Capítulo 4: Agridulce

22 3 0
                                    

Cuando desperté, tenía a Berlín, a Tokio y a Río encima de mi. Estaba acostada en el sillón. Río me estaba pasando un algodón con alcohol por debajo de la nariz para que reaccionara. Lo último que había pasado venía a mi mente en flashes, recuerdo tras recuerdo, y sentía poco a poco mi cuerpo. Sentía dolor de piernas, la cabeza me dolía y sentía húmeda la nariz. Llanto, había llorado. Mónica.

—No te ves enferma, ¿por qué te desvaneciste? —me pregunta Río, pero me quedo callada.

No puedo responderle. Me quedo en silencio y me levanto de golpe. Me siento un poco mareada, pero no había nada de qué preocuparse.

—Debió ser la impresión de saber que Tokio y Río han sido descubiertos. —dice Berlín y aleja caminando de mí. — Dejenla aquí un rato, en lo que se le pasa y luego que regrese con los demás rehenes.

Se sale del cuarto y no me atrevo a verlo. Oigo sus pasos alejandose y me siento muy alejada de lo que siento por él. Helsinki se acerca, me da otro té y me soba el hombro con su mano, luego se va. Debo verme terrible. Llevabamos 26 horas en el atraco y me sentía que ya no podía más. Me andaba comportando más como rehén que como atracadora. Me sentía inútil. Me recargué en el sillón y Río se sentó junto a mi.

—Supongo que esto está difícil, ¿no? —me dice y yo asiento

—Lo peor es que no sé ni porque me siento así.

—Pues porque llevas la doble cara que los demás no. —me dice sin pensar—. No debe ser fácil lidiar con el plan mientras ves a los demás rehenes a la cara, ¿no?

Asiento y guardo silencio. Mónica era mi amiga. Era la única que me hablaba de las demás, pero es que lo hacía con una confianza que parecía que nos conocíamos de otras vidas. Siempre me andaba invitando a ir por una cerveza después del trabajo y sólo dos veces fuimos. Esos días el profesor me regañaba por llegar tarde, pero eventualmente dejaba de ser importante. Su regaño era mínimo, luego ya me daba la información para aprender. Tal vez si hubiera convivido más, habría generado aún más lazos y me hubiera sacado del plan. Tal vez está pensando en dejarme sólo como rehén porque tal vez soy demasiado débil para ser como él quería que fuese. Tenía muy buena puntería y podía disparar donde yo quisiese, pero no con gente que conocía, no con Mónica.

Después de un rato, Río se va, pero luego de varios minutos entran a la sala de descanso Nairobi, Tokio, Berlín y Río.

—Dijimos que nada de víctimas. —le dice Tokio a Berlín y puedo saber inmediatamente de que va la conversación.

—Tenía un teléfono. ¿Qué querías que hiciera, darle unos azotes? —pregunta Berlín

—Darle un susto, no matarla. Cortarle una oreja, como en las películas.

—Sabía que eras un hijo de puta, pero no creí que podrías hacerle esto a Mónica. —le dije enfrente de los demás y Nairobi me vió seria.

—Si hubiera dado información a la policía de cuántos y dónde estamos, ahora serías tu la que tendría un disparo. —me grita y yo me quedo viendolo molesta.— Pero conservarías tu oreja.

—¿Quién ha disparado? —pregunta Tokio

—Denver... Mandó a Denver a matarla. —le respondo y me empiezo a arreglar el mono para regresar con los demás rehenes.

—Por eso te has desmayado, ¿no? —me pregunta de regreso y asiento

Berlín toma agua y lo noto demasiado calmado. Supongo que debía aprenderle la serenidad aunque sea en momentos así.

—El Profesor dijo que no ibamos a derramar nada de sangre eran las reglas.

—Pues acaba de producirse un cambio con respecto al control de rehenes. ¿Estamos? —pregunta y empieza a caminar por la sala— No se pongan nerviosos, la opinión pública está de nuestra parte y eso no va a cambiar. Cuando se den cuenta de que falta un rehén... o dos —y me mira— ya no estaremos aquí. Estaremos muy lejos.

Recuerdos de un atraco (Berlín x Verona)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora