—Espere — dijo Amanda en un ataque de pánico, volviendo la cabeza cuando la boca de Jack se aproximó a la suya. Los labios de él se posaron en su mejilla, un roce de íntimo calor que la dejó atónita—. Espere — repitió con voz temblorosa. Tenía el rostro vuelto hacia el fuego, cuyo amarillento resplandor la deslumbraba mientras intentaba evitar los inquisitivos besos de aquel desconocido.
La boca de él se desplazó sobre su mejilla en dirección a la oreja, haciendo cosquillas en los diminutos rizos que crecían por encima de esta.
—¿La han besado alguna vez Amanda?
—Por supuesto — contestó ella con orgullo y recelo; pero, al parecer, no había manera de explicar que no se había parecido en nada a aquello. Un beso robado en un jardín o un somero abrazo bajo el muérdago de Navidad no resultaban en absoluto comparables al hecho de encontrarse en brazos de un hombre, aspirando su aroma, sintiendo el calor de su piel a través de la tela de su camisa—. Supongo que es usted un artista consumado — dijo—, habida cuenta de su profesión.
Aquello le provocó una súbita sonrisa.
—¿Le gustaría comprobarlo?
—Antes deseo preguntarle una cosa. ¿Cuánto tiempo lleva haciendo esto?
Él entendió enseguida a qué se refería.
—¿Trabajando para la señora Bradshaw? No mucho.
Amanda se preguntó qué habría llevado a un hombre como aquél a prostituirse. Tal vez se había quedado sin empleo, o le habían despedido por cometer un error. Quizás hubiese contraído deudas y necesitara más dinero de lo normal. Con su físico, su inteligencia y su buen porte, había muchas ocupaciones para las que parecía bien dotado. O estaba desesperado, o bien era un holgazán y un disoluto.
—¿Tiene familia? — inquirió.
—Ninguna de la que merezca la pena hablar. ¿Y usted?
Al percibir el cambio en su tono de voz, Amanda alzó la vista hacia él. Ahora sus ojos mostraban una expresión seria, y su semblante era de una belleza tan austera que el mero hecho de contemplarlo le provocó una punzada de placer en el pecho.
—Mis padres murieron — respondió—, pero tengo dos hermanas mayores, ambas casadas, y demasiados sobrinos para enumerarlos.
—¿Por qué no se ha casado usted?
—¿Y por qué usted tampoco? — replicó Amanda.
—Me gusta demasiado mi independencia como para renunciar si quiera a una parte de ella.
—Los mismos motivos tengo yo — dijo Amanda—. Además, cualquiera que me conozca le confirmará que soy obstinada y poco dada al compromiso.
Una sonrisa se dibujó muy despacio en su rostro.
—Sólo necesita el trato apropiado.
—El trato — repitió ella en tono áspero—. ¿Le importaría explicar a qué se refiere?
—Me refiero a que un hombre que sepa algo de mujeres conseguiría hacerla ronronear como una gatita.
En el pecho de Amanda se mezcló la sensación de fastidio con las ganas de reír. ¡Menudo bribón estaba hecho! Pero no iba a dejarse engañar por su aspecto externo; si bien sus modales eran juguetones, había algo subyacente... una especie de paciente vigilancia, una sensación de fuerza contenida, que ponía todos sus sentidos en estado de alerta. No era un jovencito imberbe, sino un hombre hecho y derecho. Y aunque ella no era una mujer de mundo, por el modo en que la miraba sabía que deseaba algo de ella, ya fuera su sumisión, sus favores sexuales o, simplemente, su dinero.
Jack, sosteniendo su mirada, se llevó una mano al pañuelo de seda gris que llevaba anudado al cuello, lo aflojó y lo desanudó muy despacio, como si temiera que algún movimiento repentino pudiera asustarla. Mientras Amanda lo observaba con los ojos muy abiertos, se soltó los tres primeros botones de la camisa, se recostó hacia atrás y contempló el rostro arrebolado de ella.
Siendo niña, Amanda había vislumbrado ocasionalmente el vello del pecho de su padre cuando éste caminaba por la casa con su bata. Y, por descontado, había visto a trabajadores y campesinos con las camisas desabotonadas. Sin embargo, no recordaba haber visto nada parecido a esto, un hombre cuyo pecho parecía haber sido esculpido en bronce, con una musculatura tan fuerte y definida que, literalmente, resplandecía. Sus carnes se veían duras y cálidas, la luz de las llamas danzaba sobre aquella suavidad, las sombras encontraban un hueco en los músculos y en el espacio triangular de la base de su garganta.
Amanda sintió deseos de tocarlo. Quería posar la boca en aquel misterioso espacio y aspirar un poco más de su tentador aroma.
—Ven aquí, Amanda. — Su voz fue profunda.
—Oh, no puedo — respondió ella nerviosa—. C-creo que debería marcharse ya.
Jack se inclinó hacia delante y le aferró la muñeca sin violencia.
—No voy a hacerte daño — susurró—. No pienso hacer nada que no quieras hacer. Pero antes de dejarte esta noche, voy a tomarte entre mis brazos.
Amanda experimentó un torbellino interior de confusión y deseo que la hizo sentirse insegura, desvalida. Permitió que Jack tirase de ella hasta que sus cortos brazos descansaron con rigidez sobre los de él, mucho más largos. Jack le recorrió la espalda con la palma de la mano, y ella notó el rastro de sensaciones que iba dejando a su paso. Tenía la piel muy caliente, como si ardiese un fuego encendido justo debajo de aquella superficie dorada y lisa.
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INIGUALABLE
RomanceSoltera y todavía virgen, la novelista Amanda Briars no está dispuesta a recibir su trigésimo cumpleaños sin haber hecho el amor. Cuando Jack Devlin llama a su puerta, cree que se trata del regalo que se ha hecho a sí misma: un hombre contratado par...