Los atardeceres de España ♡

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CAPÍTULO 27🌅

—Habitación 505 —la chica nos tendió una tarjeta y lo cogí.

Me quedé extrañada al no escuchar plural de habitación. ¿Solo tendríamos una habitación para dormir? ¿Él y yo?

Al momento de alejarnos de la recepcionista detuve a Max y susurré:

—¿Y mi habitación?

Él me miró extrañado sin saber a que me refería, así que especifiqué:

—A ver, cada uno tendrá su habitación, ¿no? Y solo nos ha dado una tarjeta.

—¿Cada uno su habitación? —dijo confundido—. No, dormiremos en la misma habitación.

Su tranquilidad me puso nerviosa.

—No, dormiremos en habitaciones separadas.

Él empezó a reírse con fuerza y me crucé de brazos mirando a mi alrededor, como la gente caminaba con maletas por toda la gran recepción súperlujosa, estábamos casi en navidad y era obvio que venían buscando un poco de paz estando de vacaciones y queriendo disfrutar junto a sus familiares. Me fijé en una pareja con dos hijos, como la madre estaba agachada colocando el sombrero de su hijo y el padre llevando en sus hombros a su hija, me pareció algo bonito y por alguna extraña razón me entraron ganas de ser esa mujer, tal vez sus vidas no eran perfectas, pero sus grandes sonrisas hacían ver que si era una vida feliz.

Max al ver que yo no cambiaría de opinión suspiró regresando por donde había venido para hablar con la recepcionista y pedir habitaciones separadas. Lo que me sorprendió es que no siguiese insistiendo y cediese, tal vez le daba igual no dormir conmigo.

¿Le daba igual dormir conmigo?

Algo chocó en mi pierna y me sorprendí al ver unos grandes ojos azules mirarme desde abajo con una mezcla de culpabilidad y travesura. Él niño de la familia feliz se acababa de chocar contra mi, y me estaba mirando con ojos llorosos, literalmente este niño era la definición perfecta de "ojos de cordero".

—¡Lo siento! —susurró agachando la cabeza.

Descrucé mis brazos con una grande sonrisa en mi rostro y me agaché quedando a la misma altura que él. No entendía porque estaba llorado, pero quería que dejase de hacerlo.

—¿Por que lloras?

Él suspiró y después resonó su nariz.

—No sé donde está mi padre —las lágrimas se deslizaban por sus cachetes gordos.

Busqué al hombre con mi mirada y le vi en la recepción, hablando con la recepcionista.

—Tú padre está allí —señalé detrás de mi—. No te preocupes.

—¿Cómo te llamas?

La pregunta me hizo sorprenderme. A veces hablar con los niños pequeños me daba vergüenza.

—Almu, ¿y tú?

—¡Izan! —me agarró de la mano entusiasmado.

Me fijé en el árbol de navidad detrás del pequeño y le dediqué una gran sonrisa sacando algo de mi bolsillo.

—¿Te gusta la navidad?

—¡Si! —asintió mostrando sus pequeños dientes.

—Feliz navidad —me reí ofreciéndole un pequeño regalo.

—¡¿Una chocolatina?! —abrió los ojos y la boca mirando el chocolate envuelvo.

—¿Tus padres te dejan comer chocolate? —observé a su madre sentada en el sofá, esperando a que su marido volviese con las tarjetas de la habitación. Tal vez estaba tan despistada que pensó que su hijo estaba con su padre, y no conmigo.

La chica del vestido rojo [MY LIFE AFTER HIM] (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora