lo descubrían? Draken no estaba listo para separarse de él, no ahora, ni mañana.

Mordió su mejilla pensando sobre lo que debía hacer, minutos después giró sobre sus talones y caminó hasta el baño. Decidió que nadie tenía que saberlo por ahora. Sería egoísta solo esta vez.

Se metió a la bañera cargando el cuerpo laxo de Mikey y limpió la sangre suavemente con la mano, la cabeza del menor se encontraba apoyada contra su hombro, respirando suavemente.

Draken sollozó por ello, sin importarle que seguía vestido dentro del agua. Sentir la suavidad del cuerpo frío y la manera en que el pecho se inflaba al inhalar, saber que Mikey estaba con él, vivo, Draken solo quería abrazarlo toda la eternidad.

El agua se volvió roja por la sangre, pero no había ninguna herida en su esposo. Mikey dormitó contra su pecho, sin importarle que estaba siendo desvestido.

Draken desabotonó la camisa sucia y la lanzó al suelo. Quitó el tapón para que el agua se fuera y abrió la llave para llenar de nuevo la bañera, mientras quitaba el pantalón y ropa interior del menor, los zapatos habían terminado en algún lugar del pasillo camino al baño.

Observó el cuerpo desnudo sobre él, había algunos moretones regados sobre el estómago, los brazos y sus muslos, pero nada más, no había cortes ni sangre, todo se había ido dejando la belleza que siempre había caracterizado a su esposo y sobre su dedo anular, el anillo se mantenía intacto.

Lo apretó con fuerza, como si de esa forma pudiera fundirse en él. Un quejido abandonó los labios agrietados de Mikey, haciendo que Draken lo mirara preocupado.

—Lo siento, ¿te hice daño?

—No me sueltes, Kenchin.

El mayor parpadeó varias veces escuchando la voz entrecortada y ronca, sus ojos ardían, irritados por las lágrimas. Besó su cabeza e inhaló el olor a tierra de los cabellos rubios.

—Nunca.

El corazón de DrakenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora