Capítulo 4: Preludio

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21 de Diciembre del 2018. 4:30 p.m.
Pachuca, México.

   Respiré hondo, la lata estaban en mi completo campo de percepción, sentí el aire a mi alrededor y jalé del gatillo sin titubear. La lata salió volando con un disparo certero.

   —¡Mierda! —exclamó mi tío a lado mío con unos binoculares y sus gafas de sol— Si hubiera sido alguien real, lo hubieras matado de un solo tiro. Creo que te quitaré el Call of Duty, hijo.

   Jalé el cerrojo de la M16 A1 y observé el arma con atención para dejarla en la parte trasera de la camioneta de mi tío.

   —Ya no juego eso... —respondí con calma y busqué algo en la hielera a nuestros pies.

   —¿Y qué juegan ahora los chicos? —me preguntó dejando de lado los binoculares.

   Mi tío era un militar, uno muy especial, formaba parte de la brigada de Elite de Quetzal. Aunque claro, eso sólo lo sabía muy poca gente, al ser aún un elemento en servicio no hablaba mucho de eso. A excepción de mí.
   Era un hombre alto, robusto y con una barba de chivo estúpida que siempre me causaba pesadillas. Su cabeza estaba calva y era tan musculoso que a veces me repetía que nunca debía hacerlo enojar, aunque su voz y cuerpo no concordaban con su temperamento. Si existía la persona más racional y educada, de seguro era Héctor Raymundo González Villanueva.

   —A mí me gusta jugar Mario Kart —le dije sonriendo tomando una lata de Coca Cola.

   —¿Es ese juego de gomitas que explotan y hacen "Delizius"? —comentó con un acento muy exagerado del inglés.

   —Creo que ese es Candy Crush —le expliqué mirando a otro lado—. No tienen nada que ver el uno con el otro, tío.

   —¡Wow! ¡Wow! —me dijo el hombre deteniendo mi mano— ¿Qué edad tienes hijo?

   —Eh... 19... —respondí.

   Mi tío sonrió y buscó en la parte más profunda de la hielera dos cervezas en vidrio marca Indio. Sonrió destapó una con la otra para darmela.

   —Estás conmigo, hijo... —me sonrió— Y los hombres no tomamos Coca-Cola. Sólo cuando está tu tía, por favor no le digas que te dí cerveza. Me gusta tener huevos.

   Sonreí y le dí un trago a la cerveza. Aunque mi tío me observó con sospechas. Pero luego se empezó a reír a carcajadas.

   —Tienes la sangre de los Lara —me dijo sin dejar de reír—. Tu tía podía beber mucho más que yo en nuestra juventud. Recuerdo que mi primera cerveza fue a los 15, le dí un trago largo a la que tenía mi papá cada vez que se dormía viendo el fútbol. ¿Y la tuya?

   —A los 15 también —sonreí—. Fue con Javier, tuvimos que asaltar el refrigerador de su padre.

   De pronto, mi risa se fue. No lo pude controlar, nuevamente escuché el grito de Javier, su pedido de ayuda y los llantos. Mi tío se dió cuenta, se sentó más cerca de mí en esas sillas tan pequeñas.

   —¿Sabes? Gané algo de dinero extra en mis últimos trabajos —me dijo—. Si quieres, puedes volver con la psicóloga. Nos ha ido desde hace unos meses.

   —Está bien... —le contesté— Sólo... Han pasado dos años. Dos largos y terribles años...

   Mi tío miró al suelo y le dió otro trago a la cerveza con tristeza.

   —No quiero sonar como ese anciano que te dice "Échele ganas, mijo" —comentó—. Sé lo que es perder a un hermano, Jimi. Mi hermano mayor murió cuando ocurrió el Garitazo, ya sabes, era un policía municipal de Acapulco en el 95'. Estuvo en medio del fuero cruzados entre esos narcos y los elementos policiales. El hijo de puta era duro, se llevó a 6 estúpido lacrosos. Tomó esa M16 que tú acabas de disparar y se los llevó al infierno con él. Pero al final murió.

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⏰ Última actualización: Oct 16, 2021 ⏰

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