Capítulo 1: El inicio

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El profesor había anunciado que no quería ninguna información personal. Esa información sólo nos haría débiles, vulnerables entre nosotros y al final, ¿qué quedaría? Aunque pensar en eso, ¿a mí, qué información personal me queda? He tenido un nombre para cada trabajo que he hecho, pero no recuerdo mucho del primero que me pusieron. Debió ser Angélica o Lucía..., pero los dos llegan a mi como recuerdos cubiertos de sangre.

Escucho a mis nuevos compañeros escoger sus nombres, vamos a ser ciudades. Podría ser Londres. Al final, le dediqué mi primera vida a esa ciudad y a su cultura. Quiero cambiar, quiero ser como ellos. Entonces a mi mente vienen dos nombres: París y Verona. París, la ciudad del amor, el último lugar en el que me enamoré y donde terminé cambiando de nombre antes de encontrar al profesor.

—Señorita, ¿usted qué escoge? —me pregunta el profesor y siento la mirada de todos. Debo escoger algo rápido.

—Emm... Verona —le anuncio y él asiente, luego continúa preguntando a los que faltan.

A diferencia de estas personas, yo no estaba fuera de la sociedad. Mi historial seguía intacto, nunca había pisado la cárcel. Sin embargo, eso no significaba que yo no fuera como ellos. Habia participado en al menos 15 robos, aunque mi rol en ellos era un poco diverso. A veces me tocaba participar desde adentro como la cajera que agiliza el proceso y entregaba todo lo de la caja fuerte de seguridad. A veces me tocaba ser la que se enfrentaba cuerpo a cuerpo con los policías, los guardias. Tengo una puntería perfecta. Todo esto lo tengo gracias a mi primera vida en México. Aprendí mucho y cuando fue suficiente, escapé con 500 mil pesos en una bolsa hacia Francia. Se me acabaron tan pronto que tuve que meterme en venta de drogas y en asaltos. Sólo una vez casi me atrapan después de un atraco. Un testigo aseguraba que yo era la que le había disparado a los guardias de seguridad. Me interrogaron, lloré y al final, las cámaras rebelaron que yo estaba todavía en mi puesto de cajera cuando a ellos les dispararon. Para ellos, una fortuna que las cámaras estaban ahí para aclarar lo que había pasado. Para mí, una fortuna que Jean-Baptiste supiera tanto de atracos como de computadoras.

Mis compañeros eran muy diferentes entre sí. Cada uno con habilidades especiales, yo traía todo un paquete completo que era casi seguro que parecía inútil. Cuando el profesor me encontró, yo estaba en casa cocinando un pastel. Al parecer había escuchado rumores acerca de mi trabajo, aunque no había evidencias de que fuera real. Me contó que mi rol iba a ser crucial, pero que con lo que íbamos a hacer dentro de la fábrica de moneda era posible que mi existencia se manchara.

Denver, que se encuentra a mi lado izquierdo, me volteó a ver y le sonreí. Moscú es su padre. Un señor que se me hace conocido, pero no sé en cuál de mis movidas pude haberlo visto. A su lado está Tokio. Es de cabello corto, y me recuerda a una película. Si la veo por la calle, hubiera dicho que es una zorra, pero ahora se ha vuelto en una colega. Detrás de ella, está Berlín. Su mirada es dura, un tanto agresiva, pero tiene una elegancia característica. Estoy sentada detrás de él y hay algo que me inquieta de tenerlo ahí. Después de Denver, está Río. El más tierno, pero estoy segura que será un problema. Alguien tan sensible siempre termina como el eslabón más fácil de quebrar. Detrás de mí, están Helsinki y Oslo. Son callados, serbios, tan extranjeros como yo. Finalmente, está Nairobi. Su risa me llama la atención y me hace pensar en que somos muy pocas mujeres en este plan. No digo que no seamos suficientes, pero es que a veces se necesitan más aliadas que polvos.

—¿Profesor... qué vamos a robar? —pregunta Tokio

El profesor se queda callado y señala al fondo del cuarto. Todos nos volteamos y ahí está.

—La Fábrica Nacional de Moneda y Timbre

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Recuerdos de un atraco (Berlín x Verona)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora