Prólogo

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La llamada no había dado honor a los hechos que anunciaba, tan rápida y corta como había llegado, el corazón de Draken se había incendiado y deshecho en cenizas.

La estabilidad de la que siempre había podido hacer alarde se había esfumado siguiendo el alma de su gran amor. Su esposo se había ocultado bajo montones de tierra húmeda por la lluvia que había decidido acompañarlos en el funeral.

Sano Manjiro lo había dejado solo, en la casa que ambos habían comprado, con un anillo sin par, y miles de sueños destrozados. Ni siquiera las lágrimas pudieron evitar que viera con claridad la situación en la que se encontraba.

Y el peso de su pecho lo hizo arrinconarse contra la lápida, negando cualquier oferta de irse a casa, o cubrirse de la lluvia. —Por favor, Emma, solo déjame aquí.

—Pero-

—Solo un momento más, lo necesito.

No rogó demasiado, nadie tenía las fuerzas necesarias para moverlo de ahí, recuperarse de aquella pérdida dolería en más de un corazón, pero solo Draken había perdido el suyo.

Lloró abrazado a la dura piedra, muy diferente al que era el cálido cuerpo de su chico, siempre encima suyo, empalagoso y suave. La lluvia heló su piel, pero el frío que comenzaba a expanderse dentro de él era mucho más grande que cualquier otro.

Los siguientes días fueron el anuncio de su deterioro. Bebiendo y abandonandose al dolor. No importaba cuanto intentaran sus amigos, Draken sabía que lo que quedaban de sus ganas de vivir buscaban desesperadamente unos cabellos rubios y los ojos negros que eran la fuente de su nacimiento.

Mikey se había llevado todo con él, incluso su alma, dejando sólo un amor que lo anhelaba con profundidad cada día que pasaba.

—Oye, amigo, ya deberías irte a casa. —el hombre dejó frente a él un nuevo trago de lo que sea que se había mantenido tomando toda la noche en aquel bar.

—No hay nadie esperandome. —murmuró Draken, mirando con añoranza el anillo que decoraba su dedo anular, no había abandonado su mano en ningún momento desde que había tenido que despedirse de su otra mitad.

—No creo que ella quisiera que te perdieras aquí, chico. —el barman se movió lejos de él, dejándolo hundirse más en su miseria, Draken ni siquiera pensó en corregirlo, habría dado lo que fuera por recibir por lo menos una mirada molesta de Mikey por ello.

De pronto, un pequeño frasco rosa se deslizó frente a sus ojos, Draken siguió con la mirada el delgado y tosco brazo hasta encontrarse con un desgarbado y desgastado hombre a quien parecía los años le cobraban con fuerza.

—Lo que hayas perdido, sea lo que sea, esto te lo devolverá. —la sonrisa se estiró maldosa por el rostro arrugado. —La espera será más corta, y solo te pido cinco dólares, ¿qué tal?

Draken lo miró con desdén. —¿Cómo podría devolverme algo que ya murió?

—Sea lo que sea, te lo dará si es lo que más deseas.

Supo que el alcohol ya estaba muy adentrado en su sistema cuando tirado en su sillón, el frasco rosa reflejo la luz de luna que entraba por la ventana. Sin más ceremonia, el líquido cruzó por su garganta, quemando y asentándose en su estómago.

Draken esperó, sin saber qué es lo que tenía que pasar en realidad. A los minutos las lágrimas estaban deslizándose de nueva cuenta por sus mejillas. Manjiro se apoderó de su cabeza, alucinando con su sonrisa y su llamado, pero nada más.

—¿Cualquier cosa que desee? Que estupidez.

Después de todo, los muertos no volvían a la vida. Draken durmió en su sillón esa noche, dispuesto a seguir adelante, porque Mikey no regresaría, y él no podía hacer nada al respecto.

El corazón de DrakenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora