Prólogo

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23 de diciembre del 2020, 4:30 p.m.
Zona Habitacional Oeste de Ciudad Cocos.

   Me encontraba sentado en la mesa de Lauro, me había dejado una cerveza fría mientras buscaba el control de ese viejo estéreo. Sólo pude observar el "sudor" de la Victoria caer por su cuerpo de vidrio.
   Suspiré hasta ver el reloj que tenía colgado justo en la entrada de su habitación.

   —¿Cómo está doña Lara? —me preguntó Lauro en la cocina refiriéndose a mi madre.

   —En casa, pero no nos hemos visto desde hace 6 meses, creo... —le respondí dándole un trago a la Victoria— Nos mudamos a Pachuca, hace un poco de frío, pero es un poco más tranquilo.

   Lauro regresó con una hielera pequeña y el control de la televisión, la encendió y se sentó a mi lado en la mesa.
   El chico era un poco más alto que yo, su piel estaba bronceada y su complexión era muy atlética a pesar de todas las mierdas que se llegaba a meter en el cuerpo. Era un contraste muy diferente al chico pálido y delgado que recordaba ese día. Ese día tan horrible.

   —¿Y vienes de vacaciones? —me volvió a preguntar Lauro bebiendo de la cerveza que apenas había abierto.

   —No, vengo a estudiar... —contesté con una ligera sonrisa— Derecho. En la Uagro.

   —¿Aquí? —se confundió Lauro— ¿En Pachuca no hay de eso?

   —Creo que sí, pero supongo que necesito estudiar en un aire más "familiar".

   —Nadie quiere estudiar aquí, Jimi...

   El rostro de Lauro palideció y giró a ver la televisión. Pasaban un noticiero sobre el reciente sismo de magnitud 7.2 que azotó la costa y el centro de la ciudad.

   —Este lugar se está yendo a la mierda, Jimi —me dijo con una voz melancólica—. Así fue empezó esa vez. ¿Lo recuerdas? El sismo, el miedo y los disparos.

   —Sí... Me acuerdo... —le susurré para luego darle otro trago a la cerveza— Hablando de eso. Me desconecté un poco de la vida en los Cocos. ¿Qué pasó con el Rubio?

   —Anda suelto por ahí —me contó Lauro con un tono serio—. La policía nunca lo encontró, hay rumores de que anda en la zona Este, por ahí cogiendo y drogándose. El maldito marica no da la cara desde ese día...

   —Pero nadie lo ha visto, ¿cierto? —pregunté.

   —No... —contestó Lauro— Sólo son rumores, me dijeron que ya fue la policía y no encontraron a nadie. Supongo que aunque estuviera ahí, luego de lo que hizo, nadie lo va a delatar si no quiere morirse de un balazo.

   No pude hacer nada más que mirar el suelo un rato hasta que la luz comenzó a irse de manera parpadeante hasta que se normalizó.
   Lauro suspiró y se terminó la cerveza.

   —Trabajo como pendejo en el restaurante de la Diamante y no me pueden ni dar puta luz estable —se quejó—. Desde que fue el sismo, las cosas se pusieron horribles. No hay luz, ni agua.

   —¿Cuando fue el sismo? —le pregunté poniéndome de pie para mirar por la ventana de la sala.

   —Antier —contestó—. Estuvo culero, pensé que me iba a caer el techo en la cara. No quiero saber que sintieron los que viven en el sur. Sus casas son de láminas. Escuché que una casa de concreto cayó sobre una casa pequeña con techo de lámina y mató a una mujer con dos niños. Eran unos nenes pequeños.

   —Ya veo... —no pude decir más— Bueno, verte bien me hace sentir mejor. Me tengo que ir.

   Me terminé la cerveza y la dejé en la mesa, Lauro se puso de pie con una mirada confundida y me fue a seguir hasta la puerta de la casa. Pude escuchar su respiración tranquila y un pequeño eructo por la cerveza.

   —¿En dónde te vas a quedar? —preguntó Lauro apoyándose en la entrada de su casa.

   —Con unos amigos en la zona Norte —le mentí mientras sacaba las llaves del viejo Mustang Shelby de mi padre—. Voy a estar bien.

   —Ten cuidado —me dijo—. Puedo exagerar, pero cada vez que tiembla en ciudad Cocos, algo malo pasa aquí. Y el Rubio anda suelto.

   Giré para hacerle una despedida con la mano y entré al vehículo para encender la radio.
   Lo observé por última vez, bajé el vidrio del copiloto y sólo pude decirle lo tradicional.

   —¡Feliz nochebuena, camarada!

   Aceleré mientras el atardecer bajaba por las colinas y las noticias seguían hablando sobre los daños que hubo en la costera.
   En medio del tráfico y las personas pasando, del gentilicio y el ruido. Pude escucharlo.
   Pude escuchar de nuevo las armas de fuego.
   Otra vez, sentía mi rostro manchado de sangre. Recordaba lo que pasó ese día en la preparatoria Ignacio Caritino.
   Recordaba la matanza en Caritino.

El Día de los CondonadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora