XlX. Preludio

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2:23 am. 

El pequeño reloj sobre su mesa de noche, marcaba las 2:23 am.

Clark se resignó a que tampoco hoy podría dormir, y aceptó el hecho de ser arrastrado por el insomnio casi de buena gana. 

2:25 am.

Sus ojos cansados vagaron por su obscura habitación, mientras sus pensamientos iban muy lejos de ahí, vagando en todas direcciones.

2:27 am.

El reloj seguía avanzando, mientras el peso de todos sus pensamientos amenazaban con aplastarlo en su cama.

Una pregunta se abalanzó en su contra.

¿Cuándo sus sueños se habían convertido en pesadillas? 

Clark cerró sus ojos, e inmediatamente la conversación que tuvo con Luthor vino a él una y otra vez, y la desesperación se abrió paso en su interior, acuciante.

72.5%, acusó el magnate.

2:33 am.

Clark se movió despacio por la casa, haciendo, o más bien tratando de hacer el menor ruido posible, no quería despertar a su madre, y mucho menos asustarla. 

Aunque, él sabía que cuando no lo encontrará en la mañana, inevitablemente, ella se preocuparía. Sin embargo, aún con el dolor ahogando su corazón, Clark dejó una nota para cuando su madre despertará.

Necesitaba repuestas y no las encontraría sentado en casa.

No podía quedarse quieto.

Su madre estaba bien, si Luthor supiese algo, no creía que se quedara tan tranquilo a su alrededor y al de su madre. No sabía cuánto tiempo contaría con esa suerte, pero por ahora la aprovecharía.

Cuando pasó cerca de la cocina, dejó la nota que preparó para su madre en la mesa, y antes de salir, se acercó a la nevera, se llevó un tentempié para el camino.


☆°☆.•°~☆~°•.☆°☆


—Bruce... ¿estás bien?

—...

—Bruce...

—¿Estás segura? —Diana sabía que esta conversación no sería fácil, así como también estaba consciente, que muy probablemente y con toda seguridad, Bruce no le creería. 

—Lo estoy.

¿Quién podría?

Nadie, nadie que estuviese cuerdo lo haría.

Ella no sabía como haría, o que tendría que decir para que él le diera, al menos, el beneficio de la duda.

—Escucha, sé que esto suena como una completa locura y...

—Te creo.

—... que probablemente creas que he perdido la razón, pero...

—Diana.

—... tienes que escucharme, al menos...

—Diana, —Bruce se paró de su silla y se acercó a ella—, te creo.

Su mano rozó suavemente la suya, y ese contactó le hizo darse cuenta, lo que Bruce había dicho, y dejó de lado sus balbuceos.

—¿Me... crees?

—Si.

—Pero... —Los ojos cerúleos de la amazona, se plantaron con intensidad en los grisáceos ajenos del caballero de la noche, que le devolvían una mirada segura y tranquila—. ¿Cómo podrías...? ¿Por qué?

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